El libro comienza con ese extraño presentimiento que se manifestó en el corazón de Luis Alejandro Velasco desde que le dijeron que era hora de abandonar Estados Unidos y regresar a Colombia. El primer capítulo narra las conversaciones que sostuvo con cada uno de los personajes que trágicamente fallecerían.
La verdad que no le gustó al Gobierno colombiano fue que la nave llevaba mercancía de contrabando y estaba prohibido transportar carga en un destructor. Velasco dijo cómo había cocinas, neveras y demás enseres cuyo destino fue el fondo del mar. El sobrepeso hizo que la nave no pudiera maniobrar ante el fuerte viento, la carga mal amarrada se soltó y los ocho marineros cayeron al mar.
Velasco se salva porque pudo subirse a una balsa, el resto de compañeros no tuvo la misma suerte y murió ahogado. Este relato es una historia más que de heroísmo, de supervivencia. Cómo su creencia de que pronto iba a ser rescatado pasó a la desesperanza y al abandonarse a la espera de la muerte.
El joven marino, intentó comer a una pequeña gaviota pero apenas pudo, también tuvo que disputarse un pez con los tiburones que lo visitaban todos los días a las 5 pm. Nunca perdió la noción del tiempo porque entre sus pocas pertenencias estaban un reloj, dos tarjetas plásticas, sus zapatos y los remos de la embarcación. Masticó las tarjetas, intentó comerse la goma de sus zapatos pero no pudo. Fue una jornada de soledad y desesperación, apenas mitigada por la espectral presencia de Jaime Manjarrés, uno de sus compañeros de viaje fallecido que solo le señalaba con el dedo la dirección de Cartagena. Sus recuerdos, los más bonitos, también se hacían presentes. Las gaviotas, los peces y tiburones fueron sus compañeros en esa travesía.
Pero su destino aún no estaba sellado, el cambio del color del agua, la presencia de más gaviotas y una lejana visión le hicieron saber que estaba cerca de la costa. Como pudo nadó con las últimas fuerzas que le quedaban y llegó a la orilla de una playa. Estaba en tierra firme. Los habitantes de esa población lo llevaron en procesión a otro lugar más poblado y se convirtió en una especie de fenómeno de circo que todos querían ver, él se sentía como un fakir.
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El libro comienza con ese extraño presentimiento que se manifestó en el corazón de Luis Alejandro Velasco desde que le dijeron que era hora de abandonar Estados Unidos y regresar a Colombia. El primer capítulo narra las conversaciones que sostuvo con cada uno de los personajes que trágicamente fallecerían.
La verdad que no le gustó al Gobierno colombiano fue que la nave llevaba mercancía de contrabando y estaba prohibido transportar carga en un destructor. Velasco dijo cómo había cocinas, neveras y demás enseres cuyo destino fue el fondo del mar. El sobrepeso hizo que la nave no pudiera maniobrar ante el fuerte viento, la carga mal amarrada se soltó y los ocho marineros cayeron al mar.
Velasco se salva porque pudo subirse a una balsa, el resto de compañeros no tuvo la misma suerte y murió ahogado. Este relato es una historia más que de heroísmo, de supervivencia. Cómo su creencia de que pronto iba a ser rescatado pasó a la desesperanza y al abandonarse a la espera de la muerte.
El joven marino, intentó comer a una pequeña gaviota pero apenas pudo, también tuvo que disputarse un pez con los tiburones que lo visitaban todos los días a las 5 pm. Nunca perdió la noción del tiempo porque entre sus pocas pertenencias estaban un reloj, dos tarjetas plásticas, sus zapatos y los remos de la embarcación. Masticó las tarjetas, intentó comerse la goma de sus zapatos pero no pudo. Fue una jornada de soledad y desesperación, apenas mitigada por la espectral presencia de Jaime Manjarrés, uno de sus compañeros de viaje fallecido que solo le señalaba con el dedo la dirección de Cartagena. Sus recuerdos, los más bonitos, también se hacían presentes. Las gaviotas, los peces y tiburones fueron sus compañeros en esa travesía.
Pero su destino aún no estaba sellado, el cambio del color del agua, la presencia de más gaviotas y una lejana visión le hicieron saber que estaba cerca de la costa. Como pudo nadó con las últimas fuerzas que le quedaban y llegó a la orilla de una playa. Estaba en tierra firme. Los habitantes de esa población lo llevaron en procesión a otro lugar más poblado y se convirtió en una especie de fenómeno de circo que todos querían ver, él se sentía como un fakir.