Y hay pedazos de dicha vida que de una vez que en cuando resucitan, igual que un mundo repetido frente a un espejo: la ausente ternura de mi mamá, la risotada sonora de mi papá, mis juguetes invadiendo hasta los últimos rincones de la vivienda, una ventana de rejas por donde se notaba la callecita aquella de Barranco sombreada de árboles. Me veo sobre un triciclo rojo en la puerta de la vivienda, bajo la mirada amorosa de mi mamá. Es la hora en que padre acostumbra a volover del trabajo- Constantemente surge un ómnibus que se detiene delante de nosotros mismos y mi papá baja despidiéndose de sus amigos, quienes, a partir de llas ventanillas, le gritan alguna broma y ríen. Cierta mañana de sol, los descubrieron mis ojos.
Dicha mañana, avanzó como lo hizo continuamente que estamos hasta la última vez que lo vi: la mirada fija en el suelo, recogiendo papeles de todo tipo, de todo tamaño, de diferentes colores. Sus dedos largos y nudosos andaban como patas entre la basura, sacudían un poco los papeles quitándoles sutilmente el polvo y después los empujaban en aquel costal que llevaba en las espaldas como una joroba ilógica.
Movidos por nuestra curiosidad le preguntamos por qué aquel señor recogía muchos papeles.
- Es para hacerse ropa -nos respondió-. Por Dicha razón, junta papeles para hacerse ropa nueva.
Y sentí una compasiva simpatía por aquel "señor pobrecito" que juntaba papeles para hacerse ropa.
dicha misma tarde, inicié a juntar todos los papeles que hallaba en el hogar para mi nuevo amigo. E igual que el día anterior, en el momento en que mi mamá solía sacarnos a la puerta para que jugásemos a medida que llegaba padre, retornó a aparecer el ser humano con su cargamento de papeles sobre las espaldas, doblado hacia adelante, como un símbolo de interrogación dibujado en la calle.
- Tenga, señor... para que se realice su ropita -dijo mi hermana.
Encorvó más el esqueleto y de un tirón recibió los papeles. Caminaba despacio, continuamente
adelante, sin volver la cara hacia atrás ni a los costados y constantemente para recoger los papeles que se le caían o que se llevaba el viento.
Al poco rato, llegaba padre con su risotada sonora alegrando nuestros propios corazones. Entonces, lo vimos salir de la esquina de costumbre una vez que ya era más del mediodía y padre estaba por llegar. Mi hermana y yo le hacíamos la compañía de otras veces, una vez que oímos la voz enérgica de mi papá que nos nombraba. A medida que se alejaba, esta vez sin recoger papeles, mi papá lo intimidó con golpearlo si lo regresaba a ver con nosotros mismos. No entendí la actitud de mi papá. Recién al tercer día retornó a pasar delante de nuestra vivienda.
A partir de la ventana con rejas veíamos pasar a la población y caer las hojas amarillentas de los árboles.
Iniciaron a llegar más personas más grandes, tíos y tías que jamás había observado y un ir y pasar nervioso, agitado, sombrío.
- Se debe llevarse a los niños... Una tía nos sacó, recomendándonos no hacer sonido al pasar por el cuarto de mi mamá. Me miró pasar sin niguna expresión, sin ni una sonrisa, como si no me hubiese observado.
El carro partió y yo, parado sobre el asiento siguiente, pude ver la figura andrajosa del viejo huesudo saliendo por su esquina esconde, esa figura miserable curvándose en el suelo como un can que husmeaba en los tachos de basura. Silenciosamente me despedí de él, a medida que el auto doblaba en la primera esquina.
Respuesta:
NO LO HE LEIDO
Explicación:
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Respuesta:
Entonces, yo poseía 5 años de edad.
Y hay pedazos de dicha vida que de una vez que en cuando resucitan, igual que un mundo repetido frente a un espejo: la ausente ternura de mi mamá, la risotada sonora de mi papá, mis juguetes invadiendo hasta los últimos rincones de la vivienda, una ventana de rejas por donde se notaba la callecita aquella de Barranco sombreada de árboles. Me veo sobre un triciclo rojo en la puerta de la vivienda, bajo la mirada amorosa de mi mamá. Es la hora en que padre acostumbra a volover del trabajo- Constantemente surge un ómnibus que se detiene delante de nosotros mismos y mi papá baja despidiéndose de sus amigos, quienes, a partir de llas ventanillas, le gritan alguna broma y ríen. Cierta mañana de sol, los descubrieron mis ojos.
Dicha mañana, avanzó como lo hizo continuamente que estamos hasta la última vez que lo vi: la mirada fija en el suelo, recogiendo papeles de todo tipo, de todo tamaño, de diferentes colores. Sus dedos largos y nudosos andaban como patas entre la basura, sacudían un poco los papeles quitándoles sutilmente el polvo y después los empujaban en aquel costal que llevaba en las espaldas como una joroba ilógica.
Movidos por nuestra curiosidad le preguntamos por qué aquel señor recogía muchos papeles.
- Es para hacerse ropa -nos respondió-. Por Dicha razón, junta papeles para hacerse ropa nueva.
Y sentí una compasiva simpatía por aquel "señor pobrecito" que juntaba papeles para hacerse ropa.
dicha misma tarde, inicié a juntar todos los papeles que hallaba en el hogar para mi nuevo amigo. E igual que el día anterior, en el momento en que mi mamá solía sacarnos a la puerta para que jugásemos a medida que llegaba padre, retornó a aparecer el ser humano con su cargamento de papeles sobre las espaldas, doblado hacia adelante, como un símbolo de interrogación dibujado en la calle.
- Tenga, señor... para que se realice su ropita -dijo mi hermana.
Encorvó más el esqueleto y de un tirón recibió los papeles. Caminaba despacio, continuamente
adelante, sin volver la cara hacia atrás ni a los costados y constantemente para recoger los papeles que se le caían o que se llevaba el viento.
Al poco rato, llegaba padre con su risotada sonora alegrando nuestros propios corazones. Entonces, lo vimos salir de la esquina de costumbre una vez que ya era más del mediodía y padre estaba por llegar. Mi hermana y yo le hacíamos la compañía de otras veces, una vez que oímos la voz enérgica de mi papá que nos nombraba. A medida que se alejaba, esta vez sin recoger papeles, mi papá lo intimidó con golpearlo si lo regresaba a ver con nosotros mismos. No entendí la actitud de mi papá. Recién al tercer día retornó a pasar delante de nuestra vivienda.
A partir de la ventana con rejas veíamos pasar a la población y caer las hojas amarillentas de los árboles.
Iniciaron a llegar más personas más grandes, tíos y tías que jamás había observado y un ir y pasar nervioso, agitado, sombrío.
- Se debe llevarse a los niños... Una tía nos sacó, recomendándonos no hacer sonido al pasar por el cuarto de mi mamá. Me miró pasar sin niguna expresión, sin ni una sonrisa, como si no me hubiese observado.
El carro partió y yo, parado sobre el asiento siguiente, pude ver la figura andrajosa del viejo huesudo saliendo por su esquina esconde, esa figura miserable curvándose en el suelo como un can que husmeaba en los tachos de basura. Silenciosamente me despedí de él, a medida que el auto doblaba en la primera esquina.
Explicación:
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