En la naturaleza, las relaciones ecosistémicas en las que un organismo se beneficia provocando un daño a otro se denominan “relaciones antagónicas”. Las relaciones antagónicas se dan porque los organismos tienen intereses en conflicto. Por ejemplo, una garrapata puede tener un interés en alimentarse de la sangre de un ciervo porque le aporta nutrientes y, por tanto, la beneficia. Esto entra en conflicto con los intereses del ciervo porque parte de su energía se destina a alimentar a la garrapata, debilitando su estado físico. Los principales ejemplos de relaciones antagónicas son aquellas en las que un organismo se nutre dañando a otro, en particular mediante el parasitismo o la depredación.
También pueden darse relaciones antagónicas dentro de una misma especie, cuando los intereses de sus individuos entran en conflicto. Por ejemplo, en ambientes con recursos limitados, los animales luchan para asegurar el territorio, las parejas o el estatus social dentro de un grupo. Algunos animales devoran a miembros de su misma especie, incluyendo hermanos y crías. Analizamos este tipo de relaciones en el texto sobre conflictos intraespecíficos. Y también puede darse relaciones antagónicas entre machos y hembras dentro de una especie.
Dos casos habituales de relaciones antagónicas entre diferentes especies son el parasitismo y la depredación. Generalmente, los depredadores son mayores o del mismo tamaño que los animales a los que depredan, mientras que los parásitos suelen ser mucho menores. Muchos parásitos pasan toda su vida dentro de un solo huésped sin matarlo. La excepción a esto son los parasitoides, que viven a expensas de un único huésped, y finalmente lo matan. Un ejemplo es la familia de avispas Ichneumonidae cuyas hembras ponen sus huevos en un huésped vivo como una oruga. Las larvas posteriormente consumen a su huésped, a quien solo matan cuando están a punto de abandonar el cuerpo.1 Los parásitos suelen pasar toda su vida dentro de un solo huésped, al cual por lo general no matan. Una excepción a esto es la de los parasitoides, que solo interactúan con un huésped al que finalmente matan. Un ejemplo es la familia de avispas Ichneumonidae, cuyas hembras ponen los huevos en huéspedes con vida, como las orugas. Cuando las larvas nacen empiezan a devorar al huésped, al que solamente matan cuando van a abandonar el cuerpo.
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En la naturaleza, las relaciones ecosistémicas en las que un organismo se beneficia provocando un daño a otro se denominan “relaciones antagónicas”. Las relaciones antagónicas se dan porque los organismos tienen intereses en conflicto. Por ejemplo, una garrapata puede tener un interés en alimentarse de la sangre de un ciervo porque le aporta nutrientes y, por tanto, la beneficia. Esto entra en conflicto con los intereses del ciervo porque parte de su energía se destina a alimentar a la garrapata, debilitando su estado físico. Los principales ejemplos de relaciones antagónicas son aquellas en las que un organismo se nutre dañando a otro, en particular mediante el parasitismo o la depredación.
También pueden darse relaciones antagónicas dentro de una misma especie, cuando los intereses de sus individuos entran en conflicto. Por ejemplo, en ambientes con recursos limitados, los animales luchan para asegurar el territorio, las parejas o el estatus social dentro de un grupo. Algunos animales devoran a miembros de su misma especie, incluyendo hermanos y crías. Analizamos este tipo de relaciones en el texto sobre conflictos intraespecíficos. Y también puede darse relaciones antagónicas entre machos y hembras dentro de una especie.
Dos casos habituales de relaciones antagónicas entre diferentes especies son el parasitismo y la depredación. Generalmente, los depredadores son mayores o del mismo tamaño que los animales a los que depredan, mientras que los parásitos suelen ser mucho menores. Muchos parásitos pasan toda su vida dentro de un solo huésped sin matarlo. La excepción a esto son los parasitoides, que viven a expensas de un único huésped, y finalmente lo matan. Un ejemplo es la familia de avispas Ichneumonidae cuyas hembras ponen sus huevos en un huésped vivo como una oruga. Las larvas posteriormente consumen a su huésped, a quien solo matan cuando están a punto de abandonar el cuerpo.1 Los parásitos suelen pasar toda su vida dentro de un solo huésped, al cual por lo general no matan. Una excepción a esto es la de los parasitoides, que solo interactúan con un huésped al que finalmente matan. Un ejemplo es la familia de avispas Ichneumonidae, cuyas hembras ponen los huevos en huéspedes con vida, como las orugas. Cuando las larvas nacen empiezan a devorar al huésped, al que solamente matan cuando van a abandonar el cuerpo.
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