comdoraAlexby
José Antonio Ramos Sucre nació el 9 de junio de 1890 en Cumaná, «esa idolatrada Jerusalem», como él mismo la llamó en uno de sus poemas iniciales. Casi no tuvo una infancia normal: fue formado obsesivamente en estrictas disciplinas humanísticas, para las cuales estuvo especialmente dotado. En Caracas estudió leyes y, al término de su carrera, se desempeñó circunstancialmente como juez, por cierto con sabiduría y rectitud. Desde muy joven se ganó la vida como profesor de latín e historia universal en liceos y como traductor de diversas lenguas en la Cancillería venezolana. Este trabajo consumió muchas de sus energías físicas; lo cumplió siempre con el esmero y la tenacidad que le infundía su pasión intelectual, no obstante la fragilidad de su salud, sus crónicos insomnios y la concentración que le exigía su propia obra.Publicó en 1921 Trizas de papel, libro quizá todavía un tanto indefinido e indeciso; y en 1923, una plaquette tituladaSobre las huellas de Humboldt, que calificó de «ensayo» y era, sin duda, algo más. En los seis años siguientes será cuando se dibuje el verdadero trazo de su obra. Corrige los escritos de su primer libro, retoma su «ensayo» sobre Humboldt y añade cincuenta nuevos textos, imponiéndole a todo ello un orden más vasto y significativo. Así nace en 1925 La torre de Timón, un libro que es ya lo que una conciencia poética requiere para darnos la impresión de un universo verbal con su propia trama de significaciones.Las formas del fuego y El cielo de esmalte, ambos de 1929, amplían y matizan su visión; con ellos culmina también el inconfundible estilo de sus poemas en prosa. Ese genio de la concisión y de la síntesis que le permite recrear épocas, personajes y aventuras de la historia como si estuviera -otra vez- fabulando y descifrando los emblemas del mundo. En efecto, la poesía de Ramos Sucre dramatiza y superpone (como «los agilitados caballos de Fidias») la más versátil metáfora del hombre y sus civilizaciones, así como la fijeza, a veces trágica, de su destino.
nicoleroqueEl mariscal Antonio José de Sucre fue un luchador de todos los días. Combatió contra las fallas humanas, contra los elementos, contra las distancias. Su preocupación por los servicios, por la eficiencia administrativa y por la educación para todos por igual, llenó muchas de sus horas. Fue indoblegable en su actitud vigilante por la probidad. Castigaba sin vacilar, con rigor extremo, crímenes, vicios y corruptelas, pero fue magnánimo con enemigos y adversarios vencidos. Sobre todo resaltan en Sucre sus conceptos del patriotismo americano, del honor, de la gratitud y la lealtad.Lectura recomendada: “De mi propia mano” por Antonio José de SucreRevisa el poema: Sucre ha vuelto, voltea a verle