Y llegamos al final de este recorrido, en el que hemos lanzado una rápida mirada sobre tres pueblos que, tras siglos de existencia y desarrollo, con sus particularidades sociales y culturales, en torno a los siglos II y III d.C., entraron en la gigantesca órbita de Roma por una serie de cuestiones que anteriormente referimos, y que propiciaron unas características muy concretas de la época que estaba por llegar. No hubo una ruptura, pues no hay resquebrajamientos ni escisiones en la Historia, fue un proceso que iba a darse tarde o temprano, y estos pueblos, al igual que el mismo Imperio, fueron meros agentes para dicho cambio. Al igual que los romanos, anteriormente, con sabinos, etruscos y samnitas entre otros, de los que adoptaron todo aquello de lo que se podían valer para el bienestar suyo y de su gente, la mayoría de estos “bárbaros” tomaron de Roma todo aquello que les pareció válido para ofrecer a su pueblo con el propósito del crecimiento y positivo desarrollo del mismo, a la vez que mantenían muchas de sus costumbres propias.
Así, debemos decir que en el Occidente no quedó rastro alguno de vándalos ni de hunos, si bien hay ciertas historias de los primeros. Estos últimos, tras la muerte de Atila en 453, se dividieron, y el Imperio cayó, rebelándose muchos de los pueblos que había absorbido anteriormente la gran confederación esteparia, y marchando cada tribu por su lado siguiendo a su jefe. La mayoría volvieron a las estepas orientales, y muchos otros se quedaron en Occidente para servir como mercenarios. Así, los hunos, a los que no empujaba el deseo de buscar una nueva vida y encontrar una tierra mejor, sino que amaban el nomadismo y el pillaje, desaparecieron de la Historia como habían aparecido.
Y llegamos al final de este recorrido, en el que hemos lanzado una rápida mirada sobre tres pueblos que, tras siglos de existencia y desarrollo, con sus particularidades sociales y culturales, en torno a los siglos II y III d.C., entraron en la gigantesca órbita de Roma por una serie de cuestiones que anteriormente referimos, y que propiciaron unas características muy concretas de la época que estaba por llegar. No hubo una ruptura, pues no hay resquebrajamientos ni escisiones en la Historia, fue un proceso que iba a darse tarde o temprano, y estos pueblos, al igual que el mismo Imperio, fueron meros agentes para dicho cambio. Al igual que los romanos, anteriormente, con sabinos, etruscos y samnitas entre otros, de los que adoptaron todo aquello de lo que se podían valer para el bienestar suyo y de su gente, la mayoría de estos “bárbaros” tomaron de Roma todo aquello que les pareció válido para ofrecer a su pueblo con el propósito del crecimiento y positivo desarrollo del mismo, a la vez que mantenían muchas de sus costumbres propias.
Así, debemos decir que en el Occidente no quedó rastro alguno de vándalos ni de hunos, si bien hay ciertas historias de los primeros. Estos últimos, tras la muerte de Atila en 453, se dividieron, y el Imperio cayó, rebelándose muchos de los pueblos que había absorbido anteriormente la gran confederación esteparia, y marchando cada tribu por su lado siguiendo a su jefe. La mayoría volvieron a las estepas orientales, y muchos otros se quedaron en Occidente para servir como mercenarios. Así, los hunos, a los que no empujaba el deseo de buscar una nueva vida y encontrar una tierra mejor, sino que amaban el nomadismo y el pillaje, desaparecieron de la Historia como habían aparecido.