La ciencia ha hecho de nosotros dioses antes de que fuéramos dignos de ser hombres”. Esta lapidaria frase del biólogo y escritor francés Jean Rostand es una de mis favoritas, pues resume, en pocas palabras, el drama de la modernidad: el desfase entre la potencia de la ciencia y la precariedad de la conciencia humana.
La razón científica ha dotado a nuestras sociedades de poderes inimaginables en el pasado. Y esto ha producido cosas maravillosas, como el acortamiento de las distancias en el mundo, la cura de graves enfermedades, el incremento de la productividad económica o el asombroso aumento de la esperanza de vida en el siglo XX. Somos potencialmente dioses.
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La ciencia ha hecho de nosotros dioses antes de que fuéramos dignos de ser hombres”. Esta lapidaria frase del biólogo y escritor francés Jean Rostand es una de mis favoritas, pues resume, en pocas palabras, el drama de la modernidad: el desfase entre la potencia de la ciencia y la precariedad de la conciencia humana.
La razón científica ha dotado a nuestras sociedades de poderes inimaginables en el pasado. Y esto ha producido cosas maravillosas, como el acortamiento de las distancias en el mundo, la cura de graves enfermedades, el incremento de la productividad económica o el asombroso aumento de la esperanza de vida en el siglo XX. Somos potencialmente dioses.