1- Recoser el país, después de una intensa crisis que ha hecho aumentar la pobreza y las desigualdades, se convierte, en cualquier caso, en prioritario.
2- Llegar a ser una economía próspera, que genera servicios y productos con alto valor añadido es fundamental si no queremos acabar siendo un país de segunda, que no es capaz de ofrecer oportunidades a los jóvenes mejor formados, ni de reducir las insoportables tasas de paro que sufrimos, ni de generar la riqueza que nos permite financiar un buen sistema de protección social.
3- La corrupción corroe los cimientos de la democracia en la medida que debilita la confianza de la gente en las instituciones, incrementa las desigualdades y estimula comportamientos poco honestos de la ciudadanía. Y además es un mal negocio, que termina costando muy caro a todos los contribuyentes. No podemos permitir que el sentimiento de impunidad ante flagrantes casos de corrupción degrade aún más la confianza en las instituciones; ni tampoco que una respuesta corporativa nos imposibilite hacer frente a un mal endémico. Hay que liderar las reformas que hagan que nuestras instituciones limiten y acoten al máximo el riesgo de la corrupción, generando confianza entre la gente y promoviendo comportamientos cívicos y honestos por parte de la ciudadanía. El trabajo es enorme y el soberanismo debe estar en condiciones de dar una respuesta a la demanda de buena política, mejores instituciones, y democracia más vibrante que muchos sectores del país reclaman.
Respuesta:
1- Recoser el país, después de una intensa crisis que ha hecho aumentar la pobreza y las desigualdades, se convierte, en cualquier caso, en prioritario.
2- Llegar a ser una economía próspera, que genera servicios y productos con alto valor añadido es fundamental si no queremos acabar siendo un país de segunda, que no es capaz de ofrecer oportunidades a los jóvenes mejor formados, ni de reducir las insoportables tasas de paro que sufrimos, ni de generar la riqueza que nos permite financiar un buen sistema de protección social.
3- La corrupción corroe los cimientos de la democracia en la medida que debilita la confianza de la gente en las instituciones, incrementa las desigualdades y estimula comportamientos poco honestos de la ciudadanía. Y además es un mal negocio, que termina costando muy caro a todos los contribuyentes. No podemos permitir que el sentimiento de impunidad ante flagrantes casos de corrupción degrade aún más la confianza en las instituciones; ni tampoco que una respuesta corporativa nos imposibilite hacer frente a un mal endémico. Hay que liderar las reformas que hagan que nuestras instituciones limiten y acoten al máximo el riesgo de la corrupción, generando confianza entre la gente y promoviendo comportamientos cívicos y honestos por parte de la ciudadanía. El trabajo es enorme y el soberanismo debe estar en condiciones de dar una respuesta a la demanda de buena política, mejores instituciones, y democracia más vibrante que muchos sectores del país reclaman.
Explicación: