Existió un caminante conocedor de muchos paisajes y situaciones. Su vida era un constante peregrinar de un lugar a otro. Y así aprendió y llenó su corazón y sus ojos de todo aquello que los libros no enseñan.
Un día, tras vencer la cima de unas colinas, llegó a un bosque de extraordinaria belleza. En él crecía toda clase de plantas, conocidas y desconocidas. Se adentró en el bosque y descubrió especies de árboles y flores que nunca había contemplado. Y sus ojos gozaron del regalo de una naturaleza virgen.
De pronto su mirada se posó se detuvo en la base del tronco de un grueso árbol. Allí se encontraba un pequeño y hermoso zorro. El caminante se detuvo para no asustarle. Pero el zorrito no se movía. Lentamente se fue acercando al zorrito, que seguía inmóvil en la base del tronco. Pero cual sería la sorpresa del peregrino al comprobar que no tenía patas delanteras, tan solo unos pequeños muñones.
El corazón del caminante se llenó de tristeza y pensó que no era posible que la naturaleza tratara de forma tan cruel a animal tan hermoso. Sin patas no podría adentrarse en el bosque para cazar y moriría de hambre. Sin patas no podría huir de cualquier animal más fuerte y poderoso que le devoraría sin remedio.
Andábase el caminante en estas reflexiones cuando escuchó de entre los matorrales un ruido sospechoso. Su corazón se aceleró y buscó lugar seguro para esconderse. Segundos después, de entre la espesura del bosque apareció un corpulento tigre. Y el caminante pensó en el zorrito y en sus reflexiones. Desde su escondite contempló cómo el tigre, pausada y majestuosamente, se acercaba hasta el árbol donde se encontraba el zorrito. Apartó la vista para no ver escena tan cruel.
Pasado un breve espacio de tiempo, volvió a mirar… Y cual no sería su sorpresa al observar que el tigre, en lugar de devorar al zorrito, depositaba ante él un pedazo de carne que llevaba en su boca. Luego el tigre se alejó pausadamente tal y como había llegado.
El caminante, aun sin reponerse de la impresión recibida, pensó en lo maravillosa que es la vida y la naturaleza. El zorrito sobrevivía gracias a aquel extraño tigre.
Días y semanas estuvo el caminante cavilando sobre la escena observada. Y así fue como llegó a la conclusión de que Dios y la Naturaleza cuidan de todos los seres, por pequeños e indefensos que puedan parecer.
Tanto llegó a meditar en lo visto que un buen día tomó la siguiente determinación: él también debía abandonarse a la providencia de Dios y de la Naturaleza. Eligió un grueso arbol y, apoyando su espalda en el tronco, se sentó. Se había puesto propuesto no moverse de allí hasta que Dios cuidara de él. Quería tener Fe en la providencia.
Transcurrió el primer día. El caminante no se movió del lugar elegido. Observó los tallos verdes de la hierba, de puntillas hacia el cielo. Él también quería demostrar su confianza. Rezó a Dios con todas sus fuerzas. El sol se deslizó por el horizonte y terminó la primera jornada de ayuno.
Durante el segundo día, nadie se acercó tampoco alcaminante. Comenzaba a sentir hambre; su boca estaba reseca y sentía los primeros síntomas de desfallecimiento. Pero su voluntad era fuerte y permanecía fiel al compromiso asumido.
El tercer día de ayuno fue difícil de soportar. Su intención y sus deseos eran recios, pero las fuerzas comenzaban a fallarle, a pesar de la posición inmóvil que mantenía su cuerpo y de las técnicas de concentración que utilizaba.
Fue al principio del cuarto día de ayuno cuando, extenuado, escuchó una voz que le llegaba de muy arriba y le decía:
- “Insensato caminante. Te hallas en la senda del error. Abre tus ojos a la verdad. ¿Por qué, en lugar de imitar al zorro, no imitas la actitud del tigre? Apresurate a seguir la actitud de este último y encontrarás la felicidad.”
El caminante se levantó, haciendo acopio de las pocas fuerzas que le quedaban. Había comprendido el mensaje. Desde aquel día, intentó imitar al tigre y ser ayuda para todos los necesitados que encontró en su largo caminar. jaja amigos ganen puntos
Un día, tras vencer la cima de unas colinas, llegó a un bosque de extraordinaria belleza. En él crecía toda clase de plantas, conocidas y desconocidas. Se adentró en el bosque y descubrió especies de árboles y flores que nunca había contemplado. Y sus ojos gozaron del regalo de una naturaleza virgen.
De pronto su mirada se posó se detuvo en la base del tronco de un grueso árbol. Allí se encontraba un pequeño y hermoso zorro. El caminante se detuvo para no asustarle. Pero el zorrito no se movía. Lentamente se fue acercando al zorrito, que seguía inmóvil en la base del tronco. Pero cual sería la sorpresa del peregrino al comprobar que no tenía patas delanteras, tan solo unos pequeños muñones.
El corazón del caminante se llenó de tristeza y pensó que no era posible que la naturaleza tratara de forma tan cruel a animal tan hermoso. Sin patas no podría adentrarse en el bosque para cazar y moriría de hambre. Sin patas no podría huir de cualquier animal más fuerte y poderoso que le devoraría sin remedio.
Andábase el caminante en estas reflexiones cuando escuchó de entre los matorrales un ruido sospechoso. Su corazón se aceleró y buscó lugar seguro para esconderse. Segundos después, de entre la espesura del bosque apareció un corpulento tigre. Y el caminante pensó en el zorrito y en sus reflexiones. Desde su escondite contempló cómo el tigre, pausada y majestuosamente, se acercaba hasta el árbol donde se encontraba el zorrito. Apartó la vista para no ver escena tan cruel.
Pasado un breve espacio de tiempo, volvió a mirar… Y cual no sería su sorpresa al observar que el tigre, en lugar de devorar al zorrito, depositaba ante él un pedazo de carne que llevaba en su boca. Luego el tigre se alejó pausadamente tal y como había llegado.
El caminante, aun sin reponerse de la impresión recibida, pensó en lo maravillosa que es la vida y la naturaleza. El zorrito sobrevivía gracias a aquel extraño tigre.
Días y semanas estuvo el caminante cavilando sobre la escena observada. Y así fue como llegó a la conclusión de que Dios y la Naturaleza cuidan de todos los seres, por pequeños e indefensos que puedan parecer.
Tanto llegó a meditar en lo visto que un buen día tomó la siguiente determinación: él también debía abandonarse a la providencia de Dios y de la Naturaleza. Eligió un grueso arbol y, apoyando su espalda en el tronco, se sentó. Se había puesto propuesto no moverse de allí hasta que Dios cuidara de él. Quería tener Fe en la providencia.
Transcurrió el primer día. El caminante no se movió del lugar elegido. Observó los tallos verdes de la hierba, de puntillas hacia el cielo. Él también quería demostrar su confianza. Rezó a Dios con todas sus fuerzas. El sol se deslizó por el horizonte y terminó la primera jornada de ayuno.
Durante el segundo día, nadie se acercó tampoco alcaminante. Comenzaba a sentir hambre; su boca estaba reseca y sentía los primeros síntomas de desfallecimiento. Pero su voluntad era fuerte y permanecía fiel al compromiso asumido.
El tercer día de ayuno fue difícil de soportar. Su intención y sus deseos eran recios, pero las fuerzas comenzaban a fallarle, a pesar de la posición inmóvil que mantenía su cuerpo y de las técnicas de concentración que utilizaba.
Fue al principio del cuarto día de ayuno cuando, extenuado, escuchó una voz que le llegaba de muy arriba y le decía:
- “Insensato caminante. Te hallas en la senda del error. Abre tus ojos a la verdad. ¿Por qué, en lugar de imitar al zorro, no imitas la actitud del tigre? Apresurate a seguir la actitud de este último y encontrarás la felicidad.”
El caminante se levantó, haciendo acopio de las pocas fuerzas que le quedaban. Había comprendido el mensaje. Desde aquel día, intentó imitar al tigre y ser ayuda para todos los necesitados que encontró en su largo caminar. jaja amigos ganen puntos
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Respuesta:
pdps
Explicación:
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