Reconocer la existencia del conflicto. Identificar y reconocer las causas del problema. Manifestar (todas las partes implicadas) el deseo de resolverlo. Buscar el espacio y el tiempo necesarios para abordar el problema. Pedir la ayuda de un/a mediador/a o abordarlo por uno/a mismo/a. Para ello, es importante tener en cuenta unas reglas mínimas:
Escuchar a la otra persona sin interrumpir. No dar nada por supuesto: si no se ha entendido algo, preguntar. Reformular las frases para que no parezcan acusaciones. Para ello, en vez de utilizar la segunda persona singular (tú dijiste…) es mejor utilizar la primera (“yo entendí…”) No juzgar o insultar. No abandonar el lugar sin haber tomado una solución concreta. No utilizar lo que se haya dicho para divulgarlo después.
Producir el mayor número (y más variado) de soluciones al problema. Obviamente resultará más fácil encontrar salidas a unos conflictos que a otros. Os damos algunos ejemplos:
Si el conflicto ha surgido por una interpretación diferente de algún hecho, aclarando las diferentes visiones del problema puede que se resuelva por sí solo. En los conflictos de intereses (por ejemplo, el/la voluntario/a debe realizar labores administrativas pero sólo desea hacer actividades creativas) se deben buscar compromisos intermedios consensuados (por ejemplo, llegar a un acuerdo entre las horas que va a dedicar a labores administrativas y a trabajo creativo). En los conflictos de valores y creencias las posiciones son muy difíciles de negociar por lo que habrá que buscar soluciones más creativas (por ejemplo, un/a voluntario/a musulmán/a puede organizar un taller de cocina para que la comunidad de acogida conozca los alimentos que puede o no comer).
Llegar a un consenso sobre la solución más equitativa para las partes en conflicto, valorando críticamente todas las alternativas. Puesta en práctica de la decisión que se ha tomado.
Reconocer la existencia del conflicto. Identificar y reconocer las causas del problema.
Manifestar (todas las partes implicadas) el deseo de resolverlo.
Buscar el espacio y el tiempo necesarios para abordar el problema.
Pedir la ayuda de un/a mediador/a o abordarlo por uno/a mismo/a. Para ello, es importante tener en cuenta unas reglas mínimas:
Escuchar a la otra persona sin interrumpir.
No dar nada por supuesto: si no se ha entendido algo, preguntar.
Reformular las frases para que no parezcan acusaciones. Para ello, en vez de utilizar la segunda persona singular (tú dijiste…) es mejor utilizar la primera (“yo entendí…”)
No juzgar o insultar.
No abandonar el lugar sin haber tomado una solución concreta.
No utilizar lo que se haya dicho para divulgarlo después.
Producir el mayor número (y más variado) de soluciones al problema. Obviamente resultará más fácil encontrar salidas a unos conflictos que a otros. Os damos algunos ejemplos:
Si el conflicto ha surgido por una interpretación diferente de algún hecho, aclarando las diferentes visiones del problema puede que se resuelva por sí solo.
En los conflictos de intereses (por ejemplo, el/la voluntario/a debe realizar labores administrativas pero sólo desea hacer actividades creativas) se deben buscar compromisos intermedios consensuados (por ejemplo, llegar a un acuerdo entre las horas que va a dedicar a labores administrativas y a trabajo creativo).
En los conflictos de valores y creencias las posiciones son muy difíciles de negociar por lo que habrá que buscar soluciones más creativas (por ejemplo, un/a voluntario/a musulmán/a puede organizar un taller de cocina para que la comunidad de acogida conozca los alimentos que puede o no comer).
Llegar a un consenso sobre la solución más equitativa para las partes en conflicto, valorando críticamente todas las alternativas.
Puesta en práctica de la decisión que se ha tomado.