Al igual que hacemos con la totalidad de las realidades que nos rodean, a las personas también las agrupamos, las etiquetamos, las asignamos características uniformes y acabamos aceptando y creyendo que cada uno de los individuos ha de entrar en algún grupo o categoría.
Uno de estos grupos es el de “los discapacitados” y así, aunque no sepamos nada de un individuo, si lo reconocemos como integrante le aplicamos el conocimiento previo que disponemos de ese grupo.
El problema surge cuando las características que atribuimos a determinados grupos sociales no son ni reales ni positivas, entonces se convierten en prejuicios.
Los prejuicios, además de suponer barreras sociales se traducen en barreras personales, ya que los propios individuos de estos grupos aceptan como cierto estas falsas creencias que les han sido asignadas y se autolimitan, tanto en su desarrollo como en su participación social.
Al igual que hacemos con la totalidad de las realidades que nos rodean, a las personas también las agrupamos, las etiquetamos, las asignamos características uniformes y acabamos aceptando y creyendo que cada uno de los individuos ha de entrar en algún grupo o categoría.
Uno de estos grupos es el de “los discapacitados” y así, aunque no sepamos nada de un individuo, si lo reconocemos como integrante le aplicamos el conocimiento previo que disponemos de ese grupo.
El problema surge cuando las características que atribuimos a determinados grupos sociales no son ni reales ni positivas, entonces se convierten en prejuicios.
Los prejuicios, además de suponer barreras sociales se traducen en barreras personales, ya que los propios individuos de estos grupos aceptan como cierto estas falsas creencias que les han sido asignadas y se autolimitan, tanto en su desarrollo como en su participación social.
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