La poesía quechua -dice Riva Agüero- es blanda, casta, dolorida, de candoroso hechizo y bucólica suavidad, esombrecida de pronto por arranques de la más trágica desesperación" Aunque este juicio pueda resultar exacto, se ha exagerado, sin embargo, al decir que los hombres que poblaron el Tahuantinsuyu -o imperio de los incas- constituyeron una nación siempre triste, en la época de poderío y ufanía; cuando la tierra temblaba al paso de los ejércitos de Pachacuti o de Túpac Yupanki, el inca no era un pueblo melancólico; tal vez lo haya hecho así el cautiverio, la expoliación, la humillación y el despojo de que ha sido objeto por parte de los conquistadores blancos y sus descendientes. La descripción de las grandes fiestas como la de Intip-Raymi, la del Huaracu, la de Situa, la de Cusquie-Raymi y tantas otras que nos narran los cronistas de Indias, con profusión de color, de movimiento, de ritmo, de fuerza, demuestran que si no eran una nación bulliciosa y alegre, tampoco estaban dominados por una melancolía general, como con harta frecuencia se sostiene.
Coexistían, en el Tahuantinsuyu, dos tipos de población: la de los "IIactarunas" o nativos, que eran los conquistadores, los fuertes, los amados o descendientes de Inti, el Sol y de Pacha Quilla, la deidad lunar, los que hallaban altaneros el mundo de Pacha Mama, la tierra, para los cuales no había motivo de tristeza, y la de los "mitimaes" o masas de pueblos vencidos, que eran dispersadas por distintos puntos del imperio, a fin de que, disueltos en el conglomerado mayoritario del elemento étnico incásico, desmayaran sus rebeldías, enflaquecieran sus bríos levantiscos y de padres a hijos se borrara el recuerdo de sus nacionalidades, como si hubieran sido un sueño. Los "llactarunas" tuvieron una poesía oficial: de ellos fueron los cantares de gesta, como el de Manco Cápac y los Ayar, como el de Yawar-Waka, el de Pachacuti, el de Anco Huaillo y otros cuyas prosificaciones y refundiciones forman la materia prima elaborada por los cronistas españoles y mestizos; de ellos fue el jailli -himno, ya religioso, ya heroico-; de ellos fue también el teatro.
La poesía quechua -dice Riva Agüero- es blanda, casta, dolorida, de candoroso hechizo y bucólica suavidad, esombrecida de pronto por arranques de la más trágica desesperación" Aunque este juicio pueda resultar exacto, se ha exagerado, sin embargo, al decir que los hombres que poblaron el Tahuantinsuyu -o imperio de los incas- constituyeron una nación siempre triste, en la época de poderío y ufanía; cuando la tierra temblaba al paso de los ejércitos de Pachacuti o de Túpac Yupanki, el inca no era un pueblo melancólico; tal vez lo haya hecho así el cautiverio, la expoliación, la humillación y el despojo de que ha sido objeto por parte de los conquistadores blancos y sus descendientes. La descripción de las grandes fiestas como la de Intip-Raymi, la del Huaracu, la de Situa, la de Cusquie-Raymi y tantas otras que nos narran los cronistas de Indias, con profusión de color, de movimiento, de ritmo, de fuerza, demuestran que si no eran una nación bulliciosa y alegre, tampoco estaban dominados por una melancolía general, como con harta frecuencia se sostiene.
Coexistían, en el Tahuantinsuyu, dos tipos de población: la de los "IIactarunas" o nativos, que eran los conquistadores, los fuertes, los amados o descendientes de Inti, el Sol y de Pacha Quilla, la deidad lunar, los que hallaban altaneros el mundo de Pacha Mama, la tierra, para los cuales no había motivo de tristeza, y la de los "mitimaes" o masas de pueblos vencidos, que eran dispersadas por distintos puntos del imperio, a fin de que, disueltos en el conglomerado mayoritario del elemento étnico incásico, desmayaran sus rebeldías, enflaquecieran sus bríos levantiscos y de padres a hijos se borrara el recuerdo de sus nacionalidades, como si hubieran sido un sueño. Los "llactarunas" tuvieron una poesía oficial: de ellos fueron los cantares de gesta, como el de Manco Cápac y los Ayar, como el de Yawar-Waka, el de Pachacuti, el de Anco Huaillo y otros cuyas prosificaciones y refundiciones forman la materia prima elaborada por los cronistas españoles y mestizos; de ellos fue el jailli -himno, ya religioso, ya heroico-; de ellos fue también el teatro.