Respuesta:
Nadie llega a convertirse en humano si está
solo: nos hacemos humanos los unos a los
otros. Nuestra humanidad nos la han “contagiado”, es una enfermedad mortal que nunca
hubiéramos desarrollado si no fuera por la
proximidad de nuestros semejantes. Nos la
pasaron boca a boca, por la palabra, pero antes aún por la mirada, cuando todavía estamos
muy lejos de saber leer, ya leemos nuestra humanidad en los ojos de nuestros padres o de
quienes en su lugar nos prestan atención. Es
una mirada que contiene amor, preocupación,
reproche o burla; es decir, significados. Y que
nos saca de nuestra insignificancia natural
para hacernos humanamente significativos.
No seríamos lo que somos sin los otros. Ahora bien, ¿limitan nuestra libertad los demás y
las instituciones que compartimos con ellos?
Quizá la pregunta debiera plantearse de modo
diferente: ¿tiene sentido hablar de libertad sin
la referencia a la responsabilidad, es decir a
nuestra relación con los demás?, ¿no son precisamente las instituciones –empezando por
las leyes- las que nos revelan que somos libres de obedecerlas o desafiarlas, así como
también para establecerlas o revocarlas?
Somos no solamente animales gregarios, que
gustamos de la proximidad con nuestros compañeros, sino que también tenemos una tendencia innata a hacernos conocer, y conocer
con aprobación por los seres de nuestra especie. Ningún castigo más diabólico podría ser
concebido, si fuese posible, que vernos arrojados a la sociedad y permanecer totalmente
desapercibidos por todos los miembros que
la componen. Nadie llegaría a la humanidad
si otros no le contagiasen la suya, puesto que
hacerse humano nunca es cosa de uno solo
sino tarea de varios; pero una vez humanos la
peor tortura sería que ya nadie nos reconociese como tales… ¡ni siquiera para abrumarnos
con sus reproches!
Por justificadas que estén las protestas contra las formas efectivas de la sociedad, sigue
siendo igualmente cierto que estamos humanamente configurados para y por nuestros
semejantes. Al nacer somos capaces de humanidad, pero no actualizamos esa capacidad
hasta gozar y sufrir la relación con los demás.
Para conocernos a nosotros mismos necesitamos primero ser reconocidos por nuestros
semejantes. Por muy malo que pueda eventualmente resultarnos el trato con los otros,
nunca será tan irrevocablemente aniquilador
como vendría a ser la ausencia completa de
trato, el ser plena y perpetuamente “desconocidos” por quienes deben reconocernos.
Nadie llegaría a la humanidad si otros no le contagiasen la suya, puesto que hacerse humano
nunca es cosa de uno solo sino tarea de varios.
Explicación:
" Life is not a problem to be solved but a reality to be experienced! "
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Respuesta:
Nadie llega a convertirse en humano si está
solo: nos hacemos humanos los unos a los
otros. Nuestra humanidad nos la han “contagiado”, es una enfermedad mortal que nunca
hubiéramos desarrollado si no fuera por la
proximidad de nuestros semejantes. Nos la
pasaron boca a boca, por la palabra, pero antes aún por la mirada, cuando todavía estamos
muy lejos de saber leer, ya leemos nuestra humanidad en los ojos de nuestros padres o de
quienes en su lugar nos prestan atención. Es
una mirada que contiene amor, preocupación,
reproche o burla; es decir, significados. Y que
nos saca de nuestra insignificancia natural
para hacernos humanamente significativos.
No seríamos lo que somos sin los otros. Ahora bien, ¿limitan nuestra libertad los demás y
las instituciones que compartimos con ellos?
Quizá la pregunta debiera plantearse de modo
diferente: ¿tiene sentido hablar de libertad sin
la referencia a la responsabilidad, es decir a
nuestra relación con los demás?, ¿no son precisamente las instituciones –empezando por
las leyes- las que nos revelan que somos libres de obedecerlas o desafiarlas, así como
también para establecerlas o revocarlas?
Somos no solamente animales gregarios, que
gustamos de la proximidad con nuestros compañeros, sino que también tenemos una tendencia innata a hacernos conocer, y conocer
con aprobación por los seres de nuestra especie. Ningún castigo más diabólico podría ser
concebido, si fuese posible, que vernos arrojados a la sociedad y permanecer totalmente
desapercibidos por todos los miembros que
la componen. Nadie llegaría a la humanidad
si otros no le contagiasen la suya, puesto que
hacerse humano nunca es cosa de uno solo
sino tarea de varios; pero una vez humanos la
peor tortura sería que ya nadie nos reconociese como tales… ¡ni siquiera para abrumarnos
con sus reproches!
Por justificadas que estén las protestas contra las formas efectivas de la sociedad, sigue
siendo igualmente cierto que estamos humanamente configurados para y por nuestros
semejantes. Al nacer somos capaces de humanidad, pero no actualizamos esa capacidad
hasta gozar y sufrir la relación con los demás.
Para conocernos a nosotros mismos necesitamos primero ser reconocidos por nuestros
semejantes. Por muy malo que pueda eventualmente resultarnos el trato con los otros,
nunca será tan irrevocablemente aniquilador
como vendría a ser la ausencia completa de
trato, el ser plena y perpetuamente “desconocidos” por quienes deben reconocernos.
Nadie llegaría a la humanidad si otros no le contagiasen la suya, puesto que hacerse humano
nunca es cosa de uno solo sino tarea de varios.
Explicación: