Soñar que la Argentina puede resultar inmune o apenas salpicada por esta crisis sería cuanto menos poco realista. El bajón de la producción y de la demanda interna ya comienzan a ser notorios. Según las estimaciones preliminares que manejan en la consultora FIEL (que maneja como ninguna los datos relacionados con la industria), en este cuarto trimestre el crecimiento será equivalente a cero respecto al mismo período del año anterior.
El contraste es enorme si se tiene en cuenta que para esta misma época del año pasado el crecimiento superaba el 8,5%. Uno de los síntomas de esta virtual paralización es la baja de la inflación, y en los próximos meses podría estancarse también el ritmo de crecimiento del empleo luego de varios años de fuerte incremento (la tasa de desocupación está en un dígito, aún sin contar los planes Jefes y Jefas).
Sólo una parte del bajón se explica por la profundización de la crisis en los países desarrollados. En realidad, ya desde principios de 2008 comenzó a hacerse evidente la desaceleración por efecto de la elevada inflación y la falta de inversión. Esta tendencia se profundizó a partir de mayo debido al paro del campo, que generó además una fuerte corrida de depósitos.
Desde entonces, los bancos privilegiaron la liquidez y el crédito aumentó en mínimas expresiones. El público también comenzó a mostrarse más reticente para consumir.
La suba del dólar, que pasó casi de $3 a $3,27 en menos de un mes, también es un reflejo de este cambio en el contexto internacional, marcado por una apreciación del dólar contra el euro, pero también por la fuerte depreciación de las monedas de los países emergentes.
En América latina, el real cayó más de 30%, mientras que el peso chileno, uruguayo y mejicano lo hicieron entre 15% y 20%. "Así como en su momento creímos que el peso no se tenía que apreciar a la par de otras monedas de la región, ahora creemos que tampoco debe seguir el ritmo de devaluación de otros países", aclaró a mediados de esta semana Martín Redrado.
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Soñar que la Argentina puede resultar inmune o apenas salpicada por esta crisis sería cuanto menos poco realista. El bajón de la producción y de la demanda interna ya comienzan a ser notorios. Según las estimaciones preliminares que manejan en la consultora FIEL (que maneja como ninguna los datos relacionados con la industria), en este cuarto trimestre el crecimiento será equivalente a cero respecto al mismo período del año anterior.
El contraste es enorme si se tiene en cuenta que para esta misma época del año pasado el crecimiento superaba el 8,5%. Uno de los síntomas de esta virtual paralización es la baja de la inflación, y en los próximos meses podría estancarse también el ritmo de crecimiento del empleo luego de varios años de fuerte incremento (la tasa de desocupación está en un dígito, aún sin contar los planes Jefes y Jefas).
Sólo una parte del bajón se explica por la profundización de la crisis en los países desarrollados. En realidad, ya desde principios de 2008 comenzó a hacerse evidente la desaceleración por efecto de la elevada inflación y la falta de inversión. Esta tendencia se profundizó a partir de mayo debido al paro del campo, que generó además una fuerte corrida de depósitos.
Desde entonces, los bancos privilegiaron la liquidez y el crédito aumentó en mínimas expresiones. El público también comenzó a mostrarse más reticente para consumir.
La suba del dólar, que pasó casi de $3 a $3,27 en menos de un mes, también es un reflejo de este cambio en el contexto internacional, marcado por una apreciación del dólar contra el euro, pero también por la fuerte depreciación de las monedas de los países emergentes.
En América latina, el real cayó más de 30%, mientras que el peso chileno, uruguayo y mejicano lo hicieron entre 15% y 20%. "Así como en su momento creímos que el peso no se tenía que apreciar a la par de otras monedas de la región, ahora creemos que tampoco debe seguir el ritmo de devaluación de otros países", aclaró a mediados de esta semana Martín Redrado.