El término hegemonía procede etimológicamente del griego eghesthai, que significa “ejercer de guía”, “ser jefe”, “conducir”, aunque también podría remitir al verbo eghemoneno, con idénticas reminiscencias militares, y del que deriva “estar al frente”, “comandar”. Para un griego antiguo, por tanto, la hegemonía aludía a la actividad y ejercicio del egemone, el guía y comandante del ejército (Gruppi, 1978).
Hegemonía es un término desarrollado desde diferentes perspectivas principalmente en el campo de la teoría política. Quien le otorgó centralidad teórica y le dio un significado nuevo fue el filósofo Antonio Gramsci. Para Gramsci, la hegemonía va más allá de la interpretación leninista que la reduce a una alianza de clases. Abarca también las estructuras y procesos ideológico-culturales en cuanto que constituye “la directriz marcada a la vida social por el grupo básico dominante” (Gramsci, 2001: 357). Una orientación que es simultáneamente jurídico-política, intelectual y moral. Jurídico-política porque la clase dominante controla no sólo los medios de producción, sino también los órganos directivos y represivos del Estado. Intelectual porque mediante el establecimiento y difusión de una determinada cosmovisión la sociedad acaba por percibir el mundo desde los parámetros de la clase hegemónica. Y moral porque la clase dominante logra imponer su sistema de valores. La hegemonía desempeña, así, un papel clave en la formación de un bloque histórico, cultural y social cuyos agentes depositan sus intereses y aspiraciones en un proyecto compartido que llega a obtener el consentimiento de las clases subalternas. La hegemonía, por tanto, implica dominio, dirección, coerción, consenso y persuasión.
Contrahegemonía, por su parte, evoca, en términos generales, la producción social de una multiplicidad de formas alternativas de resistencia, experiencia y lucha que hacen posible no sólo la difusión de un discurso crítico capaz de combatir radicalmente el orden ideológico y social hegemónico, sino también la creación de sujetos políticos, relaciones sociales y espacios públicos capaces de apropiarse de la cultura –en sentido gramsciano– para darle un nuevo significado y ponerla al servicio de las clases subalternas.
Explicación:
El término hegemonía procede etimológicamente del griego eghesthai, que significa “ejercer de guía”, “ser jefe”, “conducir”, aunque también podría remitir al verbo eghemoneno, con idénticas reminiscencias militares, y del que deriva “estar al frente”, “comandar”. Para un griego antiguo, por tanto, la hegemonía aludía a la actividad y ejercicio del egemone, el guía y comandante del ejército (Gruppi, 1978).
Hegemonía es un término desarrollado desde diferentes perspectivas principalmente en el campo de la teoría política. Quien le otorgó centralidad teórica y le dio un significado nuevo fue el filósofo Antonio Gramsci. Para Gramsci, la hegemonía va más allá de la interpretación leninista que la reduce a una alianza de clases. Abarca también las estructuras y procesos ideológico-culturales en cuanto que constituye “la directriz marcada a la vida social por el grupo básico dominante” (Gramsci, 2001: 357). Una orientación que es simultáneamente jurídico-política, intelectual y moral. Jurídico-política porque la clase dominante controla no sólo los medios de producción, sino también los órganos directivos y represivos del Estado. Intelectual porque mediante el establecimiento y difusión de una determinada cosmovisión la sociedad acaba por percibir el mundo desde los parámetros de la clase hegemónica. Y moral porque la clase dominante logra imponer su sistema de valores. La hegemonía desempeña, así, un papel clave en la formación de un bloque histórico, cultural y social cuyos agentes depositan sus intereses y aspiraciones en un proyecto compartido que llega a obtener el consentimiento de las clases subalternas. La hegemonía, por tanto, implica dominio, dirección, coerción, consenso y persuasión.
Contrahegemonía, por su parte, evoca, en términos generales, la producción social de una multiplicidad de formas alternativas de resistencia, experiencia y lucha que hacen posible no sólo la difusión de un discurso crítico capaz de combatir radicalmente el orden ideológico y social hegemónico, sino también la creación de sujetos políticos, relaciones sociales y espacios públicos capaces de apropiarse de la cultura –en sentido gramsciano– para darle un nuevo significado y ponerla al servicio de las clases subalternas.