me pueden decir alguna historia que EMPIECE MAL pero TERMINE BIEN que sea cuerente para una clase puede ser en inglés o en español no importa pero que sea medio larga, no tanto.
No sé si fue por el tufillo repulsivo de otro cóctel de barreño o por la imagen de un joven mochilero alardeando y prendiendo fuego a una delicada parte de su anatomía, pero un martes a las 21.30 decidí que había llegado la hora de abandonar Nha Trang.
Estaba convencido de que la salvación me esperaba en Hanói, pero cuando llegué a la estación descubrí que todos los trenes nocturnos iban llenos. Preso de una determinación tozuda que rozaba lo obsesivo, tomé un taxi rumbo al aeropuerto de la ciudad.
El cierre del aeropuerto permitió disfrutar de un rico almuerzo en el barrio antiguo de Hanoi, Vietnam
Una hora más tarde llegaba a una instalación remota que, al ser de noche, ya había cerrado. Maldiciendo mi estupidez, me acurruqué en el aparcamiento desierto para dormir, hasta que me despertó a empujones un vigilante que hacía su ronda con una maltrecha bicicleta. Abandonando diligentemente sus obligaciones, se pasó la noche charlando conmigo.
Se llamaba Duc, era fumador empedernido y hanoiense, pero se había trasladado a Nha Trang para empezar una carrera como vigilante de seguridad. Entre largas caladas me explicó que su familia era propietaria de un restaurante en Hanói, e insistió en que, cuando llegara a la ciudad, fuera a comer allí. Incluso telefoneó a su madre para explicárselo.
Tras aterrizar en Hanói al día siguiente, hice caso a Duc y seguí sus indicaciones hasta el restaurante rústico de su familia, oculto en lo más profundo del laberinto de callejones del barrio antiguo. Me sirvieron el mejor –y más copioso– almuerzo de los que disfruté durante todo el tiempo que pasé en Vietnam. Y lo mejor: ni rastro de los cócteles de barreño.
Respuesta:
Atrapada en Vietnam
No sé si fue por el tufillo repulsivo de otro cóctel de barreño o por la imagen de un joven mochilero alardeando y prendiendo fuego a una delicada parte de su anatomía, pero un martes a las 21.30 decidí que había llegado la hora de abandonar Nha Trang.
Estaba convencido de que la salvación me esperaba en Hanói, pero cuando llegué a la estación descubrí que todos los trenes nocturnos iban llenos. Preso de una determinación tozuda que rozaba lo obsesivo, tomé un taxi rumbo al aeropuerto de la ciudad.
El cierre del aeropuerto permitió disfrutar de un rico almuerzo en el barrio antiguo de Hanoi, Vietnam
Una hora más tarde llegaba a una instalación remota que, al ser de noche, ya había cerrado. Maldiciendo mi estupidez, me acurruqué en el aparcamiento desierto para dormir, hasta que me despertó a empujones un vigilante que hacía su ronda con una maltrecha bicicleta. Abandonando diligentemente sus obligaciones, se pasó la noche charlando conmigo.
Se llamaba Duc, era fumador empedernido y hanoiense, pero se había trasladado a Nha Trang para empezar una carrera como vigilante de seguridad. Entre largas caladas me explicó que su familia era propietaria de un restaurante en Hanói, e insistió en que, cuando llegara a la ciudad, fuera a comer allí. Incluso telefoneó a su madre para explicárselo.
Tras aterrizar en Hanói al día siguiente, hice caso a Duc y seguí sus indicaciones hasta el restaurante rústico de su familia, oculto en lo más profundo del laberinto de callejones del barrio antiguo. Me sirvieron el mejor –y más copioso– almuerzo de los que disfruté durante todo el tiempo que pasé en Vietnam. Y lo mejor: ni rastro de los cócteles de barreño.
Explicación: