Hace apenas cincuenta mil años éramos una de las especies más agresivas y dañinas, del planeta. Éramos conocidos por las prácticas del canibalismo, infanticidio y mal trato del sexo opuesto. El clima, era muy duro debido en parte a la super volcán Toba y la población quedó reducida a unos cinco mil individuos de los cuales sólo unos ciento cincuenta iniciaron la emigración hacia el resto del mundo, principalmente, Asia y Cercano Oriente.
Hace unos diez mil años las cosas mejoraron un tanto en un sentido y empeoraron en otros. La consolidación de la monogamia en aras de la necesaria inversión parental disminuyó la rivalidad entre los hombres -al contar cada uno de ellos con su compañera-, si bien complicó las relaciones de la pareja con el ejercicio de los celos y otro tipo de abusos para garantizar que no se coadyuvaba a perpetuar los genes de los demás. Entre los factores también negativos hay que añadir, por supuesto, el inicio del ejercicio del poder y el invento de la pobreza a raíz de la creación de los primeros excedentes agrícolas.
El peso de la colaboración social -o de los genes más cariñosos y conciliadores de los bonobos, que también figuran en nuestro árbol genético- hicieron de nosotros una especie más cooperativa y mansa.
Hace apenas cincuenta mil años éramos una de las especies más agresivas y dañinas, del planeta. Éramos conocidos por las prácticas del canibalismo, infanticidio y mal trato del sexo opuesto. El clima, era muy duro debido en parte a la super volcán Toba y la población quedó reducida a unos cinco mil individuos de los cuales sólo unos ciento cincuenta iniciaron la emigración hacia el resto del mundo, principalmente, Asia y Cercano Oriente.
Hace unos diez mil años las cosas mejoraron un tanto en un sentido y empeoraron en otros. La consolidación de la monogamia
en aras de la necesaria inversión parental disminuyó la rivalidad entre
los hombres -al contar cada uno de ellos con su compañera-, si bien
complicó las relaciones de la pareja con el ejercicio de los celos y
otro tipo de abusos para garantizar que no se coadyuvaba a perpetuar
los genes de los demás. Entre los factores también negativos hay que
añadir, por supuesto, el inicio del ejercicio del poder y el invento de
la pobreza a raíz de la creación de los primeros excedentes agrícolas.
El peso de la colaboración social -o de los genes más cariñosos y
conciliadores de los bonobos, que también figuran en nuestro árbol
genético- hicieron de nosotros una especie más cooperativa
y mansa.