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Claro Claro, ocurrió, y así sencillamente fue inevitable en el simple sentido de que no se evitó, y se peleó en seguida entre "hombres miopes para el bien y para el mal" --la frase de Joseph Conrad en su novela “Nostromo”, que en parte deriva de la guerra--. Pero la mayoría de los líderes del partido liberal y los más lúcidos --Santiago Pérez, Aquileo Parra-- estaban en contra de un levantamiento armado. No se puede tildar a los opositores de cobardes, ni de "oligarcas", y tampoco es que fueran todos civiles. Su lectura de la situación fue que el régimen de la Regeneración, como lo practicaba el gobierno saliente de Miguel Antonio Caro, dogmático, autoritario y "excluyente", iba cayendo por sus propios vicios y debilidades. Aunque la impaciencia de los belicistas nunca permitió poner esta tesis a prueba, se sospecha que sus defensores tuvieron la razón. Mirando a esa guerra de hace cien años en medio de los conflictos de hoy, cualquiera tiene que preguntarse ya si fue una guerra justa o no, si sus medios y sus sufrimientos fueron proporcionales a sus fines. Puede ser que esa pregunta no haya sido formulada con suficiente insistencia.