La fundación de la ciudad fue un hecho cuya historia se mezcla con la mitología, lo cual es distintivo de los pueblos originarios americanos.[nota 2] Fuentes del siglo XVI que hicieron correlaciones de los antiguos calendarios con los occidentales la han situado en diversos años, siendo la más frecuente el 13 de marzo de 1325 (696 años), —2 casa en la cuenta calendárica mexica—, 1345, 1363, 1364 y otros[3] en un islote al centro de la zona lacustre, de acuerdo con la información registrada en varios documentos coloniales, al igual que en los relieves posteriores del monolito mexica llamado Teocalli de la Guerra Sagrada. El mito de la fundación cuenta que México-Tenochtitlan fue poblada por un grupo de tribus nahuas migrantes desde Aztlán, lugar cuya ubicación precisa se desconoce. Tras merodear por las inmediaciones del lago de Texcoco, los futuros mexicas se asentaron en diversos puntos de la cuenca de México que estaban sujetos al altépetl de Azcapotzalco. La migración concluyó cuando fundaron su ciudad en un islote cercano a la ribera occidental del lago. Las excavaciones arqueológicas apuntan a que el islote de México estuvo habitado desde antes del siglo XIV y que la fundación de Tenochtitlán pudo ser posterior a la de México-Tlatelolco, su "gemela" del norte. México-Tenochtitlan se convirtió en un altépetl independiente tras el establecimiento de una alianza con Texcoco y Tlacopan que derrotó a Azcapotzalco.
La capital de los mexicas se convirtió en una de las mayores ciudades de su época en todo el mundo y fue la cabeza de un poderoso estado multiétnico que dominó una gran parte de Mesoamérica. El florecimiento de la ciudad se realizó a costa del tributo pagado por los pueblos sometidos a su poder. Por ello, cuando los españoles llegaron a Mesoamérica, numerosas naciones indígenas se aliaron con ellos con el objetivo de poner fin a la dominación tenochca. Cuauhtémoc —último tlatoani de México-Tenochtitlan— encabezó la resistencia de la ciudad, que cayó el 13 de agosto de 1521, a manos de los españoles y sus aliados indígenas, todos bajo el mando de Hernán Cortés.
Tras su conquista, Tenochtitlan se convirtió en la Roma del Nuevo Mundo
Viernes, 26 de Septiembre de 2014
Compártelo
*** Los nombres cristianos con que fueron bautizados los cuatro “campas” tuvieron una correspondencia deliberada con tres basílicas y una iglesia mayor romanos
*** Se trató de “una recuperación histórica, un pasado recuperado, amestizado y cristianizado, porque no quedaba otra posibilidad”: José Rubén Romero Galván
Fray Pedro de Gante llamaba a la Ciudad de México recién conquistada: “la Roma del Nuevo Mundo”, y para el historiador José Rubén Romero Galván, la denominación no podría ser más cierta si se reflexiona en la paradoja que significó para el español la destrucción de esta maravillosa urbe y la necesidad de recuperar su grandiosidad comparándola con el centro del catolicismo.
A pesar de la aniquilación de esta urbe rodeada de “círculos de jade”, decía el poeta Nezahualcóyotl, los propios españoles decidieron conservar sus cuatro parcialidades con las nominaciones en náhuatl: Atzacoalco, Teopan, Moyotlan y Cuepopan, añadiendo nombres de la cristiandad: San Sebastián, San Pablo, San Juan y Santa María.
José Rubén Romero, quien participó en el ciclo La plaza principal, su entorno y su historia, organizado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), dijo que esta acción entraña la conciencia que tenían los conquistadores, en particular Hernán Cortés, de la importancia simbólica de México-Tenochtitlan como eje del mundo donde “comulgaban” el inframundo y la parte superior del universo.
Por ello, explicó al público reunido en el Auditorio “Eduardo Matos” del Museo del Templo Mayor, los nombres cristianos con que fueron bautizados los cuatro barrios o “campas” tuvieron una correspondencia deliberada con tres basílicas y una iglesia mayor ubicados en Roma que, para el siglo XVI y hasta el día de hoy, representa el centro de la cristiandad.
Lo interesante, sostuvo el también etnólogo y coautor de México-Tenochtitlan. Su problemática lacustre, es que los santos y la virgen referidos: San Sebastián, San Pablo, San Juan y Santa María, guardaban en sus atributos aspectos que los vinculaban con las cualidades simbólicas de las zonas en que estaban localizados los “campas” indígenas.
De esa manera, “si Atzacoalco era el rumbo de la muerte y de lo negro: el norte, resulta ser que San Sebastián en Roma era una basílica que tenía la reputación, desde tiempos paleocristianos, de que ahí se realizaban banquetes mortuorios, además de ser el repositorio de los restos de mártires importantes. Una basílica vinculada con la muerte”.
“Luego estaría San Pablo, el único apóstol representado de manera muy viril en la iconografía cristiana; de ahí que Teopan, ubicado en el rumbo del este, del rojo y del fuego, de lo masculino, recibiera el nombre de este santo”, detalló José Rubén Romero en el ciclo convocado por la Dirección de Estudios Históricos del INAH.
En el sur, un área vinculada a la juventud, el azul, lo impreciso, “estaba que ni mandado a hacer para recibir el nombre de una basílica romana como era San Juan de Letrán, dedicada a San Juan Evangelista, él siempre aparece en los textos como el discípulo joven y amado del maestro”.
Finalmente, se designaría el nombre de Santa María La Redonda al barrio localizado al poniente: Cuepopan, punto cardinal asociado a lo femenino.
México-Tenochtitlan había sido fundada hacia 1325 d.C., en el eje del mundo, como lo indicaba una serie de señales referidas por el dios Huitzilopochtli a los “teomamas” o sacerdotes: no sólo la presencia del águila devorando a la serpiente, sino también de una fuente donde aguas rojas y azules se unían de forma violenta, aludiendo a la conexión del inframundo con la parte superior del universo.
“¿Y qué era Roma en el siglo XVI? sino el eje del mundo católico? Roma es el centro de la cristiandad, el centro del catolicismo. Por eso está a su vez la Ciudad de México con esas cuatro denominaciones que apelan a las basílicas romanas, y es ahí donde cobra sentido una frase de fray Pedro de Gante cuando llama a la Ciudad de México: la Roma del Nuevo Mundo”.
“La Ciudad de México destruida por los españoles se vincula, ni más ni menos, con el centro de la cristiandad. Es un pasado recuperado, amestizado y cristianizado, porque no quedaba otra posibilidad. Era la Ciudad de México del siglo XVI que orgullosamente se erigía y que fue tan cantada por poetas muy diversos”.
El ciclo La plaza principal, su entorno y su historia que se lleva a cabo en el Museo del Templo Mayor, continuará el próximo jueves 9 de octubre con la ponencia: La sociedad novohispana, por Antonio Rubial. 18 horas. Entrada libre.
Explicación:
La fundación de la ciudad fue un hecho cuya historia se mezcla con la mitología, lo cual es distintivo de los pueblos originarios americanos.[nota 2] Fuentes del siglo XVI que hicieron correlaciones de los antiguos calendarios con los occidentales la han situado en diversos años, siendo la más frecuente el 13 de marzo de 1325 (696 años), —2 casa en la cuenta calendárica mexica—, 1345, 1363, 1364 y otros[3] en un islote al centro de la zona lacustre, de acuerdo con la información registrada en varios documentos coloniales, al igual que en los relieves posteriores del monolito mexica llamado Teocalli de la Guerra Sagrada. El mito de la fundación cuenta que México-Tenochtitlan fue poblada por un grupo de tribus nahuas migrantes desde Aztlán, lugar cuya ubicación precisa se desconoce. Tras merodear por las inmediaciones del lago de Texcoco, los futuros mexicas se asentaron en diversos puntos de la cuenca de México que estaban sujetos al altépetl de Azcapotzalco. La migración concluyó cuando fundaron su ciudad en un islote cercano a la ribera occidental del lago. Las excavaciones arqueológicas apuntan a que el islote de México estuvo habitado desde antes del siglo XIV y que la fundación de Tenochtitlán pudo ser posterior a la de México-Tlatelolco, su "gemela" del norte. México-Tenochtitlan se convirtió en un altépetl independiente tras el establecimiento de una alianza con Texcoco y Tlacopan que derrotó a Azcapotzalco.
La capital de los mexicas se convirtió en una de las mayores ciudades de su época en todo el mundo y fue la cabeza de un poderoso estado multiétnico que dominó una gran parte de Mesoamérica. El florecimiento de la ciudad se realizó a costa del tributo pagado por los pueblos sometidos a su poder. Por ello, cuando los españoles llegaron a Mesoamérica, numerosas naciones indígenas se aliaron con ellos con el objetivo de poner fin a la dominación tenochca. Cuauhtémoc —último tlatoani de México-Tenochtitlan— encabezó la resistencia de la ciudad, que cayó el 13 de agosto de 1521, a manos de los españoles y sus aliados indígenas, todos bajo el mando de Hernán Cortés.
Respuesta:
Tras su conquista, Tenochtitlan se convirtió en la Roma del Nuevo Mundo
Viernes, 26 de Septiembre de 2014
Compártelo
*** Los nombres cristianos con que fueron bautizados los cuatro “campas” tuvieron una correspondencia deliberada con tres basílicas y una iglesia mayor romanos
*** Se trató de “una recuperación histórica, un pasado recuperado, amestizado y cristianizado, porque no quedaba otra posibilidad”: José Rubén Romero Galván
Fray Pedro de Gante llamaba a la Ciudad de México recién conquistada: “la Roma del Nuevo Mundo”, y para el historiador José Rubén Romero Galván, la denominación no podría ser más cierta si se reflexiona en la paradoja que significó para el español la destrucción de esta maravillosa urbe y la necesidad de recuperar su grandiosidad comparándola con el centro del catolicismo.
A pesar de la aniquilación de esta urbe rodeada de “círculos de jade”, decía el poeta Nezahualcóyotl, los propios españoles decidieron conservar sus cuatro parcialidades con las nominaciones en náhuatl: Atzacoalco, Teopan, Moyotlan y Cuepopan, añadiendo nombres de la cristiandad: San Sebastián, San Pablo, San Juan y Santa María.
José Rubén Romero, quien participó en el ciclo La plaza principal, su entorno y su historia, organizado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), dijo que esta acción entraña la conciencia que tenían los conquistadores, en particular Hernán Cortés, de la importancia simbólica de México-Tenochtitlan como eje del mundo donde “comulgaban” el inframundo y la parte superior del universo.
Por ello, explicó al público reunido en el Auditorio “Eduardo Matos” del Museo del Templo Mayor, los nombres cristianos con que fueron bautizados los cuatro barrios o “campas” tuvieron una correspondencia deliberada con tres basílicas y una iglesia mayor ubicados en Roma que, para el siglo XVI y hasta el día de hoy, representa el centro de la cristiandad.
Lo interesante, sostuvo el también etnólogo y coautor de México-Tenochtitlan. Su problemática lacustre, es que los santos y la virgen referidos: San Sebastián, San Pablo, San Juan y Santa María, guardaban en sus atributos aspectos que los vinculaban con las cualidades simbólicas de las zonas en que estaban localizados los “campas” indígenas.
De esa manera, “si Atzacoalco era el rumbo de la muerte y de lo negro: el norte, resulta ser que San Sebastián en Roma era una basílica que tenía la reputación, desde tiempos paleocristianos, de que ahí se realizaban banquetes mortuorios, además de ser el repositorio de los restos de mártires importantes. Una basílica vinculada con la muerte”.
“Luego estaría San Pablo, el único apóstol representado de manera muy viril en la iconografía cristiana; de ahí que Teopan, ubicado en el rumbo del este, del rojo y del fuego, de lo masculino, recibiera el nombre de este santo”, detalló José Rubén Romero en el ciclo convocado por la Dirección de Estudios Históricos del INAH.
En el sur, un área vinculada a la juventud, el azul, lo impreciso, “estaba que ni mandado a hacer para recibir el nombre de una basílica romana como era San Juan de Letrán, dedicada a San Juan Evangelista, él siempre aparece en los textos como el discípulo joven y amado del maestro”.
Finalmente, se designaría el nombre de Santa María La Redonda al barrio localizado al poniente: Cuepopan, punto cardinal asociado a lo femenino.
México-Tenochtitlan había sido fundada hacia 1325 d.C., en el eje del mundo, como lo indicaba una serie de señales referidas por el dios Huitzilopochtli a los “teomamas” o sacerdotes: no sólo la presencia del águila devorando a la serpiente, sino también de una fuente donde aguas rojas y azules se unían de forma violenta, aludiendo a la conexión del inframundo con la parte superior del universo.
“¿Y qué era Roma en el siglo XVI? sino el eje del mundo católico? Roma es el centro de la cristiandad, el centro del catolicismo. Por eso está a su vez la Ciudad de México con esas cuatro denominaciones que apelan a las basílicas romanas, y es ahí donde cobra sentido una frase de fray Pedro de Gante cuando llama a la Ciudad de México: la Roma del Nuevo Mundo”.
“La Ciudad de México destruida por los españoles se vincula, ni más ni menos, con el centro de la cristiandad. Es un pasado recuperado, amestizado y cristianizado, porque no quedaba otra posibilidad. Era la Ciudad de México del siglo XVI que orgullosamente se erigía y que fue tan cantada por poetas muy diversos”.
El ciclo La plaza principal, su entorno y su historia que se lleva a cabo en el Museo del Templo Mayor, continuará el próximo jueves 9 de octubre con la ponencia: La sociedad novohispana, por Antonio Rubial. 18 horas. Entrada libre.
Explicación: