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Uando, en 1938, Otto Hahn descubrió la increíble cantidad de energía que se podía liberar al dividir el átomo de uranio, abrió el camino para conseguir no sólo una fuente de electricidad potencialmente ilimitada, sino también para lograr la bomba atómica.Hoy, el potencial de este elemento nos sitúa en una nueva encrucijada, que divide a los ecologistas.La ironía está en que los primeros usos del uranio ni siquiera alumbraban su increíble potencial.En la mesa de laboratorio del departamento de Química del University College de Londres, el profesor Andrea Sella sitúa en fila varios objetos de cristal de un color verde amarillento, un salero y un vaso de vino.Sella apaga las luces del laboratorio y enciende una bombilla ultravioleta.De pronto, la fila de vasos se enciende con una misteriosa fluorescencia. El color y el brillo extraordinario es el resultado de las sales de uranio del vaso, explica.Este fenómeno deleitaba y perturbaba por igual a los hombres de la época victoriana.Pensaban, incluso algunos de los científicos que investigaban las propiedades del uranio, que los misteriosos colores y las luces eran indicios de un vínculo con el mundo sobrenatural.Solo a finales del siglo XIX se descubrió que el uranio tenía, de hecho, propiedades de otro mundo.RadioactividadEn 1896, Henri Becquerei descubrió que al colocar sales de uranio sobre una placa fotográfica, la placa se ennegrecía a causa de la radiación emitida por las sales de uranio. La radiación atravesaba papeles negros y sustancias opacas.Fue su estudiante doctoral Marie Curie la que llamó a esta propiedad "radioactividad", utilizando el prefijo "radio" de la palabra griega que denomina el rayo o el haz de luz,