En el reino de las 5 princesas vivía Nasha, que era la más aventurera de todas ellas y le encantaba viajar. Era una chica de 18 años y tenía un hermano mayor que siempre estaba de viaje con sus padres. Entonces ella era la que se ocupaba siempre de sus hermanos: la más pequeña, María, y su hermanito bebé, Julito.
Sus abuelos, que también vivían con ellos y les cuidaban, se llamaban Luisa y Fernando. Todo el reino les quería muchísimo porque habían reinado con mucha bondad y justicia.
Una tarde de invierno en la que lucía el sol, Nasha, que odiaba pasar el día entero sin salir, decidió dar una vuelta por el jardín con su hermana María mientras Julio dormía.
Nasha le enseñó a María una parte del jardín que la pequeña nunca había visto y a la que ella misma llevaba años sin ir. Allí se encontraron algo fascinante. Durante los años que Nasha llevaba sin ir, un pequeño dragoncito se había instalado en una pequeña cueva oculta entre la maleza, al que encontraron cuando intentaba coger frutos de un árbol al que no llegaba por ser muy pequeño.
La primera en reaccionar fue María, que le ayudó a cogerlos. El dragón se puso muy contento, parecía que María le caía muy bien. María también estaba muy contenta y le dijo a Nasha, que todavía estaba un poco petrificada, si lo podían adoptar. Nasha, que desde siempre había querido tener una mascota, le dijo que sí pero aún tenían que ponerle un nombre. Pensaron durante un largo rato mientras jugaban con el dragoncito hasta que se hizo muy tarde, y decidieron volver a casa y llevarlo con ellas, así sus abuelos les ayudarían a elegir un nombre para el pequeño dragón.
Llegaron al castillo y a Luisa el pequeño dragoncito le pareció encantador pero… a Fernando no le terminaba de convencer: “¿y si se hacía grande y no cabía en el castillo? ¿Y si echaba fuego y lo incendiaba todo?”. Y más preguntas por el estilo.
Al final, Fernando terminó aceptando que podría ser divertido.
De repente, se escuchó un golpe seguido de un llanto procedente de arriba. Nasha corrió a ver qué ocurría y era el pequeño Julio que se había caído de la cuna. Cuando Julio vio al dragoncito dejó de llorar, empezó a reír y se puso a jugar con él en el salón donde se encontraba la chimenea. María recordó que el dragón no tenía nombre aún y Luisa, Fernando, Nasha y María, se pusieron a pensar en uno: Blacky, Duna, Eli, Jerry, Katy, Eby, Joe, Canela, Codi, Audrey…
Entonces Julio, que estaba jugando junto a la chimenea, al ver las llamas y las chipas que procedían de los troncos al arder dijo: ¡chispi! y el dragoncito se puso a saltar. Parecía que le había gustado, así que finalmente se llamaría…Chispi.
Cuento: Nasha y el dragoncito
Érase una vez…
En el reino de las 5 princesas vivía Nasha, que era la más aventurera de todas ellas y le encantaba viajar. Era una chica de 18 años y tenía un hermano mayor que siempre estaba de viaje con sus padres. Entonces ella era la que se ocupaba siempre de sus hermanos: la más pequeña, María, y su hermanito bebé, Julito.
Sus abuelos, que también vivían con ellos y les cuidaban, se llamaban Luisa y Fernando. Todo el reino les quería muchísimo porque habían reinado con mucha bondad y justicia.
Una tarde de invierno en la que lucía el sol, Nasha, que odiaba pasar el día entero sin salir, decidió dar una vuelta por el jardín con su hermana María mientras Julio dormía.
Nasha le enseñó a María una parte del jardín que la pequeña nunca había visto y a la que ella misma llevaba años sin ir. Allí se encontraron algo fascinante. Durante los años que Nasha llevaba sin ir, un pequeño dragoncito se había instalado en una pequeña cueva oculta entre la maleza, al que encontraron cuando intentaba coger frutos de un árbol al que no llegaba por ser muy pequeño.
La primera en reaccionar fue María, que le ayudó a cogerlos. El dragón se puso muy contento, parecía que María le caía muy bien. María también estaba muy contenta y le dijo a Nasha, que todavía estaba un poco petrificada, si lo podían adoptar. Nasha, que desde siempre había querido tener una mascota, le dijo que sí pero aún tenían que ponerle un nombre. Pensaron durante un largo rato mientras jugaban con el dragoncito hasta que se hizo muy tarde, y decidieron volver a casa y llevarlo con ellas, así sus abuelos les ayudarían a elegir un nombre para el pequeño dragón.
Llegaron al castillo y a Luisa el pequeño dragoncito le pareció encantador pero… a Fernando no le terminaba de convencer: “¿y si se hacía grande y no cabía en el castillo? ¿Y si echaba fuego y lo incendiaba todo?”. Y más preguntas por el estilo.
Al final, Fernando terminó aceptando que podría ser divertido.
De repente, se escuchó un golpe seguido de un llanto procedente de arriba. Nasha corrió a ver qué ocurría y era el pequeño Julio que se había caído de la cuna. Cuando Julio vio al dragoncito dejó de llorar, empezó a reír y se puso a jugar con él en el salón donde se encontraba la chimenea. María recordó que el dragón no tenía nombre aún y Luisa, Fernando, Nasha y María, se pusieron a pensar en uno: Blacky, Duna, Eli, Jerry, Katy, Eby, Joe, Canela, Codi, Audrey…
Entonces Julio, que estaba jugando junto a la chimenea, al ver las llamas y las chipas que procedían de los troncos al arder dijo: ¡chispi! y el dragoncito se puso a saltar. Parecía que le había gustado, así que finalmente se llamaría…Chispi.