Lo mismo que de frutas, América equinoccial es abundante en plantas con reservas almidonosas subterráneas, que en el lenguaje de los cronistas de la conquista y aun en el popular actualmente, se conocen bajo, el nombre general de "raíces", aunque algunas no lo sean en sentido estricto. Aun se ha llegado a adscribir como señal distintiva del complejo agrícola y hortícola suramericano, la preeminencia de la multiplicación vegetativa, usada para las plantas tuberosas, mientras que la siembra de semillas o reproducción sexual sería rasgo característico de la agricultura mesoamericana (Sauer, 1959, 122; 219-220). Pero no hay fundamento para zonificar a los pueblos suramericanos, como rizófagos los de las planicies del oriente, y comedores de granos los de las cordilleras, pues la sección andina es también rica en tubérculos.
Si en general, la agricultura de tuberosas parece ser más antigua que la de granos (Haudricourt et Hédin, 1943, 88), ese proceso debe haber sido muy intenso y prolongado en América intertropical, pues algunas plantas de este grupo (como la papa, la batata, la oca), tienen decenas de variedades bien diferenciadas.
Datos sobre la propagación, sistemas de cultivo, beneficio y almacenamiento de tuberosas entre los pueblos indígenas, se presentan ordenados sistemáticamente en la obra dedicada a tecnología agrícola prehispánica.
La abundancia de plantas de este tipo fue señalada y destacada por los primeros tratadistas sobre cosas de Indias. Acosta en 1590 sintetizaba sus opiniones sobre el particular, sosteniendo que aunque el Viejo Mundo era más rico en frutales y hortalizas, "en raíces y comidas debajo de la tierra paréceme que es mayor la abundancia de allá," hay tantas, que no sabré contarlas" (Acosta, 1954, 112). Cobo es del mismo sentir, pues dice que los amerindios "no tenían granos, ni semillas ni carne; pero sí infinitas diferencias de raíces" (Cobo, 1890, I, 352, 351-352; -----, 1956, I, 164). A pesar de esto, los europeos que vinieron a América, comedores primordiales de granos ( trigo y menestras), sólo impulsados por la necesidad entraron en el consumo de raíces americanas. Ellas eran "comida de indios", y participaban en cierto modo del desprecio de que a éstos se les hizo objeto. Andando el tiempo, sin embargo, la papa, la yuca y la batata se convirtieron en salvadoras de otros pueblos, y se volvieron imprescindibles. Pero aquél desprecio inicial debió reflejarse en otras raíces y tubérculos cuyo cultivo se ha ido restringiendo, hasta el punto de que poco se ha avanzado en el conocimiento de ellas, y aun la identificación de varias que eran ampliamente usadas por algunos grupos indígenas, es confusa hoy día. Este es un caso en que se aplica la ley de la reducción numérica de las plantas cultivadas (Maurizio, 1932, 593-596).
Una breve revista de las fuentes demostrará la importancia y la extensión que en la alimentación de los pueblos indígenas tuvieron las plantas tuberosas. Datos más particularizados pueden verse en la historia de cada especie.
Lo mismo que de frutas, América equinoccial es abundante en plantas con reservas almidonosas subterráneas, que en el lenguaje de los cronistas de la conquista y aun en el popular actualmente, se conocen bajo, el nombre general de "raíces", aunque algunas no lo sean en sentido estricto. Aun se ha llegado a adscribir como señal distintiva del complejo agrícola y hortícola suramericano, la preeminencia de la multiplicación vegetativa, usada para las plantas tuberosas, mientras que la siembra de semillas o reproducción sexual sería rasgo característico de la agricultura mesoamericana (Sauer, 1959, 122; 219-220). Pero no hay fundamento para zonificar a los pueblos suramericanos, como rizófagos los de las planicies del oriente, y comedores de granos los de las cordilleras, pues la sección andina es también rica en tubérculos.
Si en general, la agricultura de tuberosas parece ser más antigua que la de granos (Haudricourt et Hédin, 1943, 88), ese proceso debe haber sido muy intenso y prolongado en América intertropical, pues algunas plantas de este grupo (como la papa, la batata, la oca), tienen decenas de variedades bien diferenciadas.
Datos sobre la propagación, sistemas de cultivo, beneficio y almacenamiento de tuberosas entre los pueblos indígenas, se presentan ordenados sistemáticamente en la obra dedicada a tecnología agrícola prehispánica.
La abundancia de plantas de este tipo fue señalada y destacada por los primeros tratadistas sobre cosas de Indias. Acosta en 1590 sintetizaba sus opiniones sobre el particular, sosteniendo que aunque el Viejo Mundo era más rico en frutales y hortalizas, "en raíces y comidas debajo de la tierra paréceme que es mayor la abundancia de allá," hay tantas, que no sabré contarlas" (Acosta, 1954, 112). Cobo es del mismo sentir, pues dice que los amerindios "no tenían granos, ni semillas ni carne; pero sí infinitas diferencias de raíces" (Cobo, 1890, I, 352, 351-352; -----, 1956, I, 164). A pesar de esto, los europeos que vinieron a América, comedores primordiales de granos ( trigo y menestras), sólo impulsados por la necesidad entraron en el consumo de raíces americanas. Ellas eran "comida de indios", y participaban en cierto modo del desprecio de que a éstos se les hizo objeto. Andando el tiempo, sin embargo, la papa, la yuca y la batata se convirtieron en salvadoras de otros pueblos, y se volvieron imprescindibles. Pero aquél desprecio inicial debió reflejarse en otras raíces y tubérculos cuyo cultivo se ha ido restringiendo, hasta el punto de que poco se ha avanzado en el conocimiento de ellas, y aun la identificación de varias que eran ampliamente usadas por algunos grupos indígenas, es confusa hoy día. Este es un caso en que se aplica la ley de la reducción numérica de las plantas cultivadas (Maurizio, 1932, 593-596).
Una breve revista de las fuentes demostrará la importancia y la extensión que en la alimentación de los pueblos indígenas tuvieron las plantas tuberosas. Datos más particularizados pueden verse en la historia de cada especie.
Istmo de Panamá.