Me corrió un escalofrío por la espalda, como me pasa con algunas películas de terror, y bajé para encender la tele y ver la hora en alguno de los canales.
Puse directamente Noticias TV porque a veces mi papá me pide que me fije la hora ahí para poner en hora su reloj de pulsera, que siempre atrasa. Me quedé con la boca abierta cuando, después de pasar por Noticias y por todos los otros canales de noticias, por los de deportes, por los de dibujitos, por los aburridísimos canales llenos de mujeres cosiendo o cocinando, en la pantalla no había más que lluvia, rayas y ese ruido yyyyyyy, en todos todos los canales. El ruido me enloquecía, así que bajé el volumen del todo y decidí dejar la tele encendida para ir viendo qué pasaba. "Tal vez se cortó el cable", pensé, algo aliviado. Me fui corriendo al fondo, ya que vivo en una esquina y el cable viene de un palo que está a la vuelta de mi casa. Abrí la puerta esperando, como siempre, tener que atajar a Crash, nuestro perro. Crash me recibe siempre en el fondo saltándome al pecho con tanta alegría, que más de una vez me tiró al piso y ahí nomás se dedicó a lamerme la cara con esa lengua húmeda, blanda y tibiecita que me gusta pero me da un poquito de asco. Pero no: abrí la puerta del fondo y nada, ni noticias de Crash. Lo busqué en el vivero... bah, los restos del vivero que una vez mi mamá había hecho y que después quedó como cucha para el perro; inspeccioné entre los álamos y el roble pellín del fondo, y también bajo las largas ramas de los abedules, detrás de la parrilla de mi papá, debajo del auto… Y nada. Ahí sí me preocupé. Nada de lo que pasaba me asustó tanto como la ausencia de mi perro, ya que no había forma de que saliera de la casa. El portón de madera que da a la calle lateral está siempre cerrado y no se abre más que para sacar las bicis nuestras o el auto, que estaba en su lugar. ¡El auto! Pero si estaba el auto, ¿cómo se habían ido a lo de la dentista? Es cierto que el pueblo no es tan grande y se puede ir caminando a cualquier lugar, pero papá no es precisamente alguien a quien le guste caminar. Y ni hablar de Andrés, que cuando hay que caminar mucho se pone caprichoso y pretende que tomemos un taxi o un remís hasta para ir a cinco cuadras. Y encima el hospital está a más de quince.
Cuando entré en casa de nuevo, ya ni me acordaba del cable, hasta que vi la pantalla del televisor. Seguía igual: lluvia, rayitas y nada más.
Me corrió un escalofrío por la espalda, como me pasa con algunas películas de terror, y bajé para encender la tele y ver la hora en alguno de los canales.
Puse directamente Noticias TV porque a veces mi papá me pide que me fije la hora ahí para poner en hora su reloj de pulsera, que siempre atrasa. Me quedé con la boca abierta cuando, después de pasar por Noticias y por todos los otros canales de noticias, por los de deportes, por los de dibujitos, por los aburridísimos canales llenos de mujeres cosiendo o cocinando, en la pantalla no había más que lluvia, rayas y ese ruido yyyyyyy, en todos todos los canales. El ruido me enloquecía, así que bajé el volumen del todo y decidí dejar la tele encendida para ir viendo qué pasaba. "Tal vez se cortó el cable", pensé, algo aliviado. Me fui corriendo al fondo, ya que vivo en una esquina y el cable viene de un palo que está a la vuelta de mi casa. Abrí la puerta esperando, como siempre, tener que atajar a Crash, nuestro perro. Crash me recibe siempre en el fondo saltándome al pecho con tanta alegría, que más de una vez me tiró al piso y ahí nomás se dedicó a lamerme la cara con esa lengua húmeda, blanda y tibiecita que me gusta pero me da un poquito de asco. Pero no: abrí la puerta del fondo y nada, ni noticias de Crash. Lo busqué en el vivero... bah, los restos del vivero que una vez mi mamá había hecho y que después quedó como cucha para el perro; inspeccioné entre los álamos y el roble pellín del fondo, y también bajo las largas ramas de los abedules, detrás de la parrilla de mi papá, debajo del auto… Y nada. Ahí sí me preocupé. Nada de lo que pasaba me asustó tanto como la ausencia de mi perro, ya que no había forma de que saliera de la casa. El portón de madera que da a la calle lateral está siempre cerrado y no se abre más que para sacar las bicis nuestras o el auto, que estaba en su lugar. ¡El auto! Pero si estaba el auto, ¿cómo se habían ido a lo de la dentista? Es cierto que el pueblo no es tan grande y se puede ir caminando a cualquier lugar, pero papá no es precisamente alguien a quien le guste caminar. Y ni hablar de Andrés, que cuando hay que caminar mucho se pone caprichoso y pretende que tomemos un taxi o un remís hasta para ir a cinco cuadras. Y encima el hospital está a más de quince.
Cuando entré en casa de nuevo, ya ni me acordaba del cable, hasta que vi la pantalla del televisor. Seguía igual: lluvia, rayitas y nada más.