Eran tan solo las seis de la mañana y mis oídos estaban aún más alerta. Mi esposo se encontraba de viaje de negocios, por lo que solo éramos yo y mi pequeña Amelia en casa. Desde mi habitación pude oír como si alguien abriese la puerta de seguridad para niños que manteníamos en la escalera. El crujido de esta me hizo sobresaltar, pues la bebe era muy pequeña como para abrirlo y no habitaba nadie más que nosotras en la casa. Hace tiempo que venía sintiendo cosas extrañas en esta casa la cual arrendamos hace tan solo dos meses atrás. Los vecinos nos recibieron sin problemas, pero había escuchado que ya varias personas habían vivido aquí y no se sabía porque no duraban más de un año.
No era primera vez que escuchaba aquel crujido. La última vez fue en la noche, pero mi marido se encontraba recostado junto a mí. Le pregunte si lo había oído pero el pretendió haber escuchado el viento. Cada vez que escuchaba ese sonido, yo me levantaba e iba a revisar la escalera. Tal como era de esperar, la puerta se encontraba abierta. La piel se me erizaba cada vez que sucedía, pero al haber alguien más en casa, me entregaba más alivio y seguridad, por lo que trataba de encontrar una explicación racional para calmarme.
Esta vez todo era diferente, me encontraba sola con mi bebe de un año de edad y el pánico se apoderó de mí. Al salir de mi habitación, me encontré nuevamente con la puerta abierta. La volví a cerrar y fui en dirección a la habitación de Amelia. Una vez ahí, la tome en mis brazos desde su cuna y me la lleve de vuelta a mi habitación, la cual cerré bajo llave y me oculte con ella bajo las sabanas.
Nuevamente, volví a escuchar el crujido. Ya era tanta la angustia que aferre a mi bebe aún más fuerte y deje que el cansancio se apoderara de mí y de ese modo caí en el mismo profundo sueño con el que Amelia se encontraba.
…..
Ya eran las diez de la mañana y la criada se hallaba en la cocina haciendo sus deberes domésticos. Quería saber si ella también habrá escuchado aquellos crujidos la noche anterior, así que le consulte:
- ¿Oíste algún sonido en la noche?
- No señora, solo un par de carretas cruzar por la calle. ¿Necesita algo?
- No, no me refería a eso. NO te preocupes, todo está bien.
La criada continua su labor por su casa y con el trapo se dirigió a otra habitación. Me quede sola en la cocina y me dirigí hacia el lavadero donde lave mis manos. Me saqué mi argolla de matrimonio para que no se me saliese con el agua y la dejé a un costado. Un espejo se encontraba a un costado y cuando giro mis ojos para verlo, observo la imagen de un niño pequeño. Me quedé ahí paralizada con los pelos de punta. No sabía si correr o gritar o hablarle. Sus ojos se encontraron con los de mi reflejo. Ojos de un azul cielo y un cabello rubio con rizos dorados. Me sonrió con una risa juguetona, era de estatura pequeña.
Me giré para mirarlo de frente pero ya no estaba. Lo busque por toda la casa, pero no logré hallar ningún rastro de él. Una vez que volví al lavadero de la cocina para buscar mi anillo, el anillo ya no estaba. No sabía que hacer. Sería una pena que perdiese ese anillo y sentía que me estaba volviendo loca. Estaba delirando, de eso estaba segura.
De pronto la criada entro bruscamente a la cocina por la puerta. Sus maletas en mano.
Eran tan solo las seis de la mañana y mis oídos estaban aún más alerta. Mi esposo se encontraba de viaje de negocios, por lo que solo éramos yo y mi pequeña Amelia en casa. Desde mi habitación pude oír como si alguien abriese la puerta de seguridad para niños que manteníamos en la escalera. El crujido de esta me hizo sobresaltar, pues la bebe era muy pequeña como para abrirlo y no habitaba nadie más que nosotras en la casa. Hace tiempo que venía sintiendo cosas extrañas en esta casa la cual arrendamos hace tan solo dos meses atrás. Los vecinos nos recibieron sin problemas, pero había escuchado que ya varias personas habían vivido aquí y no se sabía porque no duraban más de un año.
No era primera vez que escuchaba aquel crujido. La última vez fue en la noche, pero mi marido se encontraba recostado junto a mí. Le pregunte si lo había oído pero el pretendió haber escuchado el viento. Cada vez que escuchaba ese sonido, yo me levantaba e iba a revisar la escalera. Tal como era de esperar, la puerta se encontraba abierta. La piel se me erizaba cada vez que sucedía, pero al haber alguien más en casa, me entregaba más alivio y seguridad, por lo que trataba de encontrar una explicación racional para calmarme.
Esta vez todo era diferente, me encontraba sola con mi bebe de un año de edad y el pánico se apoderó de mí. Al salir de mi habitación, me encontré nuevamente con la puerta abierta. La volví a cerrar y fui en dirección a la habitación de Amelia. Una vez ahí, la tome en mis brazos desde su cuna y me la lleve de vuelta a mi habitación, la cual cerré bajo llave y me oculte con ella bajo las sabanas.
Nuevamente, volví a escuchar el crujido. Ya era tanta la angustia que aferre a mi bebe aún más fuerte y deje que el cansancio se apoderara de mí y de ese modo caí en el mismo profundo sueño con el que Amelia se encontraba.
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Ya eran las diez de la mañana y la criada se hallaba en la cocina haciendo sus deberes domésticos. Quería saber si ella también habrá escuchado aquellos crujidos la noche anterior, así que le consulte:
- ¿Oíste algún sonido en la noche?
- No señora, solo un par de carretas cruzar por la calle. ¿Necesita algo?
- No, no me refería a eso. NO te preocupes, todo está bien.
La criada continua su labor por su casa y con el trapo se dirigió a otra habitación. Me quede sola en la cocina y me dirigí hacia el lavadero donde lave mis manos. Me saqué mi argolla de matrimonio para que no se me saliese con el agua y la dejé a un costado. Un espejo se encontraba a un costado y cuando giro mis ojos para verlo, observo la imagen de un niño pequeño. Me quedé ahí paralizada con los pelos de punta. No sabía si correr o gritar o hablarle. Sus ojos se encontraron con los de mi reflejo. Ojos de un azul cielo y un cabello rubio con rizos dorados. Me sonrió con una risa juguetona, era de estatura pequeña.
Me giré para mirarlo de frente pero ya no estaba. Lo busque por toda la casa, pero no logré hallar ningún rastro de él. Una vez que volví al lavadero de la cocina para buscar mi anillo, el anillo ya no estaba. No sabía que hacer. Sería una pena que perdiese ese anillo y sentía que me estaba volviendo loca. Estaba delirando, de eso estaba segura.
De pronto la criada entro bruscamente a la cocina por la puerta. Sus maletas en mano.