Una vez que el ejército francés se hizo de la ciudad capital (el año de 1863) llegó a México un personaje cuya historia fue verdaderamente trágica: Maximiliano de Habsburgo.
Acompañado de su esposa, Carlota, este caballero, descendiente de buenas cunas europeas -francesa por un lado y austriaca por el otro-, intentó gobernar en un país sumamente dividido, y en el que sólo era apoyado por el grupo político conservador que recién había logrado la expulsión del presidente Juárez y todo su gabinete.
Instaurando un débil imperio, de infame duración, de su paso por el país sólo se recuerdan algunas buenas intenciones del improvisado emperador: la reorganización de un Museo Nacional, la traza de la avenida más bonita de Ciudad de México (el Paseo de la Reforma, esto para conectar al Castillo de Chapultepec con el centro de la capital), y la presentación de una bandera de poca o nula trascendencia para la historia de México. Este lábaro, que mantuvo los colores básicos en el orden tradicional, tuvo como elemento diferenciador la inclusión del símbolo del águila devorando a una serpiente, pero dentro de un estilizado marco que más bien evocaba los escudos de armas de las familias y cortes europeas, coronado éste con el símbolo inequívoco del recién instaurado segundo Imperio (una corona grande y refulgente).
Tras la muerte del emperador Maximiliano, fusilado al pie del Cerro de las Campanas, en Querétaro, su bandera también pasó poco a poco, a los archivos de la memoria olvidada dando paso, inmediatamente después, a nuevas versiones de la bandera nacional que estarían por venir…
Una vez que el ejército francés se hizo de la ciudad capital (el año de 1863) llegó a México un personaje cuya historia fue verdaderamente trágica: Maximiliano de Habsburgo.
Acompañado de su esposa, Carlota, este caballero, descendiente de buenas cunas europeas -francesa por un lado y austriaca por el otro-, intentó gobernar en un país sumamente dividido, y en el que sólo era apoyado por el grupo político conservador que recién había logrado la expulsión del presidente Juárez y todo su gabinete.
Instaurando un débil imperio, de infame duración, de su paso por el país sólo se recuerdan algunas buenas intenciones del improvisado emperador: la reorganización de un Museo Nacional, la traza de la avenida más bonita de Ciudad de México (el Paseo de la Reforma, esto para conectar al Castillo de Chapultepec con el centro de la capital), y la presentación de una bandera de poca o nula trascendencia para la historia de México. Este lábaro, que mantuvo los colores básicos en el orden tradicional, tuvo como elemento diferenciador la inclusión del símbolo del águila devorando a una serpiente, pero dentro de un estilizado marco que más bien evocaba los escudos de armas de las familias y cortes europeas, coronado éste con el símbolo inequívoco del recién instaurado segundo Imperio (una corona grande y refulgente).
Tras la muerte del emperador Maximiliano, fusilado al pie del Cerro de las Campanas, en Querétaro, su bandera también pasó poco a poco, a los archivos de la memoria olvidada dando paso, inmediatamente después, a nuevas versiones de la bandera nacional que estarían por venir…
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