¿La Ingeniería como legado de la sociedad inca que aportes a contribuido que permanece a la actualidad? ¿Qué parte de la Ingeniería inca debemos seguir conservando en la actualidad? ¿Cómo el sistema de carretera monumental contribuye para lograr el país que anhelamos?
El desafío de una naturaleza hostil, en la que las condiciones cambian según se trate de la zona costera, donde se alternan pequeños valles fértiles con extensos arenales desiertos, o en la sierra, donde las punas frías dominan a los abrigados valles interiores, o en la ceja de montaña, donde el clima tropical es más un obstáculo que un aliciente, tuvo una adecuada respuesta en la capacidad de desarrollo tecnológico de que fue protagonista el hombre andino. Como en todas las manifestaciones de su cultura, los incas fueron en este aspecto herederos de realizaciones anteriores, conseguidas por el esfuerzo y por esa capacidad de respuesta de los grupos asentados en las diversas zonas de la geografía del Tahuantinsuyu. Pero también, como en todas esas manifestaciones, el genio organizador del pueblo inca fue capaz de extraer de esas experiencias el máximo rendimiento al aplicar su espíritu de disciplina al objetivo primordial de su economía: alcanzar el más alto nivel de producción en todas sus tierras. El objetivo fundamental de todo el esfuerzo organizado de los expertos ingenieros y la mano de obra fue el de conseguir el dominio del espacio en una verdadera labor de remodelación y estructuración de la propia naturaleza, mediante la construcción de terrazas escalonadas o andenes que ampliaron el terreno utilizable para la agricultura o el desarrollo del urbanismo, con el complemento indispensable de una red de canalizaciones de riego para aquélla o de abastecimiento de aguas para ésta, en ambos casos con un perfecto sistema de drenajes para asegurar la consistencia de las construcciones. Hemos aludido al desarrollo del urbanismo incaico, relacionándolo con la ingeniería, y es que, en efecto, no sólo la infraestructura de las ciudades requería una técnica de ingenieros. La misma arquitectura, en su grandiosa simplicidad, puede considerarse también como obra de técnicos expertos en esta ciencia que debían estudiar y conocer la capacidad de resistencia de los materiales líticos, el equilibrio y el peso de los distintos elementos arquitectónicos, la perfecta aplicación de eficaces técnicas antisísmicas que han permitido la conservación de numerosos edificios de forma intacta en una zona sacudida por frecuentes y devastadores terremotos. La más imponente muestra de la perfección alcanzada por la técnica incaica para conseguir hacer aprovechable un terreno con fines urbanísticos y agrícolas conjuntamente es, sin ningún género de dudas, el impresionante conjunto de la ciudad de Machu Picchu. Ante la belleza sobrecogedora del paisaje en el que se asienta, el espectador de esta maravilla percibe, sin comprenderla, la perfección alcanzada por los ingenieros incas en sus técnicas y la capacidad de organización de una mano de obra disciplinada que podía hacer realidad lo que aún hoy y ante su contemplación parece más una fantasía de la imaginación que una obra humana. En la montaña, esculpida como una gigantesca escultura, se suceden planos y terrazas comunicadas por innumerables escalinatas, donde se asientan espacios abiertos y barrios residenciales o conjuntos ceremoniales rodeados de andenes que descienden hasta la base del cerro, rodeado por una curva del Urubamba, o se levantan como un magnífico telón de fondo sobre las vertientes casi verticales del Huayna Picchu, el "cerro joven", y el Machu Picchu, el "cerro viejo", que encierran como en un estuche la joya de la ciudad. Pero hay otro tipo de andenes o terracerías de uso exclusivamente agrícola que transformaron y ampliaron la capacidad de explotación de unas tierras que de otro modo habrían sido absolutamente inaprovechables. Y que sirvieron, a su vez, como sistemas de protección contra los efectos erosivos del viento y la lluvia que provocan en las laderas de las montañas continuos desprendimientos. Por un lado, estos andenes permiten esa ampliación tan necesaria de los terrenos cultivables pero, además, por la forma de estar dispuestos y constituidos, aseguran un aprovechamiento total del agua que se va infiltrando desde el más elevado hasta el de nivel más bajo, reduciendo gracias a la sabia combinación de los materiales de relleno depositados entre sus muros, las pérdidas que podría provocarla evaporación.
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El desafío de una naturaleza hostil, en la que las condiciones cambian según se trate de la zona costera, donde se alternan pequeños valles fértiles con extensos arenales desiertos, o en la sierra, donde las punas frías dominan a los abrigados valles interiores, o en la ceja de montaña, donde el clima tropical es más un obstáculo que un aliciente, tuvo una adecuada respuesta en la capacidad de desarrollo tecnológico de que fue protagonista el hombre andino. Como en todas las manifestaciones de su cultura, los incas fueron en este aspecto herederos de realizaciones anteriores, conseguidas por el esfuerzo y por esa capacidad de respuesta de los grupos asentados en las diversas zonas de la geografía del Tahuantinsuyu. Pero también, como en todas esas manifestaciones, el genio organizador del pueblo inca fue capaz de extraer de esas experiencias el máximo rendimiento al aplicar su espíritu de disciplina al objetivo primordial de su economía: alcanzar el más alto nivel de producción en todas sus tierras. El objetivo fundamental de todo el esfuerzo organizado de los expertos ingenieros y la mano de obra fue el de conseguir el dominio del espacio en una verdadera labor de remodelación y estructuración de la propia naturaleza, mediante la construcción de terrazas escalonadas o andenes que ampliaron el terreno utilizable para la agricultura o el desarrollo del urbanismo, con el complemento indispensable de una red de canalizaciones de riego para aquélla o de abastecimiento de aguas para ésta, en ambos casos con un perfecto sistema de drenajes para asegurar la consistencia de las construcciones. Hemos aludido al desarrollo del urbanismo incaico, relacionándolo con la ingeniería, y es que, en efecto, no sólo la infraestructura de las ciudades requería una técnica de ingenieros. La misma arquitectura, en su grandiosa simplicidad, puede considerarse también como obra de técnicos expertos en esta ciencia que debían estudiar y conocer la capacidad de resistencia de los materiales líticos, el equilibrio y el peso de los distintos elementos arquitectónicos, la perfecta aplicación de eficaces técnicas antisísmicas que han permitido la conservación de numerosos edificios de forma intacta en una zona sacudida por frecuentes y devastadores terremotos. La más imponente muestra de la perfección alcanzada por la técnica incaica para conseguir hacer aprovechable un terreno con fines urbanísticos y agrícolas conjuntamente es, sin ningún género de dudas, el impresionante conjunto de la ciudad de Machu Picchu. Ante la belleza sobrecogedora del paisaje en el que se asienta, el espectador de esta maravilla percibe, sin comprenderla, la perfección alcanzada por los ingenieros incas en sus técnicas y la capacidad de organización de una mano de obra disciplinada que podía hacer realidad lo que aún hoy y ante su contemplación parece más una fantasía de la imaginación que una obra humana. En la montaña, esculpida como una gigantesca escultura, se suceden planos y terrazas comunicadas por innumerables escalinatas, donde se asientan espacios abiertos y barrios residenciales o conjuntos ceremoniales rodeados de andenes que descienden hasta la base del cerro, rodeado por una curva del Urubamba, o se levantan como un magnífico telón de fondo sobre las vertientes casi verticales del Huayna Picchu, el "cerro joven", y el Machu Picchu, el "cerro viejo", que encierran como en un estuche la joya de la ciudad. Pero hay otro tipo de andenes o terracerías de uso exclusivamente agrícola que transformaron y ampliaron la capacidad de explotación de unas tierras que de otro modo habrían sido absolutamente inaprovechables. Y que sirvieron, a su vez, como sistemas de protección contra los efectos erosivos del viento y la lluvia que provocan en las laderas de las montañas continuos desprendimientos. Por un lado, estos andenes permiten esa ampliación tan necesaria de los terrenos cultivables pero, además, por la forma de estar dispuestos y constituidos, aseguran un aprovechamiento total del agua que se va infiltrando desde el más elevado hasta el de nivel más bajo, reduciendo gracias a la sabia combinación de los materiales de relleno depositados entre sus muros, las pérdidas que podría provocarla evaporación.
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