Gruesas gotas de sudor, corrían por la arrugada frente de don Lorenzo Sarmiento, llevaba varias horas empujando la carreta por el desolado camino.
Las pocas personas que a esa hora de la tarde transitaban por la vía, le miraban con extrañeza, sin embargo continuaban su marcha sin atreverse a preguntarle nada. Pero una anciana de nombre Carmen Julia, se detuvo a su lado y le pregunto:
– ¿Disculpe señor pero me puede explicar por qué usted empuja esa carreta tan pesada y con ese burro encima?
Don Lorenzo detuvo su marcha y arrugando el entrecejo respondió:
– ¡Mí doña es usted la única persona que se ha atrevido a preguntarme esa cosa, pero mi deber de buen ciudadano es responderle, mire yo empujo esta carreta con este pesado burro encima, porque le estoy muy agradecido, ya que por más de veinte años, este animal me ha cargado sobre su lomo sin nunca quejarse y yo en agradecimiento ahora que está viejo y enfermo, lo llevo a la sabana para que se alimente y al río para que tome agua!.
Gruesas gotas de sudor, corrían por la arrugada frente de don Lorenzo Sarmiento, llevaba varias horas empujando la carreta por el desolado camino.
Las pocas personas que a esa hora de la tarde transitaban por la vía, le miraban con extrañeza, sin embargo continuaban su marcha sin atreverse a preguntarle nada. Pero una anciana de nombre Carmen Julia, se detuvo a su lado y le pregunto:
– ¿Disculpe señor pero me puede explicar por qué usted empuja esa carreta tan pesada y con ese burro encima?
Don Lorenzo detuvo su marcha y arrugando el entrecejo respondió:
– ¡Mí doña es usted la única persona que se ha atrevido a preguntarme esa cosa, pero mi deber de buen ciudadano es responderle, mire yo empujo esta carreta con este pesado burro encima, porque le estoy muy agradecido, ya que por más de veinte años, este animal me ha cargado sobre su lomo sin nunca quejarse y yo en agradecimiento ahora que está viejo y enfermo, lo llevo a la sabana para que se alimente y al río para que tome agua!.