No sabemos lo que comemos. Y parece que muchos no quieren explicarlo, ni otros entenderlo. Por un lado, asistimos en los últimos años al auge de una quimifobia (fobia por lo químico), que lleva a creer que los alimentos están tan manipulados que poco queda de su origen e ingredientes naturales, y a temer por los efectos que ciertos aditivos supondrán para nuestro organismo (y entorno). Por otro lado, la legislación europea y los huecos que deja hacen que el etiquetado de los productos sea a veces casi tan complicado de descifrar como el manuscrito Voynich, que los lingüistas hasta ahora han sido incapaces de decidir en qué idioma está escrito.
Respuesta:
No sabemos lo que comemos. Y parece que muchos no quieren explicarlo, ni otros entenderlo. Por un lado, asistimos en los últimos años al auge de una quimifobia (fobia por lo químico), que lleva a creer que los alimentos están tan manipulados que poco queda de su origen e ingredientes naturales, y a temer por los efectos que ciertos aditivos supondrán para nuestro organismo (y entorno). Por otro lado, la legislación europea y los huecos que deja hacen que el etiquetado de los productos sea a veces casi tan complicado de descifrar como el manuscrito Voynich, que los lingüistas hasta ahora han sido incapaces de decidir en qué idioma está escrito.