Un pequeño vagón de tren en un bosque francés. Ese fue el bucólico fin de la
Explicación:
A la tragedia que supuso la guerra en el campo de batalla habría que sumar la devastación civil. Pero también el hecho de que, tras la firma del armisticio, quedaron atrás sistemas de gobierno y de valores, políticas internacionales y tecnologías, clases sociales y modos de vivir. La Gran Guerra -por aquel entonces pocos pensaban que pudiera haber una Segunda Guerra Mundial- cambió el mundo. Pero no tanto a los hombres.
Alemania fue la mayor pagadora, en todos los sentidos, del conflicto. Y en consecuencia fue la gran damnificada de la guerra que auspició. Si en 1914 era un Imperio, el 9 de noviembre de 1918 se despertó como República, con su emperador, el káiser Guillermo II abdicado y huido y con su territorio fraccionado. La realidad no era muy distinta a la que se vivía en el Imperio Austrohúngaro, desmembrado en varias repúblicas –Checoslovaquia, Polonia, Hungría...- y con su emperador, Carlos, exiliado en Suiza. Una suerte tal vez mejor que la que había corrido la familia real rusa, depuesta en 1917, y el anticipo de lo que ocurriría en el Imperio Otomano, cuyo último sultán, Mehmed VI, caería en 1922 De esta forma, Estados Unidos despertó en 1918 como un país sobrefinanciado y dueño del 42% de los recursos industriales del planeta. La Europa continental aliada se apuntó al modelo económico industrial para reconstruirse, en una doble dependencia de Estados Unidos y de una presión criminal sobre Alemania –“Si no puede financiarse, no podrá aplicar las políticas correctas”, había dicho Keynes tras Versalles- para que saldara su deuda. La desigualdad, la especulación y los problemas de una economía protoglobalizada pero sin mecanismos de control sobre las dependencias crearon un campo abonado para que a la guerra le sucediera una gran crisis económica. El crac del 29 fue, en una parte, una consecuencia indeseada de la Primera Guerra Mundial. Pero consecuencia, al fin y al cabo.
La reivindicación de la mujer
La guerra, en el patrón mental de 1914, era cosa de hombres. Sin embargo, el conflicto impulsó la importancia de la mujer en la sociedad. Con un desplazamiento de tropas en su inmensa mayoría masculinas inédito, con una alta mortalidad por un conflicto con un tipo de armamento nuevo, de corte industrial, los países litigantes se vieron obligados a dar paso al empleo femenino para mantener su economía y el esfuerzo de guerra.
Al término de la Primera Guerra Mundial, el empleo femenino seguía siendo necesario. En primer lugar, porque el volumen de mano de obra masculino se había reducido: no todos los que regresaron de la guerra lo hicieron en condiciones de poder trabajar. En segundo, en mentalidad de 1918, tiene que ver con un cierto tradicionalismo. Al ser el matrimonio el destino social de muchas mujeres en aquella época, la desproporción entre población masculina y femenina generó un importante volumen de solteras o viudas de guerra, que o bien debían de ser sostenidas por unos estados en crisis que no podían permitírselo o bien tenían que abrir el camino para que fuesen dueñas de sus propias vidas. De alguna forma, la guerra ayudó al empoderamiento de la mujer.
General view of gravestones of World War One soldiers at the Tyne Cot cemetery in Zonnebeke, ahead of ceremonies marking the centenary of the end of World War One, Belgium November 8, 2018. REUTERS/Francois Lenoir
Lápidas de fallecidos en la que fue llamada la Gran Guerra en el cementerio de Tyne Cot, en Zonnebeke (Bélgica) Francois Lenoir / Reuters
Aunque el acceso de las mujeres al empleo fue reduciéndose a lo largo del periodo de entreguerras -hasta el nuevo repunte, por los mismos motivos que en 1914, con el inicio de la Segunda Guerra Mundial-, su acceso a otros derechos exclusivos para el hombre quedó como permanente. Las nuevas formas de gobierno, basadas en la democracia y el voto, llevaron a que las reivindicaciones de las sufragistas fueran progresivamente atendidas. Si el voto femenino era una rareza antes de la Primera Guerra Mundial, para 1919 el sufragio femenino era un fenómeno en vías de normalización. Tras la Revolución de Octubre de 1917, el Gobierno Provisional Ruso concedió, no sin largos debates, el voto a las mujeres. Ese mismo año, Polonia y las repúblicas bálticas también consolidaban el derecho de voto para la mujer. En 1918 se sumaban el Reino Unido -con algunos condicionantes, como ser mayor de 30 años-, Austria y la Alemania posterior al
Respuesta:
Un pequeño vagón de tren en un bosque francés. Ese fue el bucólico fin de la
Explicación:
A la tragedia que supuso la guerra en el campo de batalla habría que sumar la devastación civil. Pero también el hecho de que, tras la firma del armisticio, quedaron atrás sistemas de gobierno y de valores, políticas internacionales y tecnologías, clases sociales y modos de vivir. La Gran Guerra -por aquel entonces pocos pensaban que pudiera haber una Segunda Guerra Mundial- cambió el mundo. Pero no tanto a los hombres.
Alemania fue la mayor pagadora, en todos los sentidos, del conflicto. Y en consecuencia fue la gran damnificada de la guerra que auspició. Si en 1914 era un Imperio, el 9 de noviembre de 1918 se despertó como República, con su emperador, el káiser Guillermo II abdicado y huido y con su territorio fraccionado. La realidad no era muy distinta a la que se vivía en el Imperio Austrohúngaro, desmembrado en varias repúblicas –Checoslovaquia, Polonia, Hungría...- y con su emperador, Carlos, exiliado en Suiza. Una suerte tal vez mejor que la que había corrido la familia real rusa, depuesta en 1917, y el anticipo de lo que ocurriría en el Imperio Otomano, cuyo último sultán, Mehmed VI, caería en 1922 De esta forma, Estados Unidos despertó en 1918 como un país sobrefinanciado y dueño del 42% de los recursos industriales del planeta. La Europa continental aliada se apuntó al modelo económico industrial para reconstruirse, en una doble dependencia de Estados Unidos y de una presión criminal sobre Alemania –“Si no puede financiarse, no podrá aplicar las políticas correctas”, había dicho Keynes tras Versalles- para que saldara su deuda. La desigualdad, la especulación y los problemas de una economía protoglobalizada pero sin mecanismos de control sobre las dependencias crearon un campo abonado para que a la guerra le sucediera una gran crisis económica. El crac del 29 fue, en una parte, una consecuencia indeseada de la Primera Guerra Mundial. Pero consecuencia, al fin y al cabo.
La reivindicación de la mujer
La guerra, en el patrón mental de 1914, era cosa de hombres. Sin embargo, el conflicto impulsó la importancia de la mujer en la sociedad. Con un desplazamiento de tropas en su inmensa mayoría masculinas inédito, con una alta mortalidad por un conflicto con un tipo de armamento nuevo, de corte industrial, los países litigantes se vieron obligados a dar paso al empleo femenino para mantener su economía y el esfuerzo de guerra.
Al término de la Primera Guerra Mundial, el empleo femenino seguía siendo necesario. En primer lugar, porque el volumen de mano de obra masculino se había reducido: no todos los que regresaron de la guerra lo hicieron en condiciones de poder trabajar. En segundo, en mentalidad de 1918, tiene que ver con un cierto tradicionalismo. Al ser el matrimonio el destino social de muchas mujeres en aquella época, la desproporción entre población masculina y femenina generó un importante volumen de solteras o viudas de guerra, que o bien debían de ser sostenidas por unos estados en crisis que no podían permitírselo o bien tenían que abrir el camino para que fuesen dueñas de sus propias vidas. De alguna forma, la guerra ayudó al empoderamiento de la mujer.
General view of gravestones of World War One soldiers at the Tyne Cot cemetery in Zonnebeke, ahead of ceremonies marking the centenary of the end of World War One, Belgium November 8, 2018. REUTERS/Francois Lenoir
Lápidas de fallecidos en la que fue llamada la Gran Guerra en el cementerio de Tyne Cot, en Zonnebeke (Bélgica) Francois Lenoir / Reuters
Aunque el acceso de las mujeres al empleo fue reduciéndose a lo largo del periodo de entreguerras -hasta el nuevo repunte, por los mismos motivos que en 1914, con el inicio de la Segunda Guerra Mundial-, su acceso a otros derechos exclusivos para el hombre quedó como permanente. Las nuevas formas de gobierno, basadas en la democracia y el voto, llevaron a que las reivindicaciones de las sufragistas fueran progresivamente atendidas. Si el voto femenino era una rareza antes de la Primera Guerra Mundial, para 1919 el sufragio femenino era un fenómeno en vías de normalización. Tras la Revolución de Octubre de 1917, el Gobierno Provisional Ruso concedió, no sin largos debates, el voto a las mujeres. Ese mismo año, Polonia y las repúblicas bálticas también consolidaban el derecho de voto para la mujer. En 1918 se sumaban el Reino Unido -con algunos condicionantes, como ser mayor de 30 años-, Austria y la Alemania posterior al