El debate entre la revolución por etapas y la revolución socialista -permanente- había irrumpido dentro de la socialdemocracia. La historia coincidiría con que, en este estadio del desarrollo capitalista, la burguesía nacional ya no podía cumplir las tareas de la liberación nacional del imperialismo ni la transformación revolucionaria de la propiedad de la tierra.
Sin embargo, muchos procesos revolucionarios no lograron conquistar este desarrollo y quedarían interrumpidos en su tarea de cumplir las demandas de las masas que le dieron vida. Por eso resulta aún más interesante analizar el triunfo de la revolución rusa de 1917, país que se consideraba con un importante atraso capitalista, gobernado aun por el régimen absolutista de los zares y, su contrapunto histórico: una revolución como la mexicana que pocos años antes - en 1910- irrumpiría con una guerra civil protagonizada por ejércitos compuestos por amplios sectores de masas y que en su camino tendería a cuestionar las bases de su -también - joven y atrasado capitalismo.
Si bien la revolución mexicana, como se ha dicho, no asumió la forma clásica de las revoluciones del siglo XX -como la revolución rusa-, donde hubo un protagonismo de la clase obrera –acompañada por otros sectores oprimidos y explotados–, con métodos de lucha y formas de organización propios, como la huelga, la insurrección y los organismos de democracia directa, sí estuvo caracterizada por un claro antagonismo de clase que la llevó en la práctica a no parar en las reformas al régimen político sino a poner en cuestión la propiedad privada misma.
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Explicación:
El debate entre la revolución por etapas y la revolución socialista -permanente- había irrumpido dentro de la socialdemocracia. La historia coincidiría con que, en este estadio del desarrollo capitalista, la burguesía nacional ya no podía cumplir las tareas de la liberación nacional del imperialismo ni la transformación revolucionaria de la propiedad de la tierra.
Sin embargo, muchos procesos revolucionarios no lograron conquistar este desarrollo y quedarían interrumpidos en su tarea de cumplir las demandas de las masas que le dieron vida. Por eso resulta aún más interesante analizar el triunfo de la revolución rusa de 1917, país que se consideraba con un importante atraso capitalista, gobernado aun por el régimen absolutista de los zares y, su contrapunto histórico: una revolución como la mexicana que pocos años antes - en 1910- irrumpiría con una guerra civil protagonizada por ejércitos compuestos por amplios sectores de masas y que en su camino tendería a cuestionar las bases de su -también - joven y atrasado capitalismo.
Si bien la revolución mexicana, como se ha dicho, no asumió la forma clásica de las revoluciones del siglo XX -como la revolución rusa-, donde hubo un protagonismo de la clase obrera –acompañada por otros sectores oprimidos y explotados–, con métodos de lucha y formas de organización propios, como la huelga, la insurrección y los organismos de democracia directa, sí estuvo caracterizada por un claro antagonismo de clase que la llevó en la práctica a no parar en las reformas al régimen político sino a poner en cuestión la propiedad privada misma.