En aquel entonces existieron dos posturas encontradas en las cuales se polarizaba el debate: por un lado, teníamos a los pensadores, casi todos ellos vinculados a la Iglesia católica, que sostenían que los indígenas no tenían alma, por eso era necesaria la intervención de los españoles.
Por otro lado, estaba una postura multicultural que sostenía que los indígenas sí tenían alma, lo que los hacía acreedores al derecho de gobernarse a sí mismos. No era, como se afirmaba, que los pobladores del Nuevo Mundo fueran seres irracionales, sino que su desarrollo era distinto.
La postura que sostenía que los indígenas no tenían alma fue encabezada por el sacerdote Juan Ginés de Sepúlveda. Mientras que la postura que sostuvo que los indígenas tenían alma la encabezó Bartolomé de las Casas.
No fueron las únicas posiciones, hubo otras que guardaron más ambigüedad. Como la de Fray Bernardino de Sahuagún, cuya postura iba entre la admiración por las civilizaciones originarias y la condena de estos pueblos.
Esto implicaba destruir las creencias de los indígenas y al mismo tiempo convencerse de que la visión indígena era valiosa por su apego a las sabias leyes naturales.
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Respuesta:
En aquel entonces existieron dos posturas encontradas en las cuales se polarizaba el debate: por un lado, teníamos a los pensadores, casi todos ellos vinculados a la Iglesia católica, que sostenían que los indígenas no tenían alma, por eso era necesaria la intervención de los españoles.
Por otro lado, estaba una postura multicultural que sostenía que los indígenas sí tenían alma, lo que los hacía acreedores al derecho de gobernarse a sí mismos. No era, como se afirmaba, que los pobladores del Nuevo Mundo fueran seres irracionales, sino que su desarrollo era distinto.
La postura que sostenía que los indígenas no tenían alma fue encabezada por el sacerdote Juan Ginés de Sepúlveda. Mientras que la postura que sostuvo que los indígenas tenían alma la encabezó Bartolomé de las Casas.
No fueron las únicas posiciones, hubo otras que guardaron más ambigüedad. Como la de Fray Bernardino de Sahuagún, cuya postura iba entre la admiración por las civilizaciones originarias y la condena de estos pueblos.
Esto implicaba destruir las creencias de los indígenas y al mismo tiempo convencerse de que la visión indígena era valiosa por su apego a las sabias leyes naturales.
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