Según la mitología griega, Sísifo fue fundador y rey de la antigua ciudad de Corinto. Tenía fama de viajero, pero también de avaro y asesino. Cuenta Homero en La Odisea que Sísifo engaña al dios de la muerte, Tánatos, y se las arregla para salir del Hades y volver a su casa. Como castigo, los dioses lo condenan a empujar una piedra enorme cuesta arriba hasta que, cerca de la cima, la piedra se le escapa y cae rodando hasta el valle. Así sucede una y otra vez, por toda la eternidad.
Albert Camus aprovecha el mito de Sísifo para reflexionar sobre el absurdo en la vida humana. El esfuerzo del hombre es inútil porque la vida no tiene sentido, afirma el filósofo francés, aparte del sentido que la persona misma aporta viviendo todas las experiencias posibles. Hay que rechazar las normas morales impuestas por la sociedad y probar de todo. El hombre rebelde será el hombre satisfecho.
Habría sido fácil que el rey David terminara su vida sacando una conclusión parecida. Pero el mensaje que entrega a su hijo Salomón es otro: merece la pena tener un proyecto de vida en sintonía con Dios. David había sido pastor de ovejas, guerrero, padre de familia, y rey. Había ganado grandes victorias en campañas militares y luego se había visto obligado a huir de su propio hijo Absalón. Se había comprometido con mujeres y después perdido a mujeres. Triunfador en la vida pública y fracaso en la vida privada, David tuvo tiempo para meditar sobre los distintos caminos que las personas eligen para dar sentido a su vida.
David redacta el Salmo 127 para Salomón, y la poesía queda incorporada al cancionero de Israel como "cántico gradual" o mejor, "cántico de ascensos". Era uno de los salmos que los peregrinos cantaban cuando subían a la ciudad de Jerusalén para celebrar las fiestas nacionales tres veces al año. Recoge un hecho difícil pero real: el creyente está llamado a desarrollar su vida en un medio hostil. Hay enemigos. Los cosas se estropean, se oxidan, se echan a perder, se deterioran. La vida misma se extingue con la muerte.
En ese ambiente contrario a la felicidad humana, las personas están llamadas a trabajar para salir adelante. Nadie va a mandar las habichuelas a casa. Hay que ganarse la vida, luchando con el campo, y luego hay que esforzarse para conservar lo que se gana. Porque hay hongos, ratas, ladrones, incendios. Pero todo será inútil si el esfuerzo se lleva a cabo sin contar con Dios. Si Dios no da su ayuda y su bendición, todo el trabajo humano acabará en soledad y oscuridad, tristeza y remordimiento.
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Según la mitología griega, Sísifo fue fundador y rey de la antigua ciudad de Corinto. Tenía fama de viajero, pero también de avaro y asesino. Cuenta Homero en La Odisea que Sísifo engaña al dios de la muerte, Tánatos, y se las arregla para salir del Hades y volver a su casa. Como castigo, los dioses lo condenan a empujar una piedra enorme cuesta arriba hasta que, cerca de la cima, la piedra se le escapa y cae rodando hasta el valle. Así sucede una y otra vez, por toda la eternidad.
Albert Camus aprovecha el mito de Sísifo para reflexionar sobre el absurdo en la vida humana. El esfuerzo del hombre es inútil porque la vida no tiene sentido, afirma el filósofo francés, aparte del sentido que la persona misma aporta viviendo todas las experiencias posibles. Hay que rechazar las normas morales impuestas por la sociedad y probar de todo. El hombre rebelde será el hombre satisfecho.
Habría sido fácil que el rey David terminara su vida sacando una conclusión parecida. Pero el mensaje que entrega a su hijo Salomón es otro: merece la pena tener un proyecto de vida en sintonía con Dios. David había sido pastor de ovejas, guerrero, padre de familia, y rey. Había ganado grandes victorias en campañas militares y luego se había visto obligado a huir de su propio hijo Absalón. Se había comprometido con mujeres y después perdido a mujeres. Triunfador en la vida pública y fracaso en la vida privada, David tuvo tiempo para meditar sobre los distintos caminos que las personas eligen para dar sentido a su vida.
David redacta el Salmo 127 para Salomón, y la poesía queda incorporada al cancionero de Israel como "cántico gradual" o mejor, "cántico de ascensos". Era uno de los salmos que los peregrinos cantaban cuando subían a la ciudad de Jerusalén para celebrar las fiestas nacionales tres veces al año. Recoge un hecho difícil pero real: el creyente está llamado a desarrollar su vida en un medio hostil. Hay enemigos. Los cosas se estropean, se oxidan, se echan a perder, se deterioran. La vida misma se extingue con la muerte.
En ese ambiente contrario a la felicidad humana, las personas están llamadas a trabajar para salir adelante. Nadie va a mandar las habichuelas a casa. Hay que ganarse la vida, luchando con el campo, y luego hay que esforzarse para conservar lo que se gana. Porque hay hongos, ratas, ladrones, incendios. Pero todo será inútil si el esfuerzo se lleva a cabo sin contar con Dios. Si Dios no da su ayuda y su bendición, todo el trabajo humano acabará en soledad y oscuridad, tristeza y remordimiento.