La denominada agenda internacional y, en particular, su tratamiento no es un tema suficientemente discutido en el debate público. Y nuestro país tiene el peso suficiente para influir en ese debate internacional, pero también la responsabilidad de no sustraerse al mismo.
El tema que elegí para mi intervención de despedida fue, precisamente, cómo podemos mejorar los aliados nuestra visión compartida de la seguridad internacional; forma diplomática de plantear si disponemos realmente de ese enfoque común. Me concentro en los puntos clave.
Primero. Hay que tener en cuenta mucho más las diferentes percepciones y las características de cada conflicto, ya que de otra forma, nuestra acción no será ni entendida, ni aceptada. La OTAN no puede caer en la llamada trampa afgana, consistente en permanecer allí durante años para apoyar la estabilidad y reconstrucción, sin que los propios afganos cumplan sus compromisos, con su propia población y con nosotros.
Hay que profundizar mucho más en la insurgencia y su táctica. En el plano militar, esto exige, como bien decía Miguel Ángel Aguilar hace unos días, más inteligencia y unas fuerzas específicas; sobre todo, fuerzas afganas mucho mejor preparadas. Sin embargo, esto no basta. Y sería ingenuo pretender que la acción de la Alianza, en solitario, pueda o deba resolver el problema. Si hay una solución, se encuentra en el plano social y en la acción política de los propios afganos. El país carece de una conciencia de Estado. Kabul debe tener en cuenta el tejido tribal, y la importancia de que la educación y el desarrollo lleguen a las provincias. La afganización no es sólo una estrategia de salida para la comunidad internacional, sino un enfoque indispensable para entender el conflicto. Hay suficiente experiencia para saber que una presencia demasiado dilatada de las fuerzas internacionales puede ser contraproducente. En conclusión, si tenemos un pacto, cada parte debe honrarlo, para avanzar en la lucha contra el terrorismo y la pobreza.
Respuesta:
La denominada agenda internacional y, en particular, su tratamiento no es un tema suficientemente discutido en el debate público. Y nuestro país tiene el peso suficiente para influir en ese debate internacional, pero también la responsabilidad de no sustraerse al mismo.
El tema que elegí para mi intervención de despedida fue, precisamente, cómo podemos mejorar los aliados nuestra visión compartida de la seguridad internacional; forma diplomática de plantear si disponemos realmente de ese enfoque común. Me concentro en los puntos clave.
Primero. Hay que tener en cuenta mucho más las diferentes percepciones y las características de cada conflicto, ya que de otra forma, nuestra acción no será ni entendida, ni aceptada. La OTAN no puede caer en la llamada trampa afgana, consistente en permanecer allí durante años para apoyar la estabilidad y reconstrucción, sin que los propios afganos cumplan sus compromisos, con su propia población y con nosotros.
Hay que profundizar mucho más en la insurgencia y su táctica. En el plano militar, esto exige, como bien decía Miguel Ángel Aguilar hace unos días, más inteligencia y unas fuerzas específicas; sobre todo, fuerzas afganas mucho mejor preparadas. Sin embargo, esto no basta. Y sería ingenuo pretender que la acción de la Alianza, en solitario, pueda o deba resolver el problema. Si hay una solución, se encuentra en el plano social y en la acción política de los propios afganos. El país carece de una conciencia de Estado. Kabul debe tener en cuenta el tejido tribal, y la importancia de que la educación y el desarrollo lleguen a las provincias. La afganización no es sólo una estrategia de salida para la comunidad internacional, sino un enfoque indispensable para entender el conflicto. Hay suficiente experiencia para saber que una presencia demasiado dilatada de las fuerzas internacionales puede ser contraproducente. En conclusión, si tenemos un pacto, cada parte debe honrarlo, para avanzar en la lucha contra el terrorismo y la pobreza.
Explicación:
espero te sirva bro