Mi tío trabajaba sin cesar; su imaginación se perdía en un dédalo de combinaciones.
Vivía fuera del mundo y verdaderamente apartado de las necesidades terrenas.
A eso del mediodía, el hambre me aguijoneó seriamente. Marta, como quien no quiere la cosa, había devorado la víspera las provisiones encerradas en la despensa; no quedaba, pues, nada en casa. Sin embargo, el pundonor me hizo aceptar la situación sin protestas.
Por fin sonaron las dos. Aquello se iba haciendo ridículamente intolerable, y empecé a abrir los ojos a la realidad.
-No, no; la del documento.
El profesor miróme por encima de las gafas y debió observar sin duda algo extraño en mi fisonomía, pues me asió enérgicamente del brazo, y, sin poder hablar, me interrogó con la mirada.
Sin embargo, jamás pregunta alguna fue formulada en el mundo de un modo tan expresivo.
Yo movía la cabeza de arriba abajo.
Él sacudía la suya con una especié de conmiseración, cual si estuviese hablando con un desequilibrado.
Yo entonces hice un gesto más afirmativo aún.
Sus ojos brillaron con extraordinario fulgor y adoptó una actitud agresiva.
Este mudo diálogo, en aquellas circunstancias, hubiera interesado al más indiferente espectador.
Respuesta:
Explicación:
Mi tío trabajaba sin cesar; su imaginación se perdía en un dédalo de combinaciones.
Vivía fuera del mundo y verdaderamente apartado de las necesidades terrenas.
A eso del mediodía, el hambre me aguijoneó seriamente. Marta, como quien no quiere la cosa, había devorado la víspera las provisiones encerradas en la despensa; no quedaba, pues, nada en casa. Sin embargo, el pundonor me hizo aceptar la situación sin protestas.
Por fin sonaron las dos. Aquello se iba haciendo ridículamente intolerable, y empecé a abrir los ojos a la realidad.
-No, no; la del documento.
El profesor miróme por encima de las gafas y debió observar sin duda algo extraño en mi fisonomía, pues me asió enérgicamente del brazo, y, sin poder hablar, me interrogó con la mirada.
Sin embargo, jamás pregunta alguna fue formulada en el mundo de un modo tan expresivo.
Yo movía la cabeza de arriba abajo.
Él sacudía la suya con una especié de conmiseración, cual si estuviese hablando con un desequilibrado.
Yo entonces hice un gesto más afirmativo aún.
Sus ojos brillaron con extraordinario fulgor y adoptó una actitud agresiva.
Este mudo diálogo, en aquellas circunstancias, hubiera interesado al más indiferente espectador.