Como pareciera desprenderse de la caracterización del neoliberalismo realizada por Michel Foucault en Nacimiento de la biopolítica, éste debería ser comprendido como un proyecto en cual el Estado mínimo aparece como el correlato de una gubernamentalidad omnímoda e ilimitada.[1] En efecto, una de las transformaciones cruciales que implica el neoliberalismo respecto del liberalismo clásico es la inversión de la anterior relación entre el Estado y el mercado. Así, según Foucault, en esta nueva racionalidad gubernamental el mercado ya no juega el rol de principio de limitación del Estado, sino que se convierte en el principio mismo de su organización y regulación. Desde esta perspectiva es el Estado el que pasa a estar bajo la vigilancia del mercado. En consecuencia, no puede decirse que el neoliberalismo se limite a revivir sin más aquella serie de ideas propias de liberalismo clásico vinculadas con el objetivo de liberar la economía de toda planificación estatal. Por el contrario, representa una importante novedad vinculada con esta inédita capacidad consistente en una planificación para el mercado. A esta transformación subyacen algunas otras que es preciso señalar antes de exponer nuestra lectura a partir del contrapunto entre la interpretación que Foucault hizo de ella y el modo en que Kant sentó los fundamentos del Estado de Derecho en el marco del liberalismo clásico.
Por una parte, el mercado, según el diagnóstico foucaulteano, ha dejado de ser concebido como lugar de intercambio vigilado por un gobierno frugal para devenir el lugar de la libre competencia, cuya condición de posibilidad es la desigualdad, es decir, en la situación de ser todos “igualmente desiguales” y ya no la equivalencia en la que se basa el intercambio.
Por otra parte, se ha producido un desplazamiento epistemológico desde la perspectiva “naturalista” subyacente al laissez-faire, hacia una concepción formal de la competencia, entendida como eidos en sentido husserliano. En efecto, el mercado pasa a ser concebido como un principio de formalización y como esencia que posee una lógica interna y una estructura propia que, si se la respeta, debe producir sus efectos benéficos. De este modo, se ha pasado de la idea de un juego natural entre individuos, intereses y comportamientos a la idea de una competencia perfecta como juego formal entre desigualdades que, de acuerdo con el filósofo francés, “sólo aparecerá y producirá sus efectos de acuerdo con una cantidad de condiciones que habrán sido cuidadosa y artificialmente establecidas”.[2] En este sentido, como la competencia pura no es un dato natural, pasa a ser el objetivo histórico principal de una programación gubernamental y el resultado de la implementación de una serie de dispositivos orientados por una política activa.
Por último, estas mutaciones implican, a su vez, un desplazamiento en la concepción del arte de gobernar. En efecto, el neoliberalismo no se pliega a la clásica demanda liberal de “menos gobierno”, de un gobierno frugal. Por el contrario, se apoya en la férrea defensa de un “gobierno para el mercado”, es decir, de un gobierno del Estado cuyo objetivo esencial es la producción activa de la competencia.[3] En este sentido, mientras el liberalismo supone un corrimiento del Estado para dejar hacer a sujetos que, siguiendo sus inclinaciones naturales bajo una metafísica del egoísmo sabio, confluirán hacia un interés en común (la mano invisible de Adam Smith); el neoliberalismo, en cambio, rechaza esta “ingenuidad naturalista” a partir de asumir como tarea la reducción eidética husserliana, que aplicada a la economía permite arribar al mercado de competencia perfecta en tanto esencia.[4]
Según creemos, este pasaje del liberalismo al neoliberalismo puede ser entendido a la luz del contrapunto entre la formulación paradigmática kantiana del Estado de derecho liberal y la formulación neoliberal del mercado de competencia perfecta. Como es sabido, aún cuando la filosofía de Kant no renuncia a cierto naturalismo que funciona como garantía de la paz perpetua, el punto de partida de su indagación política es la identificación del Estado como Estado de derecho, fundado en los principios trascendentales de la libertad, la igualdad y la independencia. En contraste, tal como muestra Foucault, la idea de mercado de competencia perfecta es la que asume en la teoría neoliberal un carácter trascendental y funciona como ideal regulativo..
Respuesta:
Como pareciera desprenderse de la caracterización del neoliberalismo realizada por Michel Foucault en Nacimiento de la biopolítica, éste debería ser comprendido como un proyecto en cual el Estado mínimo aparece como el correlato de una gubernamentalidad omnímoda e ilimitada.[1] En efecto, una de las transformaciones cruciales que implica el neoliberalismo respecto del liberalismo clásico es la inversión de la anterior relación entre el Estado y el mercado. Así, según Foucault, en esta nueva racionalidad gubernamental el mercado ya no juega el rol de principio de limitación del Estado, sino que se convierte en el principio mismo de su organización y regulación. Desde esta perspectiva es el Estado el que pasa a estar bajo la vigilancia del mercado. En consecuencia, no puede decirse que el neoliberalismo se limite a revivir sin más aquella serie de ideas propias de liberalismo clásico vinculadas con el objetivo de liberar la economía de toda planificación estatal. Por el contrario, representa una importante novedad vinculada con esta inédita capacidad consistente en una planificación para el mercado. A esta transformación subyacen algunas otras que es preciso señalar antes de exponer nuestra lectura a partir del contrapunto entre la interpretación que Foucault hizo de ella y el modo en que Kant sentó los fundamentos del Estado de Derecho en el marco del liberalismo clásico.
Por una parte, el mercado, según el diagnóstico foucaulteano, ha dejado de ser concebido como lugar de intercambio vigilado por un gobierno frugal para devenir el lugar de la libre competencia, cuya condición de posibilidad es la desigualdad, es decir, en la situación de ser todos “igualmente desiguales” y ya no la equivalencia en la que se basa el intercambio.
Por otra parte, se ha producido un desplazamiento epistemológico desde la perspectiva “naturalista” subyacente al laissez-faire, hacia una concepción formal de la competencia, entendida como eidos en sentido husserliano. En efecto, el mercado pasa a ser concebido como un principio de formalización y como esencia que posee una lógica interna y una estructura propia que, si se la respeta, debe producir sus efectos benéficos. De este modo, se ha pasado de la idea de un juego natural entre individuos, intereses y comportamientos a la idea de una competencia perfecta como juego formal entre desigualdades que, de acuerdo con el filósofo francés, “sólo aparecerá y producirá sus efectos de acuerdo con una cantidad de condiciones que habrán sido cuidadosa y artificialmente establecidas”.[2] En este sentido, como la competencia pura no es un dato natural, pasa a ser el objetivo histórico principal de una programación gubernamental y el resultado de la implementación de una serie de dispositivos orientados por una política activa.
Por último, estas mutaciones implican, a su vez, un desplazamiento en la concepción del arte de gobernar. En efecto, el neoliberalismo no se pliega a la clásica demanda liberal de “menos gobierno”, de un gobierno frugal. Por el contrario, se apoya en la férrea defensa de un “gobierno para el mercado”, es decir, de un gobierno del Estado cuyo objetivo esencial es la producción activa de la competencia.[3] En este sentido, mientras el liberalismo supone un corrimiento del Estado para dejar hacer a sujetos que, siguiendo sus inclinaciones naturales bajo una metafísica del egoísmo sabio, confluirán hacia un interés en común (la mano invisible de Adam Smith); el neoliberalismo, en cambio, rechaza esta “ingenuidad naturalista” a partir de asumir como tarea la reducción eidética husserliana, que aplicada a la economía permite arribar al mercado de competencia perfecta en tanto esencia.[4]
Según creemos, este pasaje del liberalismo al neoliberalismo puede ser entendido a la luz del contrapunto entre la formulación paradigmática kantiana del Estado de derecho liberal y la formulación neoliberal del mercado de competencia perfecta. Como es sabido, aún cuando la filosofía de Kant no renuncia a cierto naturalismo que funciona como garantía de la paz perpetua, el punto de partida de su indagación política es la identificación del Estado como Estado de derecho, fundado en los principios trascendentales de la libertad, la igualdad y la independencia. En contraste, tal como muestra Foucault, la idea de mercado de competencia perfecta es la que asume en la teoría neoliberal un carácter trascendental y funciona como ideal regulativo..
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