-Aléjate de mí- decía ella en susurros porque sabía que sus gritos serían en vano incluso cuando estaba rodeada de gente que estaba más loca que ella. Alucinaciones y gritos eran algunas de las cosas que Melisa sentía cada noche. Su vida se había convertido en una rutina monótona en la que la mayor emoción que sentía era cuando veía al caer la noche, esos ojos rojos que la observaban desde esa esquina que recordaría como la más terrorífica. Le susurraba cosas que parecían llegarle a oído con un frío inexplicable que le daba un escalofrío por todo el cuerpo. Era ahí cuando sabía que tenía que salir de esa habitación, pedir ayuda a quien fuera pero el miedo la mantenía paralizada.
Todas las mañanas, cuando el primer rayo de sol tocaba su almohada, sacaba un libro que guardaba debajo de su colchón. La tranquilizaba y le daba esperanza de lo que podía ser una forma de deshacerse de aquello que ella afirmaba era una presencia demoníaca. Leía y leía y con cada página que pasaba se acercaba más a lo que explicaría como destruir eso que la perseguía. A las 8:00 de la mañana era la hora que más despreciaba; tenía que salir de su habitación a tomar su medicina. Tenía un diagnostico que le había dado el Dr. Sanabria quien le insistía que todo aquello que veía estaba en su mente. Y así era. Todo lo que veía podía ser producto de esa enfermedad genética que llevaba en la sangre por su madre quien había muerto. Sólo le dejó ese libro que leía cada mañana. Una página estaba resaltada como si su madre quisiera decirle algo."Una rosa es todo lo que queda del alma" decía. Ella nunca lo entendió y nunca lo haría.
Melisa creció en una prestigiosa familia en un pequeño pueblo. Había tenido tres maridos es sólo ocho años con los cuales tuvo cinco hijos. Sólo dos de ellos se quedaron con ella al empezar su enfermedad pero esperaban con ansias el día de su muerte por las riquezas que ganarían con su testamento. Desde pequeña se escuchaban rumores de la extraña forma en que su familia se volvió rica después de provenir de una familia muy humilde. Algunos afirmaban incluso que había hecho pactos con el Diablo para cumplir sus ambiciosos deseos. Pero eran sólo eso, afirmaciones sin fundamentos, rumores que se creaban para llenar las charlas vacías de personas que ya no tenían de qué hablar.
Era una mañana de mayo de 1968, el Dr Sanabria reportó la huida de una paciente por primera vez en la historia del instituto. Los hijos de Melisa llegaron a la habitación en la cual su madre fue víctima de tormentos y cuyas paredes estaban rayadas, todas con la misma frase:"Aléjate de mí". En la cama había una rosa y un libro y el olor fúnebre impregnó el lugar.
Respuesta:
ESPEROOO TE AYUDEEEEEE
Respuesta:
Muerte Anunciada.
-Aléjate de mí- decía ella en susurros porque sabía que sus gritos serían en vano incluso cuando estaba rodeada de gente que estaba más loca que ella. Alucinaciones y gritos eran algunas de las cosas que Melisa sentía cada noche. Su vida se había convertido en una rutina monótona en la que la mayor emoción que sentía era cuando veía al caer la noche, esos ojos rojos que la observaban desde esa esquina que recordaría como la más terrorífica. Le susurraba cosas que parecían llegarle a oído con un frío inexplicable que le daba un escalofrío por todo el cuerpo. Era ahí cuando sabía que tenía que salir de esa habitación, pedir ayuda a quien fuera pero el miedo la mantenía paralizada.
Todas las mañanas, cuando el primer rayo de sol tocaba su almohada, sacaba un libro que guardaba debajo de su colchón. La tranquilizaba y le daba esperanza de lo que podía ser una forma de deshacerse de aquello que ella afirmaba era una presencia demoníaca. Leía y leía y con cada página que pasaba se acercaba más a lo que explicaría como destruir eso que la perseguía. A las 8:00 de la mañana era la hora que más despreciaba; tenía que salir de su habitación a tomar su medicina. Tenía un diagnostico que le había dado el Dr. Sanabria quien le insistía que todo aquello que veía estaba en su mente. Y así era. Todo lo que veía podía ser producto de esa enfermedad genética que llevaba en la sangre por su madre quien había muerto. Sólo le dejó ese libro que leía cada mañana. Una página estaba resaltada como si su madre quisiera decirle algo."Una rosa es todo lo que queda del alma" decía. Ella nunca lo entendió y nunca lo haría.
Melisa creció en una prestigiosa familia en un pequeño pueblo. Había tenido tres maridos es sólo ocho años con los cuales tuvo cinco hijos. Sólo dos de ellos se quedaron con ella al empezar su enfermedad pero esperaban con ansias el día de su muerte por las riquezas que ganarían con su testamento. Desde pequeña se escuchaban rumores de la extraña forma en que su familia se volvió rica después de provenir de una familia muy humilde. Algunos afirmaban incluso que había hecho pactos con el Diablo para cumplir sus ambiciosos deseos. Pero eran sólo eso, afirmaciones sin fundamentos, rumores que se creaban para llenar las charlas vacías de personas que ya no tenían de qué hablar.
Era una mañana de mayo de 1968, el Dr Sanabria reportó la huida de una paciente por primera vez en la historia del instituto. Los hijos de Melisa llegaron a la habitación en la cual su madre fue víctima de tormentos y cuyas paredes estaban rayadas, todas con la misma frase:"Aléjate de mí". En la cama había una rosa y un libro y el olor fúnebre impregnó el lugar.