NECESITO AYUDA URGENTE CUALE ES LA DIFERENCIA ENTRE EL LENGUAJE LATINO ANTIGUO Y LATINO ACTUAL EN CUANTO A: MAYUSCULAS Y MINUSCULAS ESPACIO ENTRE PALABRAS SIGNOS DE PUNTUACION
La ocasión del presente repaso sobre esta cuestión surge, por una parte, del hecho de que hoy día se conocen muchos textos latinos fechables en la época en que era lengua de uso; algo que difícilmente se podía prever hace un siglo y cuarto, cuando Mommsen fundó el Corpus Inscriptionum Latinarum: se cuentan ya por cientos de miles. Por otro lado, contribuye también a la ocasión el gran cambio que se ha producido, en el propio intervalo, en la grafía del latín desde el punto de vista didáctico: si se comparan textos latinos para escolares del s. XIX con los del XX se hallan diferencias notables. Se puede calibrar lo distinto que debía ser para los alumnos un latín donde se les regalaba prácticamente siempre la diferencia entre i vocal respecto a la j consonántica -al modo como, todavía hoy, se les regala habitualmente la distinción entre u vocal y la v consonante-. Las palabras que podían presentar dificultades en cuanto a la colocación del acento se les daban, sencillamente, acentuadas, escribiéndoles, p. ej., spíritus y spirituum, de manera que resultaba auténticamente difícil equivocarse. Además, no tenían que preocuparse en buscar por un Nom. raro un vocablo como, p. ej. ultrô, porque, con este circunflejo, ya quedaba señalado como adverbio; ni en sí había o no un adjetivo secus -a -um, porque secùs era adverbio desde que se le veía con este acento grave; ni siquiera en pensar si un final en -a era Abl. o Nom.: desde que aparecía se descubría automáticamente como no Abl., pues se sabía que un Abl. no habría aparecido como, p. ej., gratia, sino como gratiâ. Para un principiante, artificios como los indicados son todo lo contrario de minucias: proporcionan, bastantes veces, la solución rápida y segura.
En tercer lugar, junto a estos cambios en la práctica, ha ocurrido también, desde este punto de la grafía, un cambio grande de ideas en la Lingüística. Cierto que con un retraso enorme. Hay que llegar casi a los años setenta, en que intentos beneméritos de E. Alarcos, Lidia Contreras y especialmente de J. Polo1 culminan las concesiones ya proclamadas por L. Hjelmslev2, que no hago sino comprimir aquí -pues ya me da un poco de apuro repetirlas literalmente, porque las he publicado ya dos veces-: la lengua escrita no tiene que pensarse en todos los aspectos como un subsistema de transposición de la hablada: tiene también sus posibilidades propias3. Una de las más importantes, probablemente, es la que ejemplifica, sin ir más lejos, el mismo título de este trabajo: la viabilidad, para la lengua escrita, del paréntesis que envuelve los elementos del plural: ortografía(s), etc. ¿Cómo leer esto? No parece haber otro remedio que decir, con repetición, «ortografía u ortografías», etc.; repeticiones evitadas en la escritura mediante unos meros paréntesis, manera de escribir que no se corresponde en nada con su respectiva expresión oral.
Sin embargo, es curioso que, antes de que se haya producido un Corpus de doctrina en este sentido, ya se está pendularmente atacando en sentido opuesto. Son las actitudes extremosas que postulan la realidad omnímoda de la llamada «lectura global». Para poner a cada cosa en su sitio, me es muy útil el inciso del admirado doctor Guillermo Rojo, oído aquí mismo, en el Simposio de Lingüística funcional, hace un par de días: lectura global la hay regularmente en inglés; pero entre nosotros, por lo común, sólo se lee globalmente cuando ya se sabe leer mucho y se lee de materias que son habituales; si no, seguimos «analizando», y menos mal que lo hacemos así, porque, como nos decidiésemos siempre por la lectura global, nos podría salir cada monstruo, que dejaríamos, a veces, de entendernos. He oído leer públicamente en San Pablo que «ante Dios no hay ni circuncioso ni incircuncioso». ¡Toma: ni ante Menahem Begin! Es que el final -cioso es mucho más frecuente en castellano que el final -ciso y, quien lee sin preparación previa, si se dispara «globalmente», poco menos que ve realmente «circuncioso» e «incircuncioso». Este peligro de deformaciones por lectura global es, naturalmente, mayor en el caso de quien se considera avisado, no necesitado de preparación anterior. Pero, en general, hay que ser precavido ante una generalización excesiva de la lectura global en detrimento absoluto de la analítica. Probablemente muchos habremos sido alguna vez testigos (yo se lo he oído decir al doctor Pejenaute) de cómo es difícil que los alumnos, de buenas a primeras, tengan conciencia del adjetivo opimo: los «despojos opimos» son cambiados abundantemente por «despojos óptimos». Por supuesto que, en un contexto latino, «óptimo» es muy esperable: se trata de uno de los superlativos más típicamente latinizantes; en cambio, «opimo» aparece sólo muy de cuando en cuando, con lo que la «lección más banal» se le impone bastantes veces.
Respuesta:
La ortografía escolares del latín
La ocasión del presente repaso sobre esta cuestión surge, por una parte, del hecho de que hoy día se conocen muchos textos latinos fechables en la época en que era lengua de uso; algo que difícilmente se podía prever hace un siglo y cuarto, cuando Mommsen fundó el Corpus Inscriptionum Latinarum: se cuentan ya por cientos de miles. Por otro lado, contribuye también a la ocasión el gran cambio que se ha producido, en el propio intervalo, en la grafía del latín desde el punto de vista didáctico: si se comparan textos latinos para escolares del s. XIX con los del XX se hallan diferencias notables. Se puede calibrar lo distinto que debía ser para los alumnos un latín donde se les regalaba prácticamente siempre la diferencia entre i vocal respecto a la j consonántica -al modo como, todavía hoy, se les regala habitualmente la distinción entre u vocal y la v consonante-. Las palabras que podían presentar dificultades en cuanto a la colocación del acento se les daban, sencillamente, acentuadas, escribiéndoles, p. ej., spíritus y spirituum, de manera que resultaba auténticamente difícil equivocarse. Además, no tenían que preocuparse en buscar por un Nom. raro un vocablo como, p. ej. ultrô, porque, con este circunflejo, ya quedaba señalado como adverbio; ni en sí había o no un adjetivo secus -a -um, porque secùs era adverbio desde que se le veía con este acento grave; ni siquiera en pensar si un final en -a era Abl. o Nom.: desde que aparecía se descubría automáticamente como no Abl., pues se sabía que un Abl. no habría aparecido como, p. ej., gratia, sino como gratiâ. Para un principiante, artificios como los indicados son todo lo contrario de minucias: proporcionan, bastantes veces, la solución rápida y segura.
En tercer lugar, junto a estos cambios en la práctica, ha ocurrido también, desde este punto de la grafía, un cambio grande de ideas en la Lingüística. Cierto que con un retraso enorme. Hay que llegar casi a los años setenta, en que intentos beneméritos de E. Alarcos, Lidia Contreras y especialmente de J. Polo1 culminan las concesiones ya proclamadas por L. Hjelmslev2, que no hago sino comprimir aquí -pues ya me da un poco de apuro repetirlas literalmente, porque las he publicado ya dos veces-: la lengua escrita no tiene que pensarse en todos los aspectos como un subsistema de transposición de la hablada: tiene también sus posibilidades propias3. Una de las más importantes, probablemente, es la que ejemplifica, sin ir más lejos, el mismo título de este trabajo: la viabilidad, para la lengua escrita, del paréntesis que envuelve los elementos del plural: ortografía(s), etc. ¿Cómo leer esto? No parece haber otro remedio que decir, con repetición, «ortografía u ortografías», etc.; repeticiones evitadas en la escritura mediante unos meros paréntesis, manera de escribir que no se corresponde en nada con su respectiva expresión oral.
Sin embargo, es curioso que, antes de que se haya producido un Corpus de doctrina en este sentido, ya se está pendularmente atacando en sentido opuesto. Son las actitudes extremosas que postulan la realidad omnímoda de la llamada «lectura global». Para poner a cada cosa en su sitio, me es muy útil el inciso del admirado doctor Guillermo Rojo, oído aquí mismo, en el Simposio de Lingüística funcional, hace un par de días: lectura global la hay regularmente en inglés; pero entre nosotros, por lo común, sólo se lee globalmente cuando ya se sabe leer mucho y se lee de materias que son habituales; si no, seguimos «analizando», y menos mal que lo hacemos así, porque, como nos decidiésemos siempre por la lectura global, nos podría salir cada monstruo, que dejaríamos, a veces, de entendernos. He oído leer públicamente en San Pablo que «ante Dios no hay ni circuncioso ni incircuncioso». ¡Toma: ni ante Menahem Begin! Es que el final -cioso es mucho más frecuente en castellano que el final -ciso y, quien lee sin preparación previa, si se dispara «globalmente», poco menos que ve realmente «circuncioso» e «incircuncioso». Este peligro de deformaciones por lectura global es, naturalmente, mayor en el caso de quien se considera avisado, no necesitado de preparación anterior. Pero, en general, hay que ser precavido ante una generalización excesiva de la lectura global en detrimento absoluto de la analítica. Probablemente muchos habremos sido alguna vez testigos (yo se lo he oído decir al doctor Pejenaute) de cómo es difícil que los alumnos, de buenas a primeras, tengan conciencia del adjetivo opimo: los «despojos opimos» son cambiados abundantemente por «despojos óptimos». Por supuesto que, en un contexto latino, «óptimo» es muy esperable: se trata de uno de los superlativos más típicamente latinizantes; en cambio, «opimo» aparece sólo muy de cuando en cuando, con lo que la «lección más banal» se le impone bastantes veces.
Explicación: