El teniente Fernández juró y perjuró que él era el culpable de sus muertes. “La Rosa –dijo– era una perdida. Primero me dijo que yo era el único hombre que había amado y, después, se metió con el dependientito y el inglés. Y eso no lo puede permitir un hombre que se dé a respetar y menos con una mujer.” Nadie le creyó porque aquí, en la cantina, siempre se hacen confesiones escandalosas que luego luego se diluyen con la cerveza y el amanecer. Además, al teniente, desde niño, le daba por inventar cosas; contaba, con pelos y señales, las noches brillantes del mar de China; el comercio carnal en lanchones de bambú y cómo era el sexo de las mujeres en Hong Kong. Y nosotros, que sabíamos que nunca había pasado de Acapulco y sus burdeles, lo dejábamos suelto en sus ensoñaciones.
Al teniente se lo tragó el mar, como a tantas otras cosas de este puerto, como tantos otros hombres a los que les pagó con ingratitud. Una madrugada de borrasca, cuando la marejada azota el muelle como si quisiera fracturarlo de un solo golpe para llevárselo, Dios sabe dónde. De Fernández y de los otros sólo pudieron rescatar jirones de un gris gastado, una cadena con un San José y astillas de la chalupa en la que viajaba la guardia costera: seis marineros y un oficial. Dos días antes vino a desempeñar su pistola.
Nuestro puerto es de juguete: los grandes buques, con los que siempre hemos soñado, nunca se atrevieron a cruzar los estrechos canales bordeados de arrecifes y, sin embargo, aquí estamos, aferrados a esta agua, a sus colinas sin playas; esperando un milagro o que el mar nos levante para siempre.
Hasta los bancos de peces se fueron en busca de mejores aguas y con ellos los hombres jóvenes y sus familias, tratando de encontrar en otros sitios la esperanza perdida. Aquí ya no hay nada, un puñado de viejos, voces, naufragios, restos de lo que quiso ser un desarrollo turístico, Las Brisas, y el mar, desde el principio.
prueba de que lo descarge
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arellysmelendez
El teniente Fernandez una noche como todas las noches se encontraba Bebiendo y en su borrachez dijo que la chica con la que él estaba saliendo lo engaño y se lo iba a pagar, pero nadie le creyo, una noche el barco en donde estaba el teniente el mar se lo trago, y nadie supo que paso despues, no lo encontraron y desde esse dia abandonaron le lugar y se fueron de alli con sus familias
Respuesta:
Ahorita lo estoy descargando :)
Explicación:
El teniente Fernández juró y perjuró que él era el culpable de sus muertes. “La Rosa –dijo– era una perdida. Primero me dijo que yo era el único hombre que había amado y, después, se metió con el dependientito y el inglés. Y eso no lo puede permitir un hombre que se dé a respetar y menos con una mujer.” Nadie le creyó porque aquí, en la cantina, siempre se hacen confesiones escandalosas que luego luego se diluyen con la cerveza y el amanecer. Además, al teniente, desde niño, le daba por inventar cosas; contaba, con pelos y señales, las noches brillantes del mar de China; el comercio carnal en lanchones de bambú y cómo era el sexo de las mujeres en Hong Kong. Y nosotros, que sabíamos que nunca había pasado de Acapulco y sus burdeles, lo dejábamos suelto en sus ensoñaciones.
Al teniente se lo tragó el mar, como a tantas otras cosas de este puerto, como tantos otros hombres a los que les pagó con ingratitud. Una madrugada de borrasca, cuando la marejada azota el muelle como si quisiera fracturarlo de un solo golpe para llevárselo, Dios sabe dónde. De Fernández y de los otros sólo pudieron rescatar jirones de un gris gastado, una cadena con un San José y astillas de la chalupa en la que viajaba la guardia costera: seis marineros y un oficial. Dos días antes vino a desempeñar su pistola.
Nuestro puerto es de juguete: los grandes buques, con los que siempre hemos soñado, nunca se atrevieron a cruzar los estrechos canales bordeados de arrecifes y, sin embargo, aquí estamos, aferrados a esta agua, a sus colinas sin playas; esperando un milagro o que el mar nos levante para siempre.
Hasta los bancos de peces se fueron en busca de mejores aguas y con ellos los hombres jóvenes y sus familias, tratando de encontrar en otros sitios la esperanza perdida. Aquí ya no hay nada, un puñado de viejos, voces, naufragios, restos de lo que quiso ser un desarrollo turístico, Las Brisas, y el mar, desde el principio.
prueba de que lo descarge