Tal vez el momento más aterrador para cualquier persona que deba redactar un texto (sin importar la experiencia que se tenga a la hora de escribir y el tipo de texto por hacer) es el de enfrentarse con la página en blanco. Es como si el papel o la pantalla nos interpelaran y nos acercaran a nuestros miedos más profundos, a esos que tienen que ver con dar a conocer lo que somos a través de la palabra. Porque aunque escribamos un simple correo electrónico o una solicitud, cómo lo hagamos siempre dirá mucho de nosotros. El miedo a empezar a escribir, a estampar aquel primer signo que subyugará a la página, es un miedo común pero también fácil de resolver. Y para superarlo existe una fórmula sencilla: planificar. El temor desaparece cuando tenemos claro qué vamos a escribir en aquel espacio en blanco. Al saber qué vamos a decir, las palabras fluyen.
El proceso de escritura se compone de tres etapas: la planificación, la redacción y la revisión. Con los apuros del día a día, y debido a la cantidad de información que debemos procesar en nuestra cotidianidad, como escritores solemos olvidarnos de las etapas de planificación y de revisión, y solo nos concentramos, al apuro, en la etapa de redacción. Por eso tenemos miedo a escribir, porque pensamos que hacerlo solo consiste en dar rienda suelta a nuestros pensamientos y volcarlos sobre el papel (o la pantalla). Entonces, como no planificamos, el texto se desborda con ideas inconexas a las que al final no podemos dominar.
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Tal vez el momento más aterrador para cualquier persona que deba redactar un texto (sin importar la experiencia que se tenga a la hora de escribir y el tipo de texto por hacer) es el de enfrentarse con la página en blanco. Es como si el papel o la pantalla nos interpelaran y nos acercaran a nuestros miedos más profundos, a esos que tienen que ver con dar a conocer lo que somos a través de la palabra. Porque aunque escribamos un simple correo electrónico o una solicitud, cómo lo hagamos siempre dirá mucho de nosotros. El miedo a empezar a escribir, a estampar aquel primer signo que subyugará a la página, es un miedo común pero también fácil de resolver. Y para superarlo existe una fórmula sencilla: planificar. El temor desaparece cuando tenemos claro qué vamos a escribir en aquel espacio en blanco. Al saber qué vamos a decir, las palabras fluyen.
El proceso de escritura se compone de tres etapas: la planificación, la redacción y la revisión. Con los apuros del día a día, y debido a la cantidad de información que debemos procesar en nuestra cotidianidad, como escritores solemos olvidarnos de las etapas de planificación y de revisión, y solo nos concentramos, al apuro, en la etapa de redacción. Por eso tenemos miedo a escribir, porque pensamos que hacerlo solo consiste en dar rienda suelta a nuestros pensamientos y volcarlos sobre el papel (o la pantalla). Entonces, como no planificamos, el texto se desborda con ideas inconexas a las que al final no podemos dominar.