Pedro y Juan son hermanos. Los unen muchas cosas: una misma familia, una misma vivienda, la misma pobreza y el mismo apellido. Además, los une algo que no debería tener que ver con ellos, tan pequeños, los une el trabajo.
Pedro y Juan trabajan todo el día, con frío y con calor, con sol y con lluvia, bajo techo o al aire libre: trabajan como si no fueran lo que son: niños.
La precaria situación económica de su familia y otras circunstancias hacen que los hermanitos se levanten muy temprano y muchas veces sin desayunar, salgan a ganar dinero. No salen a jugar, no van a la escuela, van a trabajar.
Pedro vende bolígrafos en el subterráneo, recorre todas las estaciones. Sabe de memoria las horas pico en las que puede vender más. Ofrece, negocia, cobra, da vuelto y calcula al fin del día cuánto llevará a su casa, rogando sea bastante, porque si no lo es, sabe que lo castigarán.
Juan vende flores y otros artículos en los semáforos, se moja, tiene frío, esquiva los autos, calcula cuánto tiempo para vender entre luz verde y roja.
Ninguno de los dos tiene suficiente abrigo, tampoco están bien alimentados. Ni Juan ni Pedro quieren trabajar, ellos desean otra vida, la vida que tienen los otros niños que ellos ven día tras día.
Ven a los niños saliendo o entrando a los colegios y piensan en lo lindo que debe ser poder ir a la escuela y que sea una maestra quien te enseñe a sumar y restar y no la vida. Saben que hay otro mundo, uno mejor, precisamente el mundo de los niños, donde se hace algo que para ellos es casi un sueño: jugar.
Pedro y Juan no juegan, no tienen tiempo, están cansados, no tienen con qué y tampoco se les ocurre. Trabajar como si fuesen adultos, también y entre otras cosas, les ha minado la imaginación.
Se tienen el uno al otro, pero no tienen casi amigos, unos pocos niños que, como ellos, deben trabajar y tampoco tienen ganas de jugar. Además, la realidad donde los pequeños se mueven es una realidad hostil, donde la calle hay que ganarla, donde los espacios se ocupan muchas veces en forma violenta.
Se enferman con frecuencia porque no comen bien, no están abrigados y sus cuerpitos se quejan de algún modo porque saben que ésa no es la vida que un niño debería tener.
Aun así, salen a trabajar porque ni sintiéndose mal pueden dejar de hacerlo.
Lo que no han aprendido será más difícil aprender luego, pasará la edad de jugar y no habrán jugado y no habrán escuchado cuentos y no habrán disfrutado, sólo habrán trabajado.
Pedro y Juan día a día salen a “ganarse” la vida, pero en realidad salen a perder su vida de niños, esa vida bella y amorosa que deberían tener. Ganan dinero y pierden lo que vale más que todas las monedas del mundo.
Pedro y Juan no elijen su vida, la viven, la sufren, se resignan o se rebelan, pero ahí están, donde no deberían. No se los ve en una hamaca, tras una pelota, en un banco de un aula, tampoco leyendo un cuento.
Se los encuentra en la calle junto a otros tantísimos pequeños que viven una vida de adulto, dejando la niñez en la vereda de enfrente.
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Explicación:
Pedro y Juan son hermanos. Los unen muchas cosas: una misma familia, una misma vivienda, la misma pobreza y el mismo apellido. Además, los une algo que no debería tener que ver con ellos, tan pequeños, los une el trabajo.
Pedro y Juan trabajan todo el día, con frío y con calor, con sol y con lluvia, bajo techo o al aire libre: trabajan como si no fueran lo que son: niños.
La precaria situación económica de su familia y otras circunstancias hacen que los hermanitos se levanten muy temprano y muchas veces sin desayunar, salgan a ganar dinero. No salen a jugar, no van a la escuela, van a trabajar.
Pedro vende bolígrafos en el subterráneo, recorre todas las estaciones. Sabe de memoria las horas pico en las que puede vender más. Ofrece, negocia, cobra, da vuelto y calcula al fin del día cuánto llevará a su casa, rogando sea bastante, porque si no lo es, sabe que lo castigarán.
Juan vende flores y otros artículos en los semáforos, se moja, tiene frío, esquiva los autos, calcula cuánto tiempo para vender entre luz verde y roja.
Ninguno de los dos tiene suficiente abrigo, tampoco están bien alimentados. Ni Juan ni Pedro quieren trabajar, ellos desean otra vida, la vida que tienen los otros niños que ellos ven día tras día.
Ven a los niños saliendo o entrando a los colegios y piensan en lo lindo que debe ser poder ir a la escuela y que sea una maestra quien te enseñe a sumar y restar y no la vida. Saben que hay otro mundo, uno mejor, precisamente el mundo de los niños, donde se hace algo que para ellos es casi un sueño: jugar.
Pedro y Juan no juegan, no tienen tiempo, están cansados, no tienen con qué y tampoco se les ocurre. Trabajar como si fuesen adultos, también y entre otras cosas, les ha minado la imaginación.
Se tienen el uno al otro, pero no tienen casi amigos, unos pocos niños que, como ellos, deben trabajar y tampoco tienen ganas de jugar. Además, la realidad donde los pequeños se mueven es una realidad hostil, donde la calle hay que ganarla, donde los espacios se ocupan muchas veces en forma violenta.
Se enferman con frecuencia porque no comen bien, no están abrigados y sus cuerpitos se quejan de algún modo porque saben que ésa no es la vida que un niño debería tener.
Aun así, salen a trabajar porque ni sintiéndose mal pueden dejar de hacerlo.
Lo que no han aprendido será más difícil aprender luego, pasará la edad de jugar y no habrán jugado y no habrán escuchado cuentos y no habrán disfrutado, sólo habrán trabajado.
Pedro y Juan día a día salen a “ganarse” la vida, pero en realidad salen a perder su vida de niños, esa vida bella y amorosa que deberían tener. Ganan dinero y pierden lo que vale más que todas las monedas del mundo.
Pedro y Juan no elijen su vida, la viven, la sufren, se resignan o se rebelan, pero ahí están, donde no deberían. No se los ve en una hamaca, tras una pelota, en un banco de un aula, tampoco leyendo un cuento.
Se los encuentra en la calle junto a otros tantísimos pequeños que viven una vida de adulto, dejando la niñez en la vereda de enfrente.
Fin.
espero te ayude