Es paradójico que teniendo el capitalismo ciertas obvias desventajas para la democracia, al mismo tiempo haya existido una estrecha relación entre regímenes democráticos y economías capitalistas. A la inversa, hay una correlación negativa entre democracia y un orden económico en el que los medios de producción se encuentran abrumadoramente en manos del Estado.” La cuestión así planteada por Robert Dahl, en el inicio de una conferencia que dictara en Santiago en tiempos de la dictadura1, es de gran importancia para una recta comprensión del significado del socialismo. Porque si la conexión histórica entre capitalismo y democracia se revelara como teniendo un carácter más que puramente factual, o aleatorio, ello debiera ser negativamente interpretado como una prueba de que no podría existir una conexión esencial entre socialismo y democracia. Después de todo capitalismo y socialismo son fenómenos históricos opuestos, pero correlativos. De modo que si se demostrara que el capitalismo tiende esencialmente hacia la democracia, ello significaría, simultáneamente, que el socialismo no podría tender hacia ella, puesto que fue concebido por Karl Marx y la tradición marxista, como la superación efectiva de las contradicciones de aquél.
En las páginas siguientes trataremos de mostrar, de manera algo sumaria, dos tesis coordinadas acerca de esta cuestión. Por un lado, que la conexión histórica entre capitalismo y democracia aparece como tal sólo si se concibe a esta última del modo más estrecho, es decir, como pura democracia política de elites (oligocracia), o como la definiera Noam Chomsky, como un sistema político en “el que el ciudadano es un consumidor, un observador, pero no un participante”. Un sistema en el que “el público [sólo] tiene el derecho de ratificar políticas que se han originado en otra parte”.2 Por otro lado, mostraremos como el socialismo puede ser, cuando se dan las condiciones adecuadas para su implantación, mucho más democrático que el capitalismo, en razón del carácter igualitario y no particularista de sus relaciones económicas.
Respuesta:
Es paradójico que teniendo el capitalismo ciertas obvias desventajas para la democracia, al mismo tiempo haya existido una estrecha relación entre regímenes democráticos y economías capitalistas. A la inversa, hay una correlación negativa entre democracia y un orden económico en el que los medios de producción se encuentran abrumadoramente en manos del Estado.” La cuestión así planteada por Robert Dahl, en el inicio de una conferencia que dictara en Santiago en tiempos de la dictadura1, es de gran importancia para una recta comprensión del significado del socialismo. Porque si la conexión histórica entre capitalismo y democracia se revelara como teniendo un carácter más que puramente factual, o aleatorio, ello debiera ser negativamente interpretado como una prueba de que no podría existir una conexión esencial entre socialismo y democracia. Después de todo capitalismo y socialismo son fenómenos históricos opuestos, pero correlativos. De modo que si se demostrara que el capitalismo tiende esencialmente hacia la democracia, ello significaría, simultáneamente, que el socialismo no podría tender hacia ella, puesto que fue concebido por Karl Marx y la tradición marxista, como la superación efectiva de las contradicciones de aquél.
En las páginas siguientes trataremos de mostrar, de manera algo sumaria, dos tesis coordinadas acerca de esta cuestión. Por un lado, que la conexión histórica entre capitalismo y democracia aparece como tal sólo si se concibe a esta última del modo más estrecho, es decir, como pura democracia política de elites (oligocracia), o como la definiera Noam Chomsky, como un sistema político en “el que el ciudadano es un consumidor, un observador, pero no un participante”. Un sistema en el que “el público [sólo] tiene el derecho de ratificar políticas que se han originado en otra parte”.2 Por otro lado, mostraremos como el socialismo puede ser, cuando se dan las condiciones adecuadas para su implantación, mucho más democrático que el capitalismo, en razón del carácter igualitario y no particularista de sus relaciones económicas.