Tengo tu voz, tengo tu tos, oigo tu canto en el mío.
Rumbos paralelos, dos anzuelos en un mismo río.
Vamos al mar, vamos a dar cuerda a antiguas vitrolas.
Vamos pedaleando contra el viento, detrás de las olas.
Tengo una canción para mostrarte, talvez cuando vaya….
Tengo tu sonrisa en un rincón de mi salvapantallas.
Años atrás de pronto la casa se llenó de canciones.
Músicas y versos que brotaban desde tantos rincones.
Vamos al mar, vamos a dar guerra con cuatro guitarras.
Vamos pedaleando contra el tiempo, soltando amarras.
Brindo por las veces que perdimos las mismas batallas.
Tengo tu sonrisa en un rincón de mi salvapantallas.
Prosa: Mariano José de Larra.
No sé en qué consiste que soy naturalmente curioso; es un deseo de saberlo todo que nació conmigo, que siento bullir en todas mis venas, y que me obliga más de cuatro veces al día a meterme en rincones excusados por escuchar caprichos ajenos, que luego me proporcionan materia de diversión para aquellos ratos que paso en mi cuarto y a veces en mi cama sin dormir; en ellos recapacito lo que he oído, y río como un loco de los locos que he escuchado.
Este deseo, pues, de saberlo todo me metió no hace dos días en cierto café de esta corte donde suelen acogerse a matar el tiempo y el fastidio dos o tres abogados que no podrían hablar sin sus anteojos puestos, un médico que no podría curar sin su bastón en la mano, cuatro chimeneas ambulantes que no podrían vivir si hubieran nacido antes del descubrimiento del tabaco: tan enlazada está su existencia con la nicotina, y varios de estos que apodan en el día con el tontísimo y chabacano nombre de lechuguinos, alias, botarates, que no acertarían a alternar en sociedad si los desnudasen de dos o tres cajas de joyas que llevan, como si fueran tiendas de alhajas, en todo el frontispicio de su persona, y si les mandasen que pensaran como racionales, que accionaran y se movieran como hombres, y, sobre todo, si les echaran un poco más de sal en la mollera.
Tengo tu voz,
tengo tu tos,
oigo tu canto en el mío.
Rumbos paralelos,
dos anzuelos
en un mismo río.
Vamos al mar,
vamos a dar
cuerda a antiguas vitrolas.
Vamos pedaleando
contra el viento,
detrás de las olas.
Tengo una canción
para mostrarte,
talvez cuando vaya….
Tengo tu sonrisa
en un rincón
de mi salvapantallas.
Años atrás
de pronto la casa
se llenó de canciones.
Músicas y versos
que brotaban
desde tantos rincones.
Vamos al mar,
vamos a dar
guerra con cuatro guitarras.
Vamos pedaleando
contra el tiempo,
soltando amarras.
Brindo por las veces
que perdimos
las mismas batallas.
Tengo tu sonrisa
en un rincón
de mi salvapantallas.
Prosa: Mariano José de Larra.
No sé en qué consiste que soy naturalmente curioso; es un deseo de saberlo todo que nació conmigo, que siento bullir en todas mis venas, y que me obliga más de cuatro veces al día a meterme en rincones excusados por escuchar caprichos ajenos, que luego me proporcionan materia de diversión para aquellos ratos que paso en mi cuarto y a veces en mi cama sin dormir; en ellos recapacito lo que he oído, y río como un loco de los locos que he escuchado.
Este deseo, pues, de saberlo todo me metió no hace dos días en cierto café de esta corte donde suelen acogerse a matar el tiempo y el fastidio dos o tres abogados que no podrían hablar sin sus anteojos puestos, un médico que no podría curar sin su bastón en la mano, cuatro chimeneas ambulantes que no podrían vivir si hubieran nacido antes del descubrimiento del tabaco: tan enlazada está su existencia con la nicotina, y varios de estos que apodan en el día con el tontísimo y chabacano nombre de lechuguinos, alias, botarates, que no acertarían a alternar en sociedad si los desnudasen de dos o tres cajas de joyas que llevan, como si fueran tiendas de alhajas, en todo el frontispicio de su persona, y si les mandasen que pensaran como racionales, que accionaran y se movieran como hombres, y, sobre todo, si les echaran un poco más de sal en la mollera.