Si consideramos constitutivo del entorno todo aquello que rodea a la organización, tendríamos que incluir tal cantidad de realidades que llegarían a ser inmanejables y trocarían en insoluble cualquier problema. Por eso, y apuntando a entender lo que sucede en el interior de la organización, se acostumbra a definir un entorno relevante: aquél que incluye todo lo que se considera significativo para la marcha de la organización según unos criterios previamente marcados.
De acuerdo con su vinculación al entorno, se distinguen dos tipos de sistemas:
– Sistemas cerrados: las características del ambiente no les influyen, porque actúan independientemente de los cambios que se produzcan en el exterior; a menos que las condiciones externas varíen de tal modo que les dañen o destruyan. Suelen pertenecer a este grupo los sistemas mecánicos y físicos (como el mecanismo de un reloj, la caída de una piedra en un estanque o la estructura de un bloque de granito), aunque en ocasiones pueden ser abiertos (el caudal de agua en un río, o los servomecanismos de control: célula fotoeléctrica, dirección de misiles…).
– Sistemas abiertos: son aquellos que interactúan constantemente con el entorno (intercambio de información, energía o material), lo influyen y son influidos por él. La mayor parte de los sistemas son de este tipo, aunque caracteriza especialmente bien a los biológicos y sociales, que son los únicos capaces -en sentido estricto- de modificar su forma de actuar a partir de la información que reciben del exterior (así, el perro pastor que aprende a discernir cuáles de sus acciones son recompensadas y cuáles generan reprobación, o el equipo de fútbol que acierta a evaluar la táctica del contrario y es capaz de responder a ella).
Los sistemas abiertos tienen una capacidad de aprendizaje, crecimiento y adaptación al ambiente que no tienen los sistemas cerrados, puesto que sólo el sistema abierto recibe información del entorno y es, por tanto, capaz de autorregularse y adecuarse a las condiciones externas, con el fin de permanecer en equilibrio.
La definición de los límites entre un sistema y su entorno depende básicamente del objetivo que se pretenda. Son muy difíciles de determinar en los sistemas sociales, dado su carácter abierto y permeable. De hecho, nada impide que el entorno inmediato sea interpretado él mismo como un sistema; un sistema que se podrá dividir en más de un subsistema y formará parte, a su vez, de un supersistema (o suprasistema), constituido por la agrupación de varios sistemas complementarios.
En definitiva, un sistema abierto no es más que un conjunto de unidades (o partes) interdependientes, que constituyen un todo sinérgico (el conjunto es mayor que la suma de las partes) orientado a determinados propósitos y en permanente interacción con el ambiente externo (de modo que influye en él y es influido por él).
Respuesta:
Si consideramos constitutivo del entorno todo aquello que rodea a la organización, tendríamos que incluir tal cantidad de realidades que llegarían a ser inmanejables y trocarían en insoluble cualquier problema. Por eso, y apuntando a entender lo que sucede en el interior de la organización, se acostumbra a definir un entorno relevante: aquél que incluye todo lo que se considera significativo para la marcha de la organización según unos criterios previamente marcados.
De acuerdo con su vinculación al entorno, se distinguen dos tipos de sistemas:
– Sistemas cerrados: las características del ambiente no les influyen, porque actúan independientemente de los cambios que se produzcan en el exterior; a menos que las condiciones externas varíen de tal modo que les dañen o destruyan. Suelen pertenecer a este grupo los sistemas mecánicos y físicos (como el mecanismo de un reloj, la caída de una piedra en un estanque o la estructura de un bloque de granito), aunque en ocasiones pueden ser abiertos (el caudal de agua en un río, o los servomecanismos de control: célula fotoeléctrica, dirección de misiles…).
– Sistemas abiertos: son aquellos que interactúan constantemente con el entorno (intercambio de información, energía o material), lo influyen y son influidos por él. La mayor parte de los sistemas son de este tipo, aunque caracteriza especialmente bien a los biológicos y sociales, que son los únicos capaces -en sentido estricto- de modificar su forma de actuar a partir de la información que reciben del exterior (así, el perro pastor que aprende a discernir cuáles de sus acciones son recompensadas y cuáles generan reprobación, o el equipo de fútbol que acierta a evaluar la táctica del contrario y es capaz de responder a ella).
Los sistemas abiertos tienen una capacidad de aprendizaje, crecimiento y adaptación al ambiente que no tienen los sistemas cerrados, puesto que sólo el sistema abierto recibe información del entorno y es, por tanto, capaz de autorregularse y adecuarse a las condiciones externas, con el fin de permanecer en equilibrio.
La definición de los límites entre un sistema y su entorno depende básicamente del objetivo que se pretenda. Son muy difíciles de determinar en los sistemas sociales, dado su carácter abierto y permeable. De hecho, nada impide que el entorno inmediato sea interpretado él mismo como un sistema; un sistema que se podrá dividir en más de un subsistema y formará parte, a su vez, de un supersistema (o suprasistema), constituido por la agrupación de varios sistemas complementarios.
En definitiva, un sistema abierto no es más que un conjunto de unidades (o partes) interdependientes, que constituyen un todo sinérgico (el conjunto es mayor que la suma de las partes) orientado a determinados propósitos y en permanente interacción con el ambiente externo (de modo que influye en él y es influido por él).