melissa911
Con el verano a la puerta de la esquina os contare una de las historias de amor más hermosas que he escuchado y que da nombre a una tradición anual en Japón, el Tanabata (七夕). Una historia de un amor puro e incondicional que ha atravesado el tiempo, las estrellas y los corazones de cientos de personas.
La leyenda cuenta que hace miles de años, la hija del rey celestial Tentei (天帝), conocida como Orihime (織姫), algo que vendría a significar princesa tejedora, tenía un increíble talento para tejer, y desarrollaba su talento a orillas del río Amanogawa (天の川) que es nuestra Vía Láctea. El rey Tentei estaba encantado con las telas que hacía su preciosa hija, y ella le complacía cada día de su vida, algo que le impedía conocer a alguien de quien enamorarse, lo cual la entristecía profundamente.
Tentei, al ver la tristeza de su querida hija, decidió planear un encuentro entre ella y un pastor que estaba al otro lado del río Amanogawa, Hikoboshi (彦星) para mejorar el estado de ánimo de la princesa. Cuando ambos se encontraron, el amor surgió inmediatamente entre los dos que quedaron prendados uno del otro. No mucho tiempo después se casaron, y se podría decir que vivían felices, pero el amor no siempre es justo y puede cegarnos de la realidad, y eso fue lo que ambos hicieron, se olvidaron de su realidad
. Orihime dejo de tejer y Hikoboshi descuidó su ganado dejándolo que se desperdigara por todo el cielo. Tentei observó furioso dicha irresponsabilidad y separó a los amantes cada uno a un lado del río Amanogawa como castigo por su comportamiento. Pero un padre es un padre, y al ver las lágrimas de su hija por no poder ver a su amado decidió hacer algo por ella. Le prometió que volvería a ver a su amado, pero solo una vez cada año, el séptimo día del séptimo mes, solo si ella había cumplido con sus tareas.
Muy contenta, la princesa acepto inmediatamente y se dispuso a trabajar con esmero para ver a su amado ese año. Pero el destino a veces es cruel y al llegar el séptimo día del séptimo mes se dio cuenta que no podía acercarse a su amado, pues no había puente que atravesara el río Amanogawa. Ambos amantes estaban tristes en las orillas del río, y la princesa comenzó a llorar desconsolada por su desdicha.
María Angula era una niña alegre y vivaracha, hija de un hacendado de Cayambe. Le encantaban los chismes y se divertía llevando cuentos entre sus amigo para enemistarlos. Por esto la llamaban la metepleitos, la lengua larga o la “carishina” chismosa. Así, María Angula creció 16 años dedicada a fabricar líos con la vida de los vecinos, y nunca se dio tiempo para aprender a organizar la casa y preparar sabrosas comidas. Cuando María Angula se casó, empezaron sus problemas. El primer día Manuel, su marido, le pidió que preparara una sopa de pan con menudencias y María Angula no sabía como hacerla. Quemándose las manos con la mecha de manteca y sebo, encendió el carbón y puso sobre él la olla sopera con un poco de agua, sal y color, pero hasta ahí llegó: ¡no sabía qué más hacer!María recordó entonces que en la casa vecina vivía doña Mercedes, una excelente cocinera, y sin pensarlo dos veces corrió hacia ella. Vecinita, ¿usted sabe preparar la sopa de pan con menudencias? Claro, doña María. Verá, se arrojan dos panes en una taza de leche, luego se los pone en el caldo, y antes de que éste hierva, se le añaden las menudencias. ¿Así no más se hace? Sí, vecina. Ahh, -dijo María Angula-, si así no más se hace la sopa de pan con menudencias, yo también sabía. Y diciendo esto, voló a la cocina para no olvidar la receta.
Al día siguiente, como su esposo le había pedido un locro de “cuchicara”, la historia se repitió. Doña Mercedes, ¿sabe preparar el locro de “cuchicara”? Sí, vecina.
Y como la vez anterior, apenas su buena amiga le dio todas las indicaciones, María Angula exclamó:
Ah, si así no más se hace el locro de “cuchicara”, yo también sabía.Y enseguida corrió a su casa para sazonarlo.
Como esto sucedía todas las mañanas, la señora Mercedes se puso molesta. María Angula siempre salía con el mismo cuento: “Ah, si así no más se hace el seco de chivo, yo también sabía; ah, si así no más se hace el ají de librillo, yo también sabía.” Por eso, quiso darle una lección y, al otro día… Doña Merceditas… ¿Qué se le ofrece, señora María?
Nada, Michita, mi marido desea para la merienda un caldo de tripas con “puzún” y yo…
Umm, eso es refácil, le dijo, y antes de que María Angula la interrumpiese, continuó:
Verá, se va al cementerio llevando un cuchillo afilado. Después espera que llegue el último muerto del día y, sin que nadie la vea, la saca las tripas y el “puzún”. En su casa, los lava y luego los cocina con agua, sal y cebollas y, cuando el caldo haya hervido por unos diez minutos, aumenta un poco de maní… y ya está. Es el plato más sabroso.
Ahh, dijo como siempre María Angula- si así no más se hace el caldo de tripas con “punzún”, yo también sabía.
Y en un santiamén, estuvo en el cementerio esperando a que llegara el muerto más fresquito. Cuando el panteón quedó solitario, se dirigió sigilosamente hacia la tumba escogida. Quitó la tierra que cubría al ataúd, levantó la tapa y… ¡allí estaba el semblante pavoroso difunto! Quiso huir, más el mismo miedo la detuvo. Temblorosa, tomó el cuchillo y lo clavó una, dos, tres veces sobre el vientre del finado y con desesperación le despojó sus tripas y “punzún”. Entonces, corriendo regresó a su casa. Luego de recobrar su calma, preparó esa merienda macabra que, sin saberlo, su marido comió lamiéndose los dedos.
Esa misma noche, entre tanto María Angula y su esposo dormían, en los alrededores se escucharon aullidos lastimeros. María Angula despertó sobresaltada. El viento chirriaba misteriosamente en las ventanas, balanceándolas, mientras afuera, los ruidos fabricaban sus espantos. De pronto, por las escaleras, María Angula oyó el crujir de unos pasos que subían pesadamente hacia su cuarto. Era un caminar trabajoso y retumbante que se detuvo frente a su puerta. Pasó un minuto eterno de silencio, María Angula vio el resplandor fosforescente de un hombre fantasmal. Un grito cavernoso y prolongado la paralizó.
¡María Angula, devuélveme mis tripas y mi puzún que te robaste de mi santa sepultura!
María Angula se incorporó horrorizada y, con el miedo saliéndole por los ojos, contempló como la puerta se abría empujada por esa figura luminosa y descarnada. María Angula se quedó sin voz. Ahí, frente a ella, estaba el difunto que avanzaba mostrándole su mueca rígida y su vientre ahuecado:¡María Angula, devuélveme mis tripas y mi puzún que te robaste de mi santa sepultura!Aterrada, para no verlo, se escondió bajo las cobijas, pero en instantes sintió que unas manos frías y huesudas la tomaban por sus piernas y la arrastraban, gritando: ¡María Angula, devuélveme mis tripas y mi puzún que te robaste de mi santa sepultura! Cuando Manuel despertó, no encontró a su esposa, y aunque la buscó por todas partes, jamás supo de ella.
La leyenda cuenta que hace miles de años, la hija del rey celestial Tentei (天帝), conocida como Orihime (織姫), algo que vendría a significar princesa tejedora, tenía un increíble talento para tejer, y desarrollaba su talento a orillas del río Amanogawa (天の川) que es nuestra Vía Láctea. El rey Tentei estaba encantado con las telas que hacía su preciosa hija, y ella le complacía cada día de su vida, algo que le impedía conocer a alguien de quien enamorarse, lo cual la entristecía profundamente.
Tentei, al ver la tristeza de su querida hija, decidió planear un encuentro entre ella y un pastor que estaba al otro lado del río Amanogawa, Hikoboshi (彦星) para mejorar el estado de ánimo de la princesa. Cuando ambos se encontraron, el amor surgió inmediatamente entre los dos que quedaron prendados uno del otro. No mucho tiempo después se casaron, y se podría decir que vivían felices, pero el amor no siempre es justo y puede cegarnos de la realidad, y eso fue lo que ambos hicieron, se olvidaron de su realidad
. Orihime dejo de tejer y Hikoboshi descuidó su ganado dejándolo que se desperdigara por todo el cielo. Tentei observó furioso dicha irresponsabilidad y separó a los amantes cada uno a un lado del río Amanogawa como castigo por su comportamiento. Pero un padre es un padre, y al ver las lágrimas de su hija por no poder ver a su amado decidió hacer algo por ella. Le prometió que volvería a ver a su amado, pero solo una vez cada año, el séptimo día del séptimo mes, solo si ella había cumplido con sus tareas.
Muy contenta, la princesa acepto inmediatamente y se dispuso a trabajar con esmero para ver a su amado ese año. Pero el destino a veces es cruel y al llegar el séptimo día del séptimo mes se dio cuenta que no podía acercarse a su amado, pues no había puente que atravesara el río Amanogawa. Ambos amantes estaban tristes en las orillas del río, y la princesa comenzó a llorar desconsolada por su desdicha.
María Angula era una niña alegre y vivaracha, hija de un hacendado de Cayambe. Le encantaban los chismes y se divertía llevando cuentos entre sus amigo para enemistarlos. Por esto la llamaban la metepleitos, la lengua larga o la “carishina” chismosa.
Así, María Angula creció 16 años dedicada a fabricar líos con la vida de los vecinos, y nunca se dio tiempo para aprender a organizar la casa y preparar sabrosas comidas. Cuando María Angula se casó, empezaron sus problemas. El primer día Manuel, su marido, le pidió que preparara una sopa de pan con menudencias y María Angula no sabía como hacerla.
Quemándose las manos con la mecha de manteca y sebo, encendió el carbón y puso sobre él la olla sopera con un poco de agua, sal y color, pero hasta ahí llegó: ¡no sabía qué más hacer!María recordó entonces que en la casa vecina vivía doña Mercedes, una excelente cocinera, y sin pensarlo dos veces corrió hacia ella.
Vecinita, ¿usted sabe preparar la sopa de pan con menudencias?
Claro, doña María. Verá, se arrojan dos panes en una taza de leche, luego se los pone en el caldo, y antes de que éste hierva, se le añaden las menudencias.
¿Así no más se hace?
Sí, vecina.
Ahh, -dijo María Angula-, si así no más se hace la sopa de pan con menudencias, yo también sabía. Y diciendo esto, voló a la cocina para no olvidar la receta.
Al día siguiente, como su esposo le había pedido un locro de “cuchicara”, la historia se repitió.
Doña Mercedes, ¿sabe preparar el locro de “cuchicara”?
Sí, vecina.
Y como la vez anterior, apenas su buena amiga le dio todas las indicaciones, María Angula exclamó:
Ah, si así no más se hace el locro de “cuchicara”, yo también sabía.Y enseguida corrió a su casa para sazonarlo.
Como esto sucedía todas las mañanas, la señora Mercedes se puso molesta. María Angula siempre salía con el mismo cuento: “Ah, si así no más se hace el seco de chivo, yo también sabía; ah, si así no más se hace el ají de librillo, yo también sabía.” Por eso, quiso darle una lección y, al otro día…
Doña Merceditas…
¿Qué se le ofrece, señora María?
Nada, Michita, mi marido desea para la merienda un caldo de tripas con “puzún” y yo…
Umm, eso es refácil, le dijo, y antes de que María Angula la interrumpiese, continuó:
Verá, se va al cementerio llevando un cuchillo afilado. Después espera que llegue el último muerto del día y, sin que nadie la vea, la saca las tripas y el “puzún”. En su casa, los lava y luego los cocina con agua, sal y cebollas y, cuando el caldo haya hervido por unos diez minutos, aumenta un poco de maní… y ya está. Es el plato más sabroso.
Ahh, dijo como siempre María Angula- si así no más se hace el caldo de tripas con “punzún”, yo también sabía.
Y en un santiamén, estuvo en el cementerio esperando a que llegara el muerto más fresquito. Cuando el panteón quedó solitario, se dirigió sigilosamente hacia la tumba escogida. Quitó la tierra que cubría al ataúd, levantó la tapa y… ¡allí estaba el semblante pavoroso difunto! Quiso huir, más el mismo miedo la detuvo. Temblorosa, tomó el cuchillo y lo clavó una, dos, tres veces sobre el vientre del finado y con desesperación le despojó sus tripas y “punzún”. Entonces, corriendo regresó a su casa. Luego de recobrar su calma, preparó esa merienda macabra que, sin saberlo, su marido comió lamiéndose los dedos.
Esa misma noche, entre tanto María Angula y su esposo dormían, en los alrededores se escucharon aullidos lastimeros. María Angula despertó sobresaltada. El viento chirriaba misteriosamente en las ventanas, balanceándolas, mientras afuera, los ruidos fabricaban sus espantos. De pronto, por las escaleras, María Angula oyó el crujir de unos pasos que subían pesadamente hacia su cuarto. Era un caminar trabajoso y retumbante que se detuvo frente a su puerta. Pasó un minuto eterno de silencio, María Angula vio el resplandor fosforescente de un hombre fantasmal. Un grito cavernoso y prolongado la paralizó.¡María Angula, devuélveme mis tripas y mi puzún que te robaste de mi santa sepultura!
María Angula se incorporó horrorizada y, con el miedo saliéndole por los ojos, contempló como la puerta se abría empujada por esa figura luminosa y descarnada. María Angula se quedó sin voz. Ahí, frente a ella, estaba el difunto que avanzaba mostrándole su mueca rígida y su vientre ahuecado:¡María Angula, devuélveme mis tripas y mi puzún que te robaste de mi santa sepultura!Aterrada, para no verlo, se escondió bajo las cobijas, pero en instantes sintió que unas manos frías y huesudas la tomaban por sus piernas y la arrastraban, gritando:
¡María Angula, devuélveme mis tripas y mi puzún que te robaste de mi santa sepultura!
Cuando Manuel despertó, no encontró a su esposa, y aunque la buscó por todas partes, jamás supo de ella.