En las últimas décadas del siglo XIX, la economía capitalista sufrió una importante crisis originada por la fuerte caída de las ganancias de los empresarios. Esta disminución de las ganancias fue resultado de, por un lado, la caída de los precios de las mercaderías, consecuencia de la cada vez más fuerte competencia entre las empresas y, por otro lado, de la imposibilidad de bajar los costos reduciendo el salario de los trabajadores-ante la presencia cada vez más fuerte del movimiento obrero organizado.
La gravedad de la situación planteó a los gobiernos de los países capitalistas la necesidad de revisar las ideas, aceptadas hasta entonces sobre la no intervención del Estado en la Economía. Los gobiernos de Francia, Alemania y de Estados Unidos comenzaron a intervenir realizando acciones concretas para evitar futuras crisis. Entre otras medidas, aplicaron políticas que restringían el ingreso de productos extranjeros en los mercados nacionales y emprendieron la conquista militar de nuevos territorios. La expansión imperial sobre África y Asia tuvo como objetivo obtener nuevos mercados y fuentes proveedoras de materias primas. A partir de entonces, los gobiernos de las potencias capitalistas abandonaron los principios del liberalismo económico y comenzaron a considerar rivales a los otros Estados capitalistas.
Los empresarios capitalistas también buscaron soluciones para enfrentar la crisis. Sólo las empresas que disponían de más capital podían afrontar las grandes inversiones necesarias para incorporar los adelantos tecnológicos. Las empresas más pequeñas no pudieron competir y desaparecieron o fueron compradas por las más grandes. También hubo acuerdos entre grandes empresas para limitar la competencia y fijar los precios en el mercado. Los empresarios se propusieron reducir los costos de producción para estar en mejores condiciones para competir en el mercado. Con este objetivo, además de incorporar constantemente innovaciones técnicas y renovar la maquinaria, reorganizaron el trabajo de los obreros en las fábricas según los principios del taylorismo y más tarde el fordismo. Esta reorganización tuvo como objetivo aumentar el rendimiento del trabajo de los obreros, dividiendo el trabajo en tareas sencillas de tal forma que trabajadores no especializados-a los que se pagaban salarios más bajos y, en general, no estaban sindicalizados-pudieran hacerlo.
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En las últimas décadas del siglo XIX, la economía capitalista sufrió una importante crisis originada por la fuerte caída de las ganancias de los empresarios. Esta disminución de las ganancias fue resultado de, por un lado, la caída de los precios de las mercaderías, consecuencia de la cada vez más fuerte competencia entre las empresas y, por otro lado, de la imposibilidad de bajar los costos reduciendo el salario de los trabajadores-ante la presencia cada vez más fuerte del movimiento obrero organizado.
La gravedad de la situación planteó a los gobiernos de los países capitalistas la necesidad de revisar las ideas, aceptadas hasta entonces sobre la no intervención del Estado en la Economía. Los gobiernos de Francia, Alemania y de Estados Unidos comenzaron a intervenir realizando acciones concretas para evitar futuras crisis. Entre otras medidas, aplicaron políticas que restringían el ingreso de productos extranjeros en los mercados nacionales y emprendieron la conquista militar de nuevos territorios. La expansión imperial sobre África y Asia tuvo como objetivo obtener nuevos mercados y fuentes proveedoras de materias primas. A partir de entonces, los gobiernos de las potencias capitalistas abandonaron los principios del liberalismo económico y comenzaron a considerar rivales a los otros Estados capitalistas.
Los empresarios capitalistas también buscaron soluciones para enfrentar la crisis. Sólo las empresas que disponían de más capital podían afrontar las grandes inversiones necesarias para incorporar los adelantos tecnológicos. Las empresas más pequeñas no pudieron competir y desaparecieron o fueron compradas por las más grandes. También hubo acuerdos entre grandes empresas para limitar la competencia y fijar los precios en el mercado. Los empresarios se propusieron reducir los costos de producción para estar en mejores condiciones para competir en el mercado. Con este objetivo, además de incorporar constantemente innovaciones técnicas y renovar la maquinaria, reorganizaron el trabajo de los obreros en las fábricas según los principios del taylorismo y más tarde el fordismo. Esta reorganización tuvo como objetivo aumentar el rendimiento del trabajo de los obreros, dividiendo el trabajo en tareas sencillas de tal forma que trabajadores no especializados-a los que se pagaban salarios más bajos y, en general, no estaban sindicalizados-pudieran hacerlo.