1. Completando nuestra reflexión sobre María al concluir este ciclo de catequesis dedicado al Padre, queremos subrayar hoy su papel en nuestro camino hacia el Padre.
Él mismo quiso que María estuviera presente en la historia de la salvación. Cuando decidió enviar a su Hijo al mundo, quiso que llegara a nosotros naciendo de una mujer (cf. Gálatas 4,4). De este modo, quiso que esta mujer, la primera que acogió a su Hijo, lo comunicara a toda la humanidad.
Por tanto, María se encuentra en el camino que va desde el Padre a la humanidad como madre que nos da a todos al Hijo Salvador. Al mismo tiempo, se encuentra en el camino que tienen que recorrer los hombres para ir al Padre, por medio de Cristo en el Espíritu (cf. Efesios 2,18).
Cristo en María
2. Para comprender la presencia de María en el itinerario hacia el Padre, tenemos que reconocer con todas las Iglesias que Cristo es «el camino, la verdad y la vida» (Juan 14, 6) y el único mediador entre Dios y los hombres (cf. 1Timoteo 2,5). María está presente en la única mediación de Cristo y está totalmente a su servicio. De modo que, así como el Concilio subrayó en la «Lumen gentium», «la misión maternal de María hacia los hombres, de ninguna manera obscurece ni disminuye esta única mediación de Cristo, sino más bien muestra su eficacia» (n. 60). No estamos afirmando ni mucho menos que el papel de María en la vida de la Iglesia está fuera de la mediación de Cristo o junto a ella, como si se tratara de una mediación paralela o en competencia.
Como dije expresamente en la encíclica «Redemptoris Mater», la mediación materna de María «es mediación en Cristo» (n. 38). El Concilio explica: «todo el influjo salvífico de la Bienaventurada Virgen en favor de los hombres no es exigido por ninguna ley, sino que nace del Divino beneplácito y de la superabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en su mediación, de ella depende totalmente y de la misma saca toda su virtud; y lejos de impedirla, fomenta la unión inmediata de los creyentes con Cristo» («Lumen gentium», 60).
Es más, María, quien también fue redimida por Cristo, es la primera de los creyentes, pues la gracia que le concedió Dios Padre al inicio de su existencia se debe a los «méritos de Jesucristo, Salvador del género humano», como afirma la bula «Ineffabilis Deus» de Pío IX (DS, 2803). Toda la cooperación de María en la salvación está fundada en la mediación de Cristo y está orientada esencialmente a hacer nuestro encuentro con Él más íntimo y profundo; «La Iglesia no duda en reconocer abiertamente esta función subordinada de María, la experimenta continuamente y la recomienda al amor de los fieles, para que, apoyados por esta ayuda materna, se unan más íntimamente al Mediador y Salvador» (íbidem).
1. Completando nuestra reflexión sobre María al concluir este ciclo de catequesis dedicado al Padre, queremos subrayar hoy su papel en nuestro camino hacia el Padre.
Él mismo quiso que María estuviera presente en la historia de la salvación. Cuando decidió enviar a su Hijo al mundo, quiso que llegara a nosotros naciendo de una mujer (cf. Gálatas 4,4). De este modo, quiso que esta mujer, la primera que acogió a su Hijo, lo comunicara a toda la humanidad.
Por tanto, María se encuentra en el camino que va desde el Padre a la humanidad como madre que nos da a todos al Hijo Salvador. Al mismo tiempo, se encuentra en el camino que tienen que recorrer los hombres para ir al Padre, por medio de Cristo en el Espíritu (cf. Efesios 2,18).
Cristo en María
2. Para comprender la presencia de María en el itinerario hacia el Padre, tenemos que reconocer con todas las Iglesias que Cristo es «el camino, la verdad y la vida» (Juan 14, 6) y el único mediador entre Dios y los hombres (cf. 1Timoteo 2,5). María está presente en la única mediación de Cristo y está totalmente a su servicio. De modo que, así como el Concilio subrayó en la «Lumen gentium», «la misión maternal de María hacia los hombres, de ninguna manera obscurece ni disminuye esta única mediación de Cristo, sino más bien muestra su eficacia» (n. 60). No estamos afirmando ni mucho menos que el papel de María en la vida de la Iglesia está fuera de la mediación de Cristo o junto a ella, como si se tratara de una mediación paralela o en competencia.
Como dije expresamente en la encíclica «Redemptoris Mater», la mediación materna de María «es mediación en Cristo» (n. 38). El Concilio explica: «todo el influjo salvífico de la Bienaventurada Virgen en favor de los hombres no es exigido por ninguna ley, sino que nace del Divino beneplácito y de la superabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en su mediación, de ella depende totalmente y de la misma saca toda su virtud; y lejos de impedirla, fomenta la unión inmediata de los creyentes con Cristo» («Lumen gentium», 60).
Es más, María, quien también fue redimida por Cristo, es la primera de los creyentes, pues la gracia que le concedió Dios Padre al inicio de su existencia se debe a los «méritos de Jesucristo, Salvador del género humano», como afirma la bula «Ineffabilis Deus» de Pío IX (DS, 2803). Toda la cooperación de María en la salvación está fundada en la mediación de Cristo y está orientada esencialmente a hacer nuestro encuentro con Él más íntimo y profundo; «La Iglesia no duda en reconocer abiertamente esta función subordinada de María, la experimenta continuamente y la recomienda al amor de los fieles, para que, apoyados por esta ayuda materna, se unan más íntimamente al Mediador y Salvador» (íbidem).
María en Cristo