a) En Mt 18,23-35, tenemos la parábola del siervo que no perdona y que pone de relieve la reciprocidad de misericordia: “¿No debías tú también compadecerte de tu compañero, del mismo modo que yo me compadecí de ti?” (18,33). Al comentar esta parábola, el Santo Padre dice: “Jesús afirma que la misericordia no es solo el obrar del Padre, sino que ella se convierte en el criterio para saber quiénes son realmente sus verdaderos hijos. Así entonces, estamos llamados a vivir de misericordia, porque a nosotros en primer lugar se nos ha aplicado misericordia. El perdón de las ofensas deviene la expresión más evidente del amor misericordioso y para nosotros cristianos es un imperativo del que no podemos prescindir” (MV 9).
b) En el Evangelio de Lucas, la parábola de los dos deudores y sus acreedores (Lc 7,36-50), que contó en la casa de Simón el fariseo, presenta la unión de la misericordia divina y la miseria humana. La mujer a la que más se le perdona, más ama. Se afirma que sólo la misericordia y el perdón de Dios pueden compensar la deuda que cada uno de nosotros tiene con Dios.
c) La parábola del buen samaritano (Lc 10,25-37) demuestra que el amor de Dios no puede separarse del amor al prójimo. El prójimo se define por la misericordia y la compasión (“El que tuvo compasión de él” – v.37), que es más que un sentimiento de “simpatía”, es la acción de ‘cuidar’ al que está en necesidad, superando todas las barreras religiosas, sociales, culturales o étnicas.
d) Las parábolas de la oveja perdida, la moneda perdida y el hijo perdido o el Padre misericordioso (Lc 15,1-32) legítimamente pueden ser llamadas el “Evangelio de la misericordia”. La misericordia se convierte en una búsqueda de algo que se pierde, que culmina en regocijo. Acentuando este ‘regocijo’ en Lc 15, el Santo Padre escribe: “En estas parábolas, Dios es presentado siempre lleno de alegría, sobre todo cuando perdona. En ellas encontramos el núcleo del Evangelio y de nuestra fe, porque la misericordia se muestra como la fuerza que todo vence, que llena de amor el corazón y que consuela con el perdón”. (MV 9)
e) La parábola del hombre rico y el mendigo Lázaro (Lc 16,19-31) revela que el que no tiene piedad de los demás cuando todavía está vivo, no hallará misericordia de Dios en la otra vida.
f) La parábola del juez y la viuda (Lc 18,1-8) destaca que la oración perseverante es capaz de hacer cambiar de opinión, y mostrar misericordia a los que abogan por la justicia.
g) La parábola del fariseo y el publicano en el templo (Lc 18,9-14) demuestra que el fariseo no se fue a su casa justificado, pues la piedad, la religiosidad y las buenas obras lo llevaron a juzgar a los demás, mientras que el publicano no juzga a nadie, sólo oraba: “Señor, ten misericordia de mí, que soy un pecador”, y se fue a su casa justificado.
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VimeroGamer
-El hijo pródigo: Dios señala su amor a la humanidad, que siempre nos recibira por mas perdidos que estemos. - Párabola de los talentos: Dios señala su misericordia, perdonando a la humanidad.
a) En Mt 18,23-35, tenemos la parábola del siervo que no perdona y que pone de relieve la reciprocidad de misericordia: “¿No debías tú también compadecerte de tu compañero, del mismo modo que yo me compadecí de ti?” (18,33). Al comentar esta parábola, el Santo Padre dice: “Jesús afirma que la misericordia no es solo el obrar del Padre, sino que ella se convierte en el criterio para saber quiénes son realmente sus verdaderos hijos. Así entonces, estamos llamados a vivir de misericordia, porque a nosotros en primer lugar se nos ha aplicado misericordia. El perdón de las ofensas deviene la expresión más evidente del amor misericordioso y para nosotros cristianos es un imperativo del que no podemos prescindir” (MV 9).
b) En el Evangelio de Lucas, la parábola de los dos deudores y sus acreedores (Lc 7,36-50), que contó en la casa de Simón el fariseo, presenta la unión de la misericordia divina y la miseria humana. La mujer a la que más se le perdona, más ama. Se afirma que sólo la misericordia y el perdón de Dios pueden compensar la deuda que cada uno de nosotros tiene con Dios.
c) La parábola del buen samaritano (Lc 10,25-37) demuestra que el amor de Dios no puede separarse del amor al prójimo. El prójimo se define por la misericordia y la compasión (“El que tuvo compasión de él” – v.37), que es más que un sentimiento de “simpatía”, es la acción de ‘cuidar’ al que está en necesidad, superando todas las barreras religiosas, sociales, culturales o étnicas.
d) Las parábolas de la oveja perdida, la moneda perdida y el hijo perdido o el Padre misericordioso (Lc 15,1-32) legítimamente pueden ser llamadas el “Evangelio de la misericordia”. La misericordia se convierte en una búsqueda de algo que se pierde, que culmina en regocijo. Acentuando este ‘regocijo’ en Lc 15, el Santo Padre escribe: “En estas parábolas, Dios es presentado siempre lleno de alegría, sobre todo cuando perdona. En ellas encontramos el núcleo del Evangelio y de nuestra fe, porque la misericordia se muestra como la fuerza que todo vence, que llena de amor el corazón y que consuela con el perdón”. (MV 9)
e) La parábola del hombre rico y el mendigo Lázaro (Lc 16,19-31) revela que el que no tiene piedad de los demás cuando todavía está vivo, no hallará misericordia de Dios en la otra vida.
f) La parábola del juez y la viuda (Lc 18,1-8) destaca que la oración perseverante es capaz de hacer cambiar de opinión, y mostrar misericordia a los que abogan por la justicia.
g) La parábola del fariseo y el publicano en el templo (Lc 18,9-14) demuestra que el fariseo no se fue a su casa justificado, pues la piedad, la religiosidad y las buenas obras lo llevaron a juzgar a los demás, mientras que el publicano no juzga a nadie, sólo oraba: “Señor, ten misericordia de mí, que soy un pecador”, y se fue a su casa justificado.
- Párabola de los talentos: Dios señala su misericordia, perdonando a la humanidad.