Sebastián era un caracol tranquilo, con muchos años y recorridos a su espalda. Y no es que no hubiera sido valiente, sino que la casa que llevaba sobre su escurridizo lomo pesaba ya demasiado y hasta chirriaba, y eso le hacía temer. “Los años no pasan en balde…”, se decía el pobre Sebastián mientras procuraba llegar a pasitos muy muy lentos hasta el arroyo, como hacía cada primavera.
En el maravilloso prado en el que vivía, todos los animalitos celebraban la llegada de esta estación con mucho entusiasmo. Acudían todos hasta el arroyo para darse un chapuzón fresquito, las mariposas lo adornaban todo con flores silvestres, las abejas preparaban deliciosos tarros de miel, las ardillas pelaban riquísimas nueces…para dar la bienvenida a la primavera como se merecía. A Sebastián siempre le había encantado participar, pero como ahora ya se había hecho muy mayor y su casa era demasiado pesada, había perdido un poco la ilusión. Y es que el caracol Sebastián siempre se encargaba de avisar a todos los animalitos del bosque y de organizar los mejores juegos, y ahora ya no podía hacerlo igual de bien que antaño.
Así, mientras intentaba un año más dirigirse hacia el arroyo, y al ver que tras varias horas de recorrido apenas había realizado ni la mitad del camino, Sebastián entristecido decidió dar marcha atrás y no acudir al gran evento. El viejo caracol pensó que no importaría y que nadie le echaría en falta, pero se equivocó. Preocupados, al ver que el atardecer se avecinaba y Sebastián aún no había llegado al arroyo, todos los animales del prado se organizaron dispuestos a encontrar a su gran amigo Sebastián, el rey de todas las fiestas.
¡Sebastián! ¿Qué haces todavía aquí? ¿Te has olvidado de que hoy es el día en que damos la bienvenida a la primavera, la estación más bonita del mundo? – Preguntó la ardilla Paca, uno de los animalitos más rápidos del lugar.
No me he olvidado, querida Paca, pero es que estoy muy viejito y mi casa es ya muy pesada como para poder moverla de acá para allá, y tengo miedo de que se rompa en mil pedazos.
¡Tonterías!
Y como si no hubiera escuchado nada, la ardilla Paca corrió de nuevo hacia donde se encontraban el resto de animales y, tras unas pocas palabras, todos comenzaron a trabajar. Al poco rato una hermosa carretilla de madera lucía radiante, lista para llevar al caracol Sebastián hasta la fiesta sin que tuviera que preocuparse de nada.
Y así lo hicieron. Con mucho empeño y esfuerzo todos los animalitos fueron empujando poco a poco al viejo caracol para que pudiese subir a la carretilla. Una vez allí, Sebastián no podía creer lo que veía. ¡Los animalitos se habían esforzado mucho y todo estaba precioso! Y el pobre Sebastián se emocionó al recordar los buenos momentos vividos, olvidándose por un momento de que se había hecho mayor y de que su casita se había vuelto muy pesada, y participando en la fiesta como el que más.
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Sebastián, el caracol valiente
Sebastián era un caracol tranquilo, con muchos años y recorridos a su espalda. Y no es que no hubiera sido valiente, sino que la casa que llevaba sobre su escurridizo lomo pesaba ya demasiado y hasta chirriaba, y eso le hacía temer. “Los años no pasan en balde…”, se decía el pobre Sebastián mientras procuraba llegar a pasitos muy muy lentos hasta el arroyo, como hacía cada primavera.
En el maravilloso prado en el que vivía, todos los animalitos celebraban la llegada de esta estación con mucho entusiasmo. Acudían todos hasta el arroyo para darse un chapuzón fresquito, las mariposas lo adornaban todo con flores silvestres, las abejas preparaban deliciosos tarros de miel, las ardillas pelaban riquísimas nueces…para dar la bienvenida a la primavera como se merecía. A Sebastián siempre le había encantado participar, pero como ahora ya se había hecho muy mayor y su casa era demasiado pesada, había perdido un poco la ilusión. Y es que el caracol Sebastián siempre se encargaba de avisar a todos los animalitos del bosque y de organizar los mejores juegos, y ahora ya no podía hacerlo igual de bien que antaño.
Así, mientras intentaba un año más dirigirse hacia el arroyo, y al ver que tras varias horas de recorrido apenas había realizado ni la mitad del camino, Sebastián entristecido decidió dar marcha atrás y no acudir al gran evento. El viejo caracol pensó que no importaría y que nadie le echaría en falta, pero se equivocó. Preocupados, al ver que el atardecer se avecinaba y Sebastián aún no había llegado al arroyo, todos los animales del prado se organizaron dispuestos a encontrar a su gran amigo Sebastián, el rey de todas las fiestas.
¡Sebastián! ¿Qué haces todavía aquí? ¿Te has olvidado de que hoy es el día en que damos la bienvenida a la primavera, la estación más bonita del mundo? – Preguntó la ardilla Paca, uno de los animalitos más rápidos del lugar.
No me he olvidado, querida Paca, pero es que estoy muy viejito y mi casa es ya muy pesada como para poder moverla de acá para allá, y tengo miedo de que se rompa en mil pedazos.
¡Tonterías!
Y como si no hubiera escuchado nada, la ardilla Paca corrió de nuevo hacia donde se encontraban el resto de animales y, tras unas pocas palabras, todos comenzaron a trabajar. Al poco rato una hermosa carretilla de madera lucía radiante, lista para llevar al caracol Sebastián hasta la fiesta sin que tuviera que preocuparse de nada.
Y así lo hicieron. Con mucho empeño y esfuerzo todos los animalitos fueron empujando poco a poco al viejo caracol para que pudiese subir a la carretilla. Una vez allí, Sebastián no podía creer lo que veía. ¡Los animalitos se habían esforzado mucho y todo estaba precioso! Y el pobre Sebastián se emocionó al recordar los buenos momentos vividos, olvidándose por un momento de que se había hecho mayor y de que su casita se había vuelto muy pesada, y participando en la fiesta como el que más.
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