Las ciudades cananeo-fenicias no constituyeron una entidad política unitaria. Cada ciudad albergaba un palacio, sede de la realeza local y núcleo en torno al que se articulaba el Estado, y sólo en época de los persas se estableció en Trípoli un consejo federal al que las distintas ciudades enviaban sus representantes. El contorno urbano se encontraba dominado por las grandes construcciones de los palacios y los templos, éstos últimos de menor tamaño que en Mesopotamia, dada su menor importancia económica. La acrópolis amurallada se alzaba sobre el paisaje de la ciudad protegida por un recinto exterior. Las fortificaciones, en un principio de tierra apisonada, fueron sustituidas luego por muros de piedra, como en Siquem o Jericó, levantados sobre cimientos ciclópeos. La ciudad formaba una unidad política, económica y social con un territorio circundante que administraba.
La monarquía.
Al igual que en el resto de Oriente la forma de gobierno era la monarquía. La realeza era hereditaria y estaba protegida por los dioses. Estos reyes, que, al igual que otros soberanos orientales, desplegaron una gran actividad en la construcción de templos y la erección y dedicación de estatuas, son caracterizados por la propaganda palatina de "justos" y "virtuosos" como puede apreciarse en sus inscripciones:
“Una casa construida por Yehimilk, rey de Biblos,
que restauró también aquí todas las casas arruinadas.
Ba‘al-Shamin y la Señora de Biblos y la Asamblea
de los sagrados dioses de Biblos prolonguen los días y años
de Yehimilk en Biblos, porque es un rey justo
y un soberano recto en presencia de los sagrados dioses de Biblos”.
(Inscripción procedente de Biblos (s. X. a. C.) que conmemora la consagración de un templo: ANET, 499)
La imagen del rey cananeo-fenicio como gobernante capacitado y justo requiere, sin embargo, una matización relativa a un periodo histórico concreto. Durante el Bronce Tardío el monarca parece más preocupado por capturar a los fugitivos de su reino que por hacer imperar la justicia. El poder del rey, descansaba en buena medida, en una elite aristocrática de guerreros y funcionarios que eran recompensados con tierras a expensas del progresivo empobrecimiento de los campesinos. Su poder era absoluto en cuestiones de política interior, pero de cara a la administración egipcia no era más que un subalterno del gobernador de Canaán con residencia en Gaza, por lo que frecuentemente recibía el titulo de hazanu o alcalde. Tras la conmoción que supuso el fin de la Edad del Bronce, los reyes de las ciudades fenicias volvieron a tener presente la necesidad de establecer un equilibrio social por medio de su capacidad para establecer la justicia.
Las ciudades cananeo-fenicias no constituyeron una entidad política unitaria. Cada ciudad albergaba un palacio, sede de la realeza local y núcleo en torno al que se articulaba el Estado, y sólo en época de los persas se estableció en Trípoli un consejo federal al que las distintas ciudades enviaban sus representantes. El contorno urbano se encontraba dominado por las grandes construcciones de los palacios y los templos, éstos últimos de menor tamaño que en Mesopotamia, dada su menor importancia económica. La acrópolis amurallada se alzaba sobre el paisaje de la ciudad protegida por un recinto exterior. Las fortificaciones, en un principio de tierra apisonada, fueron sustituidas luego por muros de piedra, como en Siquem o Jericó, levantados sobre cimientos ciclópeos. La ciudad formaba una unidad política, económica y social con un territorio circundante que administraba.
La monarquía.
Al igual que en el resto de Oriente la forma de gobierno era la monarquía. La realeza era hereditaria y estaba protegida por los dioses. Estos reyes, que, al igual que otros soberanos orientales, desplegaron una gran actividad en la construcción de templos y la erección y dedicación de estatuas, son caracterizados por la propaganda palatina de "justos" y "virtuosos" como puede apreciarse en sus inscripciones:
“Una casa construida por Yehimilk, rey de Biblos,
que restauró también aquí todas las casas arruinadas.
Ba‘al-Shamin y la Señora de Biblos y la Asamblea
de los sagrados dioses de Biblos prolonguen los días y años
de Yehimilk en Biblos, porque es un rey justo
y un soberano recto en presencia de los sagrados dioses de Biblos”.
(Inscripción procedente de Biblos (s. X. a. C.) que conmemora la consagración de un templo: ANET, 499)
La imagen del rey cananeo-fenicio como gobernante capacitado y justo requiere, sin embargo, una matización relativa a un periodo histórico concreto. Durante el Bronce Tardío el monarca parece más preocupado por capturar a los fugitivos de su reino que por hacer imperar la justicia. El poder del rey, descansaba en buena medida, en una elite aristocrática de guerreros y funcionarios que eran recompensados con tierras a expensas del progresivo empobrecimiento de los campesinos. Su poder era absoluto en cuestiones de política interior, pero de cara a la administración egipcia no era más que un subalterno del gobernador de Canaán con residencia en Gaza, por lo que frecuentemente recibía el titulo de hazanu o alcalde. Tras la conmoción que supuso el fin de la Edad del Bronce, los reyes de las ciudades fenicias volvieron a tener presente la necesidad de establecer un equilibrio social por medio de su capacidad para establecer la justicia.