Las últimas dos constituciones, la de 1886 y la de 1991, nos han regido durante 128 años, pero han sido incapaces de devolvernos la paz y la transparencia en la gestión pública. Tampoco han servido para encaminar al país hacia el progreso, la cultura ciudadana, el respeto por la ley, los derechos humanos y la tolerancia hacia las ideas ajenas. Al contrario, han servido de marco a una Colombia desigual gracias a la protección de los intereses de unos grupos económicos voraces y sin control alguno, a unos medios de comunicación parcializados y en manos de esos mismos grupos y a al impulso de una injusticia social que nos cobra en vidas e intranquilidad su angustia.
Corrupción y violencia son el cáncer y el sida que no han podido extirpar ese par de Cartas. Entre otras cosas porque quienes hacen esas constituciones y las leyes que las reglamentan son violentos y corruptos. A juzgar por las justificaciones que hace Uribe sobre la violencia y las que hace Santos sobre la “normal” mermelada, uno podría pensar que los políticos no están interesados en luchar contra sus propios defectos.
Las últimas dos constituciones, la de 1886 y la de 1991, nos han regido durante 128 años, pero han sido incapaces de devolvernos la paz y la transparencia en la gestión pública. Tampoco han servido para encaminar al país hacia el progreso, la cultura ciudadana, el respeto por la ley, los derechos humanos y la tolerancia hacia las ideas ajenas. Al contrario, han servido de marco a una Colombia desigual gracias a la protección de los intereses de unos grupos económicos voraces y sin control alguno, a unos medios de comunicación parcializados y en manos de esos mismos grupos y a al impulso de una injusticia social que nos cobra en vidas e intranquilidad su angustia.
Corrupción y violencia son el cáncer y el sida que no han podido extirpar ese par de Cartas. Entre otras cosas porque quienes hacen esas constituciones y las leyes que las reglamentan son violentos y corruptos. A juzgar por las justificaciones que hace Uribe sobre la violencia y las que hace Santos sobre la “normal” mermelada, uno podría pensar que los políticos no están interesados en luchar contra sus propios defectos.