10 de mayo de 1933. Plaza de la Ópera, Berlín. Miles de estudiantes enloquecidos, ayudados por bomberos, soldados y miembros de los cuerpos de seguridad nazis alimentan la gran hoguera con bidones de gasolina y libros, muchos libros. La lluvia no impide el desastre; al contrario, azuza la ira de las bestias pardas que reviven el genocidio de la cultura perpetrado en otros siglos por inquisidores, iconoclastas y dictadores. Todo libro condenado, prohibido, simplemente criticado por el régimen nazi acaba en el fuego.
El viajero del tiempo, escondido entre la multitud, comprueba horrorizado que las obras de uno de los autores más vilipendiados por los nazis, H.G. Wells, alimentan con especial virulencia las llamas. Gracias a Wells y a su visión profética, el crononauta ha atracado su máquina del tiempo en esa era de salvajismo, para acabar comprobando que, ante la barbarie y el odio, la fantasía y la ciencia-ficción pueden correr el mismo destino trágico que el conocimiento y la libertad…
Ilustración de Ben Hardy para la primera edición de 1895 (William Heinemann).
Este esbozo es sólo una fantasía, aunque el propio Wells podría haberlo recreado si hubiera escrito La máquina del tiempo (1895) cincuenta años después de su auténtica fecha de creación. De hecho, los libros de Wells fueron quemados realmente en esa fatídica noche por toda Alemania, pues el autor de La guerra de los mundos y La isla del doctor Moreau, ampliamente leído en ese país, al igual que en el resto de la Europa de la primera mitad del siglo XX, había sido prohibido por los nazis por decadente, socialista, utópico y, en definitiva, por su “espíritu anti-alemán”. Su nombre aparecía incluso en el llamado “Libro Negro” de las sanguinarias SS, junto al de otros grandes escritores y destacadas figuras británicas que debían ser inmediatamente arrestadas en el momento en el que los ejércitos de la Alemania de Adolf Hitler lograran desembarcar en Gran Bretaña.
La historia puso a cada uno en su sitio y los libros de Wells, entre ellos La máquina del tiempo, pueden seguir siendo hoy día leídos con el entusiasmo que ya desataron en su propia época.
La máquina del tiempo, de Herbert George Wells (1866-1946), marcó un antes y un después en la historia de la literatura de ciencia-ficción, pero también en la evolución literaria de las distopías. Y es que esta obra no es sólo un libro de aventuras y fantasía, sino un notable ejemplo de crítica social y una advertencia sobre el destino aciago al que parecía encaminarse la sociedad de su época. Wells nos muestra una distopía que, como toda distopía, esconde el horror bajo sus delicados pétalos externos.
Aunque Wells se consideraba a sí mismo más un crítico social que un autor de ficción, pronto advirtió que precisamente era la ficción la herramienta más adecuada para exponer sus ideas políticas y científicas. Ficción cargada de hechos científicos que, en numerosos casos, rozó la profecía o, cuanto menos, la inspiración para genios posteriores. Así ocurrió con Albert Einstein, quien diez años después de que se publicara La máquina del tiempo estableció su teoría de la relatividad, que bebe en algunos de los mismos postulados que ya estableció Wells para su viaje temporal. Como señala el físico teórico Michio Kaku, “es increíble que Wells escribiera esa novela cuando aún no se conocía la teoría de la relatividad” e identificara al tiempo “como una cuarta dimensión”, la piedra angular de esa primera novela del autor inglés. “Todo el mundo se ha hecho esa pregunta: ¿Por qué soy prisionero del tiempo?”, afirma Kaku para resumir la misteriosa aportación de Wells a la literatura.
Cuando escribió La máquina del tiempo, Wells no navegaba en mares vírgenes. Por citar algunos ejemplos, ya en 1781 apareció la primera referencia literaria con la obrita Año 7603, del poeta y dramaturgo Johan Herman Wessel, y en 1881 se publicó el relato El reloj que marchaba hacia atrás, de Edward Page Mitchell.
10 de mayo de 1933. Plaza de la Ópera, Berlín. Miles de estudiantes enloquecidos, ayudados por bomberos, soldados y miembros de los cuerpos de seguridad nazis alimentan la gran hoguera con bidones de gasolina y libros, muchos libros. La lluvia no impide el desastre; al contrario, azuza la ira de las bestias pardas que reviven el genocidio de la cultura perpetrado en otros siglos por inquisidores, iconoclastas y dictadores. Todo libro condenado, prohibido, simplemente criticado por el régimen nazi acaba en el fuego.
El viajero del tiempo, escondido entre la multitud, comprueba horrorizado que las obras de uno de los autores más vilipendiados por los nazis, H.G. Wells, alimentan con especial virulencia las llamas. Gracias a Wells y a su visión profética, el crononauta ha atracado su máquina del tiempo en esa era de salvajismo, para acabar comprobando que, ante la barbarie y el odio, la fantasía y la ciencia-ficción pueden correr el mismo destino trágico que el conocimiento y la libertad…
Ilustración de Ben Hardy para la primera edición de 1895 (William Heinemann).
Este esbozo es sólo una fantasía, aunque el propio Wells podría haberlo recreado si hubiera escrito La máquina del tiempo (1895) cincuenta años después de su auténtica fecha de creación. De hecho, los libros de Wells fueron quemados realmente en esa fatídica noche por toda Alemania, pues el autor de La guerra de los mundos y La isla del doctor Moreau, ampliamente leído en ese país, al igual que en el resto de la Europa de la primera mitad del siglo XX, había sido prohibido por los nazis por decadente, socialista, utópico y, en definitiva, por su “espíritu anti-alemán”. Su nombre aparecía incluso en el llamado “Libro Negro” de las sanguinarias SS, junto al de otros grandes escritores y destacadas figuras británicas que debían ser inmediatamente arrestadas en el momento en el que los ejércitos de la Alemania de Adolf Hitler lograran desembarcar en Gran Bretaña.
La historia puso a cada uno en su sitio y los libros de Wells, entre ellos La máquina del tiempo, pueden seguir siendo hoy día leídos con el entusiasmo que ya desataron en su propia época.
La máquina del tiempo, de Herbert George Wells (1866-1946), marcó un antes y un después en la historia de la literatura de ciencia-ficción, pero también en la evolución literaria de las distopías. Y es que esta obra no es sólo un libro de aventuras y fantasía, sino un notable ejemplo de crítica social y una advertencia sobre el destino aciago al que parecía encaminarse la sociedad de su época. Wells nos muestra una distopía que, como toda distopía, esconde el horror bajo sus delicados pétalos externos.
Aunque Wells se consideraba a sí mismo más un crítico social que un autor de ficción, pronto advirtió que precisamente era la ficción la herramienta más adecuada para exponer sus ideas políticas y científicas. Ficción cargada de hechos científicos que, en numerosos casos, rozó la profecía o, cuanto menos, la inspiración para genios posteriores. Así ocurrió con Albert Einstein, quien diez años después de que se publicara La máquina del tiempo estableció su teoría de la relatividad, que bebe en algunos de los mismos postulados que ya estableció Wells para su viaje temporal. Como señala el físico teórico Michio Kaku, “es increíble que Wells escribiera esa novela cuando aún no se conocía la teoría de la relatividad” e identificara al tiempo “como una cuarta dimensión”, la piedra angular de esa primera novela del autor inglés. “Todo el mundo se ha hecho esa pregunta: ¿Por qué soy prisionero del tiempo?”, afirma Kaku para resumir la misteriosa aportación de Wells a la literatura.
Cuando escribió La máquina del tiempo, Wells no navegaba en mares vírgenes. Por citar algunos ejemplos, ya en 1781 apareció la primera referencia literaria con la obrita Año 7603, del poeta y dramaturgo Johan Herman Wessel, y en 1881 se publicó el relato El reloj que marchaba hacia atrás, de Edward Page Mitchell.